Por Roberto Ciafardo

Heredero directo del Almacén de Ramos Generales, el Almacén, así a secas, conformó un hito en el paisaje urbano de cada barrio.
Desde sus primeros días, debido a su potencial económico, nuestra ciudad contó con comercios de ese tipo. Estaba todo por hacerse y los grandes Almacenes de Ramos Generales eran un negocio más que rentable.

El Almacén Ferretería del Globo, destinado a la venta de mercancías al por mayor para abastecimiento de haciendas de campo: herramientas, materiales y otros enseres, era uno de los más surtidos de la ciudad y destacaba sobre el resto.

                                                                                               Almacén Ferretería “El Globo”

Su artífice fue un vasco, Don Víctor Mendizabal. Llegó a la Argentina en el año 1871 desde su Ordrizia natal, tras recibir el llamado de un tío que había emigrado a estas costas buscando nuevas oportunidades de vida.

Pocos años después, junto a uno de sus hermanos y otros socios, funda en la ciudad de Buenos Aires la Empresa Morea, Mendizabal y cia., almacén destinado a la venta de todo tipo de enseres y materiales que con el tiempo tendría sucursales en Nueva York y París.
Hacia mediados de la década de 1880 decide formar una familia contrayendo matrimonio con Catalina Coyos Hatchondo que años antes se había instalado en La Plata.

                                                                                                  Víctor Mendizábal y esposa

Es entonces cuando, apostando al crecimiento de la Nueva Capital, abre el Almacén del Globo siguiendo el modelo ya afianzado en Buenos Aires, surtiendo de todo lo necesario para la vida de la incipiente ciudad.

Como hermanos menores de estos Almacenes de Ramos Generales surgieron los almacenes de barrio orientados al comercio minorista, donde se compraban comestibles y artículos necesarios para la vida doméstica.

La mayoría de los productos se vendían sueltos: aceite, azúcar, fideos, yerba, crema (según el peso) que el almacenero sopesaba a ojo y confirmaba en la balanza. Luego se envolvían en papel de estraza, cerrado con nudos tipo empanada. La yapa era el modesto premio —un poquito más de algo— que el almacenero otorgaba graciosamente si estaba de buen humor. El fiado era una institución ya que la clientela habitual gozaba de la prerrogativa de contar con una libreta donde se anotaban los consumos.

Casi uno por cada cuadra, el almacén se convirtió en el epicentro de la vida barrial y el almacenero en un personaje singular como supo retratarlo Quino cuando inmortalizó el Almacén Don Manolo, propiedad del padre del inefable Manolito que con sus reflexiones retrató como nadie este universo.

Hoy, 16 de septiembre, se conmemora el Día del Almacenero y es una buena oportunidad para recordar el almacén El Obrero, que no solo “alimentó” varias generaciones, sino que forjó una de las tradiciones más características de la ciudad: la quema de los muñecos de fin de año.

Con su fachada de ladrillos salpicada por carteles publicitarios – Amaro Montebar, Vinagre Alcazar, Franca, Bols… – el almacén El Obrero que, como era usual en esos tiempos contaba con despacho de bebidas, ocupaba la esquina de 10 y 40 y por las tardes era el punto de reunión de los muchachos del barrio.

Su propietario, Don Luis Tortora, también participaba de esta “barra de la esquina” y en 1956 se le ocurrió una idea distinta para festejar el Año Nuevo.

Para esos años Tortora era presidente del Club Defensores de Cambaceres.

Fundado en 1921, en 1927 consigue su primer título en la Liga Platense, logro que repitió 11 veces. La última fue en 1956 y para mayor alegría resultó invicto. El año 1957 lo encontraría jugando los campeonatos oficiales de la AFA.

Ante tremenda campaña y su entrada al “futbol grande”, Tortora decidió festejar el fin de año con un homenaje al club de sus amores: pero en esta ocasión debería hacerse algo especial a lo que tradicionalmente se hacía congregando a los vecinos de la zona.

Fue entonces cuando se le ocurrió la idea de construir un muñeco que representara al muy querido Nestor “Titongo” Garcia y que sería quemado el último día de ese glorioso 1956. Lo charló con “la barra de la esquina” y todos pusieron mano a la obra.

“Titongo” era director técnico del “Camba” y comandaba el equipo que había logrado tremenda campaña. Entre sus integrantes estaban Lapistoy, De La Torre, Jáuregui, Matallana, Mignani, Colli, Fabbi, Barros, Fariscoy, Stacchiotti, Alvarez, Di Plácido, Perrone y los dos Gómez, Juan Carlos y Osvaldo.

                                                                       Equipo de Defensores de Cambaceres. Plantel año 1956

Según recuerda un hijo de Don Luis, en el patio de El Obrero había un gallinero y también se guardaba un Ford A modelo 31 y ese fue el sitio elegido para armar el momo.

La idea se fue puliendo en la trastienda del almacén, donde todos los meses cenaban un grupo de amigos ligados al futbol local. Uno de los habitués era Gino Onofri, capitán de bomberos de Ensenada y fana también del Camba. Él era el quien aportaría la sirena y el mortero para lanzar las bombas.

El lunes 31 de diciembre, como todos los días, El Obrero abrió por la mañana pero la faena terminó temprano. A primeras horas de la tarde empezaron a llegar los amigos para organizar el festejo y a las 19.00 se despachó la última copa y empezó el ritual.

“Titongo” se levantaba triunfante cerca de un árbol que había sido adornado con motivos navideños coronado con un “Felices Fiestas, la barra de 10 y 40”

Don Luis fue el encargado de mezclar en una botella kerosene, alcohol y algo más, de arrojar ese líquido en forma circular rodeando al muñeco y de prenderlo fuego mientras por una escalera alguien trepaba para encender la cabeza del personaje que ardió entre la algarabía de los presentes.


                                                                    La figura de “Titongo” Garcia, horas antes de ser quemado.

La fiesta se repitió año tras año y la elección del muñeco siempre era motivo de homenaje. La esquina vio crecer, entre otros, un “Ringo Bonavena”, un “Juan Moreira” y hasta un tranvía que ardió en el año 1966 cuando dejaron de funcionar en nuestra ciudad.

                                                                                                          Oscar “Ringo”Bonavena

                                                                                                                “Juan Moreira”

En 1976 llegó la dictadura y se perdió la tradición. Hubo que esperar hasta 1983 para retomar la quema que ya había empezado a replicarse en distintos barrios platenses.

La quema de figuras acompaña al hombre desde siempre. Una de las teorías en torno a este ritual sostiene que su origen tiene que ver con la historia de Baco, el Dios del Vino en la mitología romana, presentado con las características propias del bufón: gorro con cascabeles, cetro y máscaras. Otra versión lo remonta a las fiestas saturnales.

Quizá Don Luis y la barra de la esquina de 10 y 40 no lo sabían pero ellos repetían, a su manera, un ritual casi tan viejo como la humanidad.

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