Por Pali Orbaiceta

Existió un tiempo en el rock donde, bajo los rascacielos de la capital federal, se escondían los mejores lugares para ver a nuestras bandas. Por cuestiones de distancia, quizá solo venían a la ciudad de las diagonales en contadas oportunidades (en el mejor de los casos, una o dos veces al año).

Solíamos organizarnos entre amigos y amigas -viudos de nuestra banda cabecera, Sumo- e ideábamos una logística para asistir a tan deseado evento. Esto implicaba reuniones previas en alguna casa o esquina preferida, donde planeábamos todo para evitar el riesgo de no llegar a nuestra meta rockera. Calculábamos los costos de combustible y, si teníamos suerte, a la vuelta podíamos pasar por “Ugi´s”,una pizzería económica abierta las 24 h. Además, “el Raki”(un gran fanático platense de la era Sumo) ponía una Dodge Rural que tenia capacidad para dos pasajeros en los asientos delanteros, cuatro en los de atrás y otros dos en el baúl; esto nos habilitaba una recaudación aceptable para cubrir costos.

En esa época era muy incomodo volver de un recital en Capital: no había micros después de media noche y retomaban su actividad al amanecer. Por ese motivo, contar con un vehículo nos daba la comodidad que uno deseaba después de un recital en el que el pogo y las bebidas etílicas nos dejaban en una situación físicamente comprometida.

Recuerdo que salimos hacia Capital a las 19 h: no había autopistas ni reglas que nos impidieran viajar en un auto, técnicamente, en pésimas condiciones.

La idea era llegar temprano; hicimos la fila alertas a la noche porteña. no estábamos en nuestro barrio, por lo que debíamos desconfiar.

En esa época, era costumbre negociar las entradas apelando a conmover al hombre de la puerta con frases como “somos 7 y venimos desde muy lejos”. Lamentablemente, esa noche no pudimos convencerlo debido a que lo recaudado esa fecha y la siguiente sería destinado al pago de una pena judicial que debía afrontar el cantante Sokol; preso luego de haberle encontrado drogas ilícitas. Por tanto, el dinero iba a ser destinado a una entidad que ayudaría a paliar ese flagelo.

La cuestión es que una vez que ingresamos al bar (ubicado en la antesala)solo pudimos consumir algunos tragos y elegimos vodka, debido a su alta graduación alcohólica y nuestro ajustado presupuesto. 

“Arpegios” se ubicaba en un subsuelo: lo primero que podías ver era el bar con la clásica barra de tres lados, la puerta hacia los baños y una arcada que desembocaba en esa especie de anfiteatro donde se desarrollaría el show. Había escalones, algo que mejoraba la visibilidad si estabas en el fondo.

Esa noche el show arrancó alrededor de las 2 AM y la banda tocó como nunca, con su primera formación. Quedamos extasiados.

En el descanso Sokol, solo, guitarra en mano, le puso el cuerpo a la situación y cantó creando un momento único, donde pudimos apreciar su don de líder vocal. Tocó un tema hermoso de Sumo para luego cerrar esa noche inolvidable con la banda, que seguía el legado de Luca.

El resto, la peor parte: volver a casa después de las 5 AM, el sol golpeándonos el rostro, cansados y frágiles por tanta emoción y tanto rock.

La primera formación estuvo integrada por: Germán Daffunchio (guitarra), Alejandro “Bocha” Sokol (voz principal), Alberto “Superman” Troglio (batería) y Willy Robles (bajo).
 
 
 

 

2 thoughts on “Crónicas analógicas del rock : Las Pelotas, Arpegios,1992.”
  1. Muy bueno el relato! Típica noche de aquellas en las que hacíamos cosas que hoy, con los años, nos da pereza de solo pensarlas… pero quien nos quita lo bailao…!! Una pena no haber sido contemporáneos de Sumo, unos privilegiados de haber visto tantas veces los comienzos de Las Pelotas y de Divididos! Abrazo Pali!!

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