Por Román Ganuza
No sé si fue la visión del horizonte, o ese paso a la lejanía que el mar le facilita a la imaginación. Pero algo vinculó a la escritura con la felicidad. Gaviotas, piedras, arenas. El atardecer antes y después de las luces. Luces sobre la avenida, en las cabinas de los barcos, en el paso manso de unos pocos autos. El resonar de Borges y su puerto que “añora latitudes lejanas”. Algo me fue metiendo en el tiempo. Como un giro que se pliega precediendo una apertura. Una lemniscata, un ocho. Que se angosta para horadar y luego pasa. El cielo que marcha del gris hacia el negro. La tarde que incuba una mañana probable. Otro sol, otro estado de ánimo. Otro texto. Hoy he sido feliz.
Escribí algo que me gusta. Lo releo. Realmente me gusta. ¿Se puede ser feliz tan solo con esto? Quién sabe. Fue grato escribirla en un bar, con el jugo de naranja y el enchufe bien cerca. Con gente hablando de lo que le imponen, el televisor, el zócalo rojo. Las miradas que buscan aprobación. No hay problema señor, estoy de acuerdo con las barbaridades que dijo. No me interesan ni usted ni el tema. Y si me interesara el tema, no lo hablaría justamente con usted. Pero no lo va a saber. No estoy en mi notebook para inyectarme con noticias. Yo escribo y escribo. De modo que estoy viviendo o discutiendo conmigo mismo si esto es acaso una vida. Mimo una esperanza rara que tampoco se la quiero contar (En todo caso la voy a escribir)
Pero…¿Hay vida en la escritura? Quién sabe. A veces, como en esta tarde que se desploma sobre el puerto, la escritura parece que pudiera expandir un poco el mundo. ¿Qué tipo de alegría es la del que escribe? ¿La de algo terminado? Es satisfactorio completar un revoque, armar un avión de plástico pieza por pieza, o concluir un viaje largo y bajarse del auto. Pero un escrito, ¿Qué clase de cosa terminada es? Está su materialidad. Una pirámide más o menos armoniosa de palabras. Una hoja manchada. Algo vomitado por una impresora. Un grano de vanidad que se firma al pie, como los contratos. ¿Es eso?
¿O la escritura es una coagulación de la vida? Uy, si fuera así, qué decepción, qué error. Urgente revisión. Diagnóstico psicoanalítico. La escritura es una prótesis. La escritura es compensatoria. La escritura es onanismo. Venga Borges y deme una mano. Usted dijo que (la escritura) era una extensión de la memoria. ¿Qué le parece? ¿Hay algo más humano que la memoria? Cuando escribo crezco de alguna manera. Me muevo. Voy. Y soy un poco menos el mismo. Me abandono en alguna parte para asombrarme en otra. Claro, escribir es dejar de ser y además saberlo. Claro, escribir es pensar afuera, escapar por un rato de la conciencia o dibujarle un radio más amplio.
Creo haber estado en los lugares narrados. Me gusta esa utopía. Sueño haber convivido con los personajes descriptos, ingresando en tiempos que parecen lejanos. ¿Es así? Si fuera cierto, la escritura sería el lugar de lo absolutamente posible. Sería el gran nexo. Pero me suena presuntuoso. Estoy ahora en otro bar. Aquí alguien afirma en voz muy alta que Di María debe ser titular contra Brasil. En eso estoy de acuerdo. Tampoco está mal que entre con el partido empezado. Es inspirado y agresivo. Es imparable cuando acelera. El hombre preocupado por la formación del equipo, también me mira. Me busca para acordar o disentir. No hay más nadie aquí aparte del dueño, que limpia copas detrás de la barra. No me involucro y el gritón seguramente supone que Di María no me gusta. Ya lo veo. El desencuentro es el destino de la oralidad. Hablar no vale la pena. Se parece a hacer ruido. Yo escribo, entre otras cosas, porque la escritura transcurre en silencio y así nadie se entromete.
Ahora me parece más claro. Escribir es un acto feliz y sin embargo, solitario. Sobre todo, en mi caso, que solo algunos amigos me leen. Pero pasa lo mismo que con Di María. Es difícil saber en qué momento debe entrar la escritura en la vida. Y es muy sabio reconocer el momento en que se debe salir de ella. El halago de los amigos es tan dulce como peligroso. Saber que alguien nos lee -y nos dice que con placer- nos empuja a gritar para que a uno lo consientan y lo halaguen. Nos emparenta con el hombre del bar. Escribir es buscar secretamente a otros. Soltar la señal para que el radar tendido por almas afines nos perciba y nos confirme. Afirmar que estamos vivos detrás del silencio. Tratar de menguar un poco la soledad a la que nos confina una sensibilidad que no hemos pedido tener. Refugiarse y desprenderse. Y a veces, asomarse. El sábado por la noche, al menos, no voy a estar escribiendo nada. Quiero verlo jugar a Di María.