Carlos D´Amico, Dardo Rocha y la casa que nació de una broma
Por Roberto Ciafardo
El 20 de julio de 1969, mientras el astronauta Neil Armstrong se convertía en el primer hombre en pisar la luna a 385.000 km de distancia, Enrique Febraro -desde Lomas de Zamora- enviaba 1000 cartas dirigidas a 100 países con el lema: “Un pueblo de amigos es una Nación imbatible”. Gracias a él y su cruzada epistolar celebramos cada 20 de julio el Día del Amigo.
En esta cita anual afirmamos nuestros afectos y en un brindis condensamos días de compañerismo y amistad compartida. Incluso es la ocasión para el reencuentro con aquellos que, “por esas cosas de la vida”, no nos vemos tan seguido como quisiéramos.
En demoradas mesas se resucitan viejas anécdotas, mil veces contadas, que adquieren nueva vigencia: el origen de un apodo, algunas vacaciones compartidas o la incomodidad de algún amigo cuando “lo enviamos al frente” con el solo propósito de jugarle una broma pesada.
Algo de esto sucedió hace 137 años en nuestra ciudad, más precisamente el 19 de noviembre de 1885, entre el Dr. Dardo Rocha y el Dr. Carlos D´Amico, quien no solo era un estrecho colaborador sino que era el amigo a quien confiaba la Gobernación de la Provincia asegurando la tarea emprendida tres años antes.
Después de la celebración del Tedeum en la iglesia San Ponciano por el tercer aniversario de la Fundación de La Plata, Dardo Rocha invitó a recorrer la ciudad a un grupo de los asistentes entre los que se encontraban el canónigo Benjamín Carranza, el juez de la Suprema Corte de Justicia provincial Manuel Langenheim, y su amigo D´Amico.
Iglesia San Ponciano (foto tomada hacia 1900 y en la actualidad)
Al llegar a la Plaza Principal, hoy Plaza Moreno, Manuel Langenheim observó que en todas las manzanas que la rodeaban había solo un lote que permanecía sin ser edificado.
– ¿Díganme – preguntó con algo de malicia Langenheim- alguien sabe de quién es ese terreno que permanece baldío?
– Es de “éste”, que no tiene fe en su propia obra-, respondió risueño D’Amico, señalando a su amigo Dardo.
Rocha, político rápido y avezado, recogió el guante y redobló la apuesta: invitó a todos los presentes a un almuerzo que se realizaría el 1 de enero de 1886 en “su” casa que mandaría construir de inmediato en ese sitio.
Advirtiendo que solo faltaba algo más de un mes, sus amigos tomaron la respuesta como una manera de salvar el mal trago que le jugaban y siguieron el paseo … Pero no fue así.
La historia comienza cuando Dardo Rocha compra por escritura pública, el 1 de agosto de 1882 ante el escribano Antonio Uriarte, 7 lotes sobre la calle 50 entre 13 y 14 pagando $ 22860 por los 4200 metros cuadrados resultantes.
Para cumplir con la palabra empeñada a sus amigos, Rocha le encarga el proyecto de la casa a su más estrecho colaborador, el Ing. Pedro Benoit, quien se pone a trabajar sin demora.
La construcción, a cargo del Maestro Mayor de Obras Fernando Cerdeña, comenzó aun antes de que Benoit terminara de definir los detalles finales.
La obra avanzó a un ritmo febril y finalmente la casa fue construida cumpliendo con los plazos exigidos por el propietario.
Se cuenta que el mismo día de la inauguración, minutos antes que los invitados llegaran, se encendieron calderos con abundante leña en todas las habitaciones con la finalidad de que terminara de secar la pintura.
“Querer es poder” había repetido mil veces Rocha, “ … y yo quiero, siempre quiero, y firmemente quiero”. El 1 de Enero de 1886 demostró, una vez más, ser un hombre de acción y cumplió con la palabra empeñada. Ese mediodía agasajó a un grupo de importantes políticos y vecinos con el asado prometido en su nueva casa, bautizada popularmente como “la casa de los 40 días”.
Aún con lo exiguo del tiempo para su ejecución, el proyecto fue ambicioso. La casa se construyó con frente sobre la calle 50 ocupando el lote hasta la esquina de 14, donde las distintas habitaciones se reunían en torno a patios interiores.
De marcado estilo italianizante se dividía en dos secciones: la “casa grande”, sobre la esquina de 14, con destino a vivienda familiar y la “casa chica” con el objetivo de obtener una renta.
La “Casa de los 40 días” esquina de 14 y 50.
Aunque Dardo Rocha había fijado su residencia en La Plata, la casa nunca fue habitada, ya que al poco tiempo de terminada “la casa de los 40 días” sus amigos le regalaron, en reconocimiento por su labor como Gobernador, una mansión en la calle Lavalle 835 de la ciudad de Buenos Aires que fue su hogar el resto de su vida. La casa de La Plata fue utilizada solo para recepciones, prestársela a algunos amigos o habitarla por breves temporadas.
En 1924, fallecidos Dardo Rocha y su esposa Paula Arana, la vivienda queda en manos de sus hijos: Jacinta Edelmira Haydeé Donata Rocha de Bond, Juan José Carlos Jacinto Dardo Rocha y Bernardina Paula Venacia Celia Rocha.
En el año 1943 Carlos se desprende de su parte quedando como únicas propietarias las hermanas Rocha que tiempo después deciden vender la “casa grande” que posteriormente es demolida.
Vista aérea pocos años antes de que se demuela la casa grande
Hoy sobrevive la “casa chica” donde, desde el año 1948, funciona el Archivo y Museo Dardo Rocha.
Dardo Rocha con su hijo Carlos Rocha, Comisionado Municipal entre 1940 – 1941
Muchos historiadores e investigadores han tratado de verificar la anécdota de la “casa de los 40 días”. Como toda anécdota transmitida de generación en generación por vía oral, es de muy difícil comprobación su verdadera dimensión. Seguramente algo así sucedió y el paso del tiempo, como pasa con las viejas historias contadas una y mil veces por amigos, agiganta su magnitud. En todo caso se trata de un mito urbano que enriqueció la historia de nuestra ciudad.
Lo que sí es seguro que en la respuesta rápida de Rocha había otro elemento en juego: él mismo había firmado un decreto por el cual aquellos que no edificaran sus terrenos antes del primer día de 1886 perderían todo derecho a su propiedad y estos volverían a manos del Estado.
Más allá de la verosimilitud de los hechos, lo cierto es que cada vez que pasamos por esa esquina, no podemos menos que imaginar a aquellos señores de levita y galera bromeando entre sí como adolescentes, que los baja del pedestal de la historia y los hace más humanos.
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