por Román Ganuza
Barney Sloan -un Frank Sinatra desgarbado y de pómulos punzantes- irrumpe en la idílica casa de los Tuttle. Un padre viudo, las tres hijas rubias como muñecas y la pintoresca tía Jessie (prodigiosa Ethel Barrymore). Barney aporta su contraste de cinismo bañado en tabaco y corbata mal anudada. Se burla: “casas como esta son la columna vertebral de la nación”. Está bien -pienso- algún problema tiene que haber en esta película para que después no le sobre una solución (estoy viendo “Youngs at Heart”, Jóvenes de Corazón de 1956 dirigida por Gordon Douglas). Barney sufrirá el rescate americano. Una de las tres rubias también canta, es Laurie Tuttle (Doris Day). Será la encargada de advertirle a este músico mordaz que la felicidad es inevitable. En esa casa de núbiles satinadas que intercambian risas sobre el cubrecama, surge un solo desliz. Doris Day deja plantado en el altar a Alex, un candidato que no necesita reparaciones. También músico, pero uno al que le va bien.
Lo que ocurre en el corazón medicinal de Laurie es que Barney, acorazado en su sarcasmo, tiene un peculiar atractivo: es una oveja fuera del corral. Agente del “american way of life”, Doris Day gana una cabecera de playa en las frustraciones de Barney. Lo somete a un régimen de sonrisa permanente. Aquella dentadura que se adueñaba del primer plano, deviene marca y estigma. A Barney -que para colmo es Sinatra- no le queda otra alternativa que triunfar. Se casa con Laurie, compra licuadoras, celebra navidades. Canta el tema que da título a la película cautivando a los Tuttle -incluida la tía Jessie- y a quien lo escuche. Es 1956 y la comedia musical encarna el extremo de algo que teme caerse.
Doris Day cumple así un deber nacional bien remunerado. La entiendo, pero veo que su suerte no es completa. Canta dos canciones, su voz es exquisita y su técnica impecable. Pero está con Frank Sinatra. La función narrativa de Doris disimula a la cantante. Luce peinados breves e inconmovibles. Americaniza el porte alemán (se apellidaba Kappelhoff) que delatan viejas fotos, cuando una larga cabellera le escoltaba el rostro. Solo conserva esas mejillas que parecen inflarse. Iba a ser bailarina, pero un accidente se lo impidió. Emergió como promesa del jazz en los 40, junto a Bing Crosby o Billie Holiday, pero el cine la sustrajo. Fue elegida por Mike Nichols para el papel que hizo Anne Bancroft en “El Graduado” de 1967, pero le aconsejaron rechazarlo.
Del mismo modo que su icono eclipsó a la cantante, sus comedias más celebradas -especialmente la trilogía junto a Rock Hudson- disimulan la amplitud de su carrera. Suele computarse