Por Román Ganuza

Para renunciar a una Ingrid Bergman enamorada y joven, se necesita por lo menos un Humphrey Bogart. Él lo hace en “Casablanca”, esa película que nunca se pone amarillenta. Encontrar las claves de un poder semejante supone apostar a la disimulada amplitud de su personaje (Rick Blaine). Tránsfuga diseñado al servicio de la empatía, Rick es un neoyorquino entre prófugo y errante que abandona los EEUU y se va a París a regentear un café. Ante la inminencia de la ocupación alemana de 1940, abandona la ciudad y se traslada a Marsella en tren. Desde allí se embarca con rumbo a Casablanca. La película nos confesará más adelante que Rick ha dejado su corazón en aquella terminal ferroviaria. Pero este dolor nostálgico es una información retenida para modelar nuestra primera impresión del personaje. De impoluto saco blanco, el cigarrillo atado al cuerpo y cierto desdén en la voz, al hombre lo conocemos controlando su nuevo hogar, el Rick´s Coffe de la capital marroquí. Sugestivamente, es un casino y bar propicio a la vez para las mayores iniquidades como para los actos de generosidad más inesperados. Es justamente ese péndulo el que lo va armando a Rick como un producto narrativo absolutamente fundido en el Humphrey Bogart icónico, de superficie áspera y cinismo a flor de piel. Duro con las mujeres. Sentada sobre la barra y en tren de emborracharse, la bellísima Yvonne (Madeleine Lebeau) le pregunta a Rick si pasará con ella la noche como ha ocurrido en la víspera. Rick le contesta con destemplada ironía que no hace planes con tanta anticipación. Sabemos de este modo que es afectivamente distante. Madeleine, enojada, pide otra copa, pero Rick la detiene y la hace llevar a su casa. Ahora sabemos que Rick también puede ser paternal. En el personaje no falta nada de aquello que le conferirá a Bogart su galante eternidad, enriquecido en Marruecos por un reverso sentimental acechante
¿Qué es lo más extraño que puede ocurrir en un turbio café de Casablanca, territorio colonial de la Francia colaboracionista, infestado de agentes de la Gestapo, y en plena segunda guerra mundial? Por ejemplo, que con absurda naturalidad entre a tomar un trago una radiante Ingrid Bergman de ojos muy abiertos y virginales, con aquella boca suya inolvidable y preocupada. Eso es exactamente lo que sucede. Entiendo entonces que “Casablanca” fulmina cualquier indiferencia porque ha alcanzado la especialidad en el tratamiento de lo imposible. Como espectador, he tardado en advertir que la concepción de la película siempre ha tenido conciencia de su naturaleza fantástica. El ingreso de Ingrid Bergman en suelo marroquí y en la trama que la presenta como la noruega Ilse Lund, no es totalmente arbitrario, aunque resulte narrativamente detonante. Procedente de París, Ilse llega hasta allí acompañando estoicamente la huida de su esposo Victor Laszlo, un héroe de la resistencia que fue prisionero de los nazis y parece que quisiera volver a serlo. En aquella peligrosa urbe, donde el dominio francés es de cartón, Ilse y Laszlo se engalanan para salir por la noche con mundana soltura como si recorrieran la calle Corrientes. La Gestapo los sigue de cerca para neutralizar al opositor mientras que la policía francesa también los sigue, en su caso para complacer a la Gestapo. El frágil y desconfiado statu quo franco germánico no permite detener al héroe, pero sí impedir que salga de Marruecos. Ilse y Laszlo buscan un salvoconducto a Lisboa, desde donde podrían alcanzar, océano mediante, la venerable tierra que simboliza e impone la libertad. ¿Y quién puede tener escondidos los salvoconductos que estos refinados fugitivos necesitan? Naturalmente, Rick.
Pero no hay problema grande que no sea de amor. Y es el cruce entre los problemas del amor y los problemas de la guerra el que ha parido a “Casablanca” como fruto sabroso, enrevesado y rentable. Aquella última mañana en París, la mujer que Rick esperó en vano para escapar juntos era Ilse. La noche anterior habían prometido encontrarse en la estación de tren. Llovía copiosamente y la formación con destino a Marsella estaba por partir. Rick recorría de lado a lado el andén buscándola. Su fiel pianista Sam (Dooley Wilson) tuvo que rogarle que aborde el tren para no perderlo. Ilse no llegó y ambos hombres se fueron solos a Marsella. Justamente Sam, una suerte de Louis Armstrong de voz irónica y herida, está sentado sobre el piano en el Rick´s Coffe de Casablanca cuando la ve entrar a ella. Perplejo, escucha como Ilse le pide la canción que la película hizo famosa: “As Time Goes By”. Es la melodía que evoca las tardes de amor y champagne junto a Rick en París. Sam tiene prohibido tocarla por los recuerdos que le trae a su patrón, pero accede a ese pedido de Ilse que hará historia: “Tócala de nuevo, Sam”. Cuando Rick se acerca para reprender a su pianista, los viejos amantes se reencuentran. Aquí ya no hay duda de que tenemos una película.
