Por Román Ganuza

De aquella Baltimore natal, situada en los años 20, Eleanora Holiday Fagan (Billie Holiday) evoca su temor a que las ratas salieran masivamente a la superficie cuando comenzaron a pasar los caños de gas. También recuerda que a su madre, empleada doméstica en casa de una familia blanca, la despidieron apenas se enteraron de que estaba embarazada de ella. No le faltó el temprano conocimiento de la violencia sexual. De pronto, me encuentro releyendo las memorias de la mayor cantante de jazz porque acabo de ver “Estados Unidos contra Billie Holiday”. La película, dirigida por Lee Daniels, fue estrenada en 2020 con Andra Day interpretando a la artista. Con frecuencia escucho la voz dulce y a la vez doliente de Billie. Sus requiebros armoniosos y su fraseo lánguido la ubican un peldaño por encima de Ella Fitzgerald o Sarah Vaughan (protesto que Nancy Wilson también tendría derecho al podio). Como se ha dicho tanto, Billie Holiday (“Lady Day”) le sumaba emoción a la solvencia. Su vida fue intensa y si el cine la aprovecha bien produce estas derivaciones. Ahora quiero ver más.

Sabía de un biopic anterior, del año 1972, dirigido por Sidney J. Furie, que he ido postergando. Diana Ross es quien la encarna a Billie en esa versión. No soportaría más minutos sin verla. Esa película se llama “Lady Sings The Blues”. Lleva el nombre del álbum editado por la cantante en 1956 -uno de los últimos- y la primera canción del mismo. La veo, me gusta y me sorprende bien el trabajo de la protagonista. Noto desde el comienzo que ese guion se ciñe con bastante fidelidad al libro de memorias de Billie. De niña cambiaba sus servicios de limpieza en el burdel por unos ratos libres junto al fonógrafo para escuchar a Bessie Smith o Louis Armstrong. La veo hacer esto a una Diana Ross asombrosamente aniñada para la escena (tenía ya 31 años). Hay algo de Billie en ella. Supongo que es la apariencia de fragilidad, acentuada desde lo físico, pero animada de valentía y un incansable afán de libertad.

Encuentro en esta película de Furie (“Lady Sings The Blues”) la presentación condensada pero bien distribuida de los tópicos que ocupan a Billie Holiday en su propio testimonio escrito. El desesperado comienzo, cuando su madre estaba enferma y ya las echaban de la pensión. La sorpresa del público y de ella misma. El mote irónico de “Lady” porque se negaba a levantarse la pollera cuando se acercaba a las mesas a recibir propinas. Los primeros pasos en diversos clubes neoyorquinos y el costo de ser la primera cantante negra en una banda de jazz integrada por blancos. Los viajes agotadores junto a dos nuevos compañeros, el alcohol y la heroína, la discriminación y el desprecio. Todo consta en “Lady Sings The Blues”. Por su parte, el libro también registra algunos remansos gratificantes y solidarios: Bob Hope, un Orson Welles enamorado, el generoso Benny Goodman (que le escondía a su madre la relación), la asidua admiradora Judy Garland y una hermosa anécdota con Clark Gable. El cine me cuenta que el público solía pedirle que cante “All of me”. De haber estado allí, le hubiera rogado que me dedique “You´ve changed”, que nadie cantará jamás como ella.

Quizá para hacerla más entrañable, busco también a Billie en alguna película que la tenga como protagonista, donde no esté representada. Encuentro “New Orleans” de 1947 dirigida por Arthur Lubin. Pequeñas orquestas de jazz remontan el Mississippi a bordo de un vapor elegante y blanco donde funciona un casino. Lo regentea un envarado personaje a cargo del mexicano Arturo de Córdova. Billie solo aparece para entonar dos canciones. Más allá del agrio recuerdo que esta participación le merece, aquí tiene como acompañante en escena a su ídolo de la infancia, el versátil y genial Louis Armstrong. “New Orleans” corresponde a la etapa prolífica de su vida artística. Cantante principal en las bandas de Artie Shaw y Count Basie, entre otros. Tiempo de éxitos en distintos teatros y compañías discográficas. Aunque el dolor la acompañe tenazmente.

En la página 147 de sus memorias, Billie encabeza el capítulo nombrando el juicio que ensombreció su vida y dio título a la versión más reciente: “Estados Unidos contra Billie Holiday”. Esto explica que la película de Lee Daniels de 2020 se concentre el periodo de su vida iniciado en Mayo de 1947, fecha de la primera audiencia, hasta su fallecimiento en 1959. El guion despliega aspectos de la persecución judicial y policial. Según este desarrollo, Billie Holiday arrastraba un largo encono por cantar infaltablemente “Strange Fruit” (Fruta extraña), pese a gravitantes “sugerencias” en contrario. La canción hace referencia a los cadáveres de gente afroamericana colgando de los árboles, que ella llegó a ver con sus propios ojos. La buena y esmerada interpretación a cargo de Andra Day, difiere de Diana Ross especialmente en cuanto a rebeldía y suspicacia. Su gesto conserva menos candor, quizá por narrar una etapa abundante en desilusiones. Este filme de Daniels le cede al tema un lugar retaceado por su antecedente inmediato (“Lady Sings The Blues”), que trata la presencia de las drogas casi exclusivamente desde el ángulo que enfoca al consumidor.

“Estados Unidos contra Billie Holiday” menciona un proyecto de Ley presentado en 1937 para prohibir los linchamientos, que fue rápidamente rechazado por el parlamento de la principal democracia del mundo. “Strange Fruit” era una canción que generaba inquietud en la árida tropa de Edgar J. Hoover (FBI). Los federales invocaron la lucha contra la droga para ir por Billie y se empeñaron tanto que le plantaron pruebas cuando la cantante intentaba un proceso de recuperación. “…mientras estaba adentro de la droga, me dejaban tranquila…” se queja a propósito de este momento. La película es rotunda en un punto: la actuación de las instituciones en el caso Holiday derriba cualquier imaginario pueril.  

Si esta película de 2020 amarra la cuestión política desde el título, hay un tramo de las memorias escritas que computa el factor económico (en caso de que se tolere la distinción) La cantante lo cuenta así: “…En los años veinte hubo un gran escándalo en Nueva York, en el que estuvieron implicados algunos polis y agentes del Departamento Federal de Estupefacientes. Detuvieron a unos cuantos cuando se descubrió el chanchullo. Algunos agentes se habían dedicado a apretar a drogadictos ricos. Los amenazaban con arrestarlos y luego los soltaban, siempre que accedieran a hacerse la “cura” en un sanatorio privado que ellos mismos recomendaban. La gente acaudalada aceptaba, naturalmente. Iban a lugares como el que había ido yo, pagaban la misma cantidad, y luego los agentes recibían una jugosa comisión…” Esto podría explicar que el establecimiento donde Billie se recuperaba en secreto haya pasado la información a la prensa y a la policía, con nefastas consecuencias para ella.

Sus dos matrimonios fueron desafortunados. En 1941, con el trompetista Jimmy Monroe y en 1957, con Louis McKay. Tampoco la ayudó una pendular relación con el agente federal Jimmy Fletcher, prendado de Billie mientras se infiltraba en su entorno. Ambas películas, en diferente proporción, hacen constar esta suerte de estigma personal que remueve las peores sombras de su infancia. Como contrapartida, Billie encontró un compañero confiable en el gran saxofonista Lester Young, quien fue además su mejor contrapunto sonoro. Casi como en un gesto final de fidelidad, Lester, abatido por la tristeza y el trago, también muere en Paris durante ese aciago año de 1959. Fue él quien le completó el apodo, agregando el final del apellido. “Lady Day” es la marca de su consagración como cantante. Aquellas gardenias blancas atadas en el pelo consolidaron su icono imperecedero. El cine la vuelve a honrar a 60 años de su muerte. Narra su vida sin omitir los daños de los que no pudo protegerse. Pero rescata una costosa y trascendente victoria en la escena que cierra “Estados Unidos contra Billie Holiday”. Bajo una cirrosis irreversible, con apenas 44 años de edad, Billie agoniza bajo vigilancia, esposada a la cama del hospital. Vanamente, su más viejo censor y perseguidor, el comisionado Harry Anslinger, pretende sacarle una declaración grabada que justifique tanto ensañamiento. Obtiene la siguiente: “…puedes besar mi negro trasero, Strange Fruit la cantarán tus nietos…”

 

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