La noche del reencuentro nos muestra el lado oculto de Rick. Bebe de manera impropia, se toma la cabeza y la apoya dramáticamente contra la mesa. La presencia de Ilse casada ha removido su dolor. El hombre que solo se interesa por el dinero llora por un amor. Él también le pide a Sam que toque aquella canción confesando a un romántico reprimido. A esta altura solo nos falta un segundo giro de Rick destinado a complacernos. El rufián que obtiene ventajas económicas de la guerra sin comprometerse con las cuestiones en juego, irá tomando partido por la causa justa en el momento ideal para ello: “Casablanca” se estrena en 1942. En este punto de la película comienza a crecer el personaje de Ilse. Ella le pone una excusa a su esposo Laszlo para ir a encontrarse a solas con Rick. Quiere explicarle aquella ausencia en la estación de tren y este matrimonio suyo que Rick desconocía. Es un momento narrativamente genial. Con una lágrima cayendo por sus generosos pómulos, Ilse explica que transitó aquel romance en la inteligencia de que su esposo Laszlo había muerto a manos de los nazis. El día anterior a la partida, se enteró de que Lazslo vivía y había logrado escapar, por eso no fue a la estación. La confesión cohesiona todos los momentos y le suma a Ilse la cualidad de la inocencia. Es impresionante el personaje de Ilse porque de algún modo no existe, o existe sólo como función. De una manera calculada y fecunda, ella no es nadie porque es universal y metafórica. No es la mujer frívola que abandona a Lazlo en la adversidad para esconderse con Rick en un departamento de París. No es tampoco la mujer apasionada que abandonará a Laszlo para quedarse con Rick en Marruecos. Ella es lo que Rick, Laszlo y los espectadores quieren que sea en cada uno de sus roles y momentos. E Ingrid Bergman resulta perfecta para ese personaje que, de tan ambicioso, se diluye en lo supra personal. Su rango es equivalente a la libertad o la lucha contra Hitler. Ilse representa lo deseado y por ello mismo, el sacrificio que será necesario hacer.
Rick posee los dos salvoconductos. Por despecho, se niega a entregarlos a la pareja fugitiva. Pero sobrevienen dos encuentros que cierran la armoniosa geometría de “Casablanca”. Ilse, que con suma facilidad consigue encontrarse nuevamente a solas con Rick, aparece en su casa esta vez para confesarle que, ahora que lo ha vuelto a ver, descubre que lo sigue amando, pese a su lealtad con Laszlo. Este punto convierte en ganador sentimental al Rick abandonado sin aviso en la estación de trenes y abona un tono indispensable para el desenlace de la película. Pero Rick no sabe aún que su tácito duelo con Laszlo, lejos de quedar resuelto en el ánimo interior de Ilse, volará un poco más alto. El segundo encuentro es justamente con el propio Lazslo. Para sorpresa de Rick, su rival le dice que ambos aman a la misma mujer y suelta la que para mí, es la frase clave de la película: “como no hay culpables, no pido explicaciones”. Acto seguido, Lazslo vuelve a sorprender rogándole que al menos la salve a Ilse, que la deje ir a ella sola a los EEUU. Tal gesto de desprendimiento compromete a Rick y elípticamente lo obliga a competir en el mismo terreno. Tendrá que ser más generoso que Lazslo y lo será. A su modo, tomará intervención personal y temeraria contra los nazis y dará en la despedida aquel paso teatral sublime.
En “Casablanca” los personajes están dispuestos para lo que la hora reclama. La causa es tan superior que puede devolver todas las ovejas al redil. El mundo peligra y la palanca emotiva de la película es mostrar que en esta cruzada histórica los réprobos se unen a los virtuosos. Por ello Laszlo, que es el más consecuente, se vuelve el menos interesante. Él siempre luchó contra los nazis. El prodigio a devorar en la pantalla es el de Rick, que depone sus intereses y mezquindades para licuarlas en esta nube de candor colectivo. Allí se enamora el público y estos seres icónicos, cuyos nombres de estrella de cine se sobreponen largamente al de sus personajes, se van consolidando como divinidades de un cielo reciente. Justamente cuando ha reconquistado el amor de Ilse, Rick le ordena que se vaya junto a Lazslo, quien aguarda en medio de la neblina para ver de qué lado cae la moneda. Ilse obedece con dolor. Vemos a Ingrid Bergman y a Humphrey Bogart en un ápice representativo. Nadie jamás podrá renunciar como supieron hacerlo ellos porque los actuales personajes del cine han sido humanizados en exceso en un giro que queda bien reputar como avance. A metros del avión que va a separarlos de por vida, y en pleno fulgor de la pasión, estos amantes aceptan eso de que “Siempre nos quedará Paris”. El amor debe conformarse con los tiempos que la guerra le cede y replegarse para sobrevivir como recuerdo. “Casablanca” no es una historia de amor ni una historia de guerra. Es una fábula de redención oportuna y amigable. Por eso mismo se ha vuelto indeleble.

 

2 thoughts on “Casablanca, una fábula oportuna”
  1. Hace años decidí darle un giro a esa historia y escribi Ilsa Lund. En mi cuento, Ilsa va de Lisboa a Buenos Aires. Laszlo es atrapado por los nazis pero ella se viene a vivir a Parque Chas. Años después Rick la viene a buscar para irse juntos para siempre.

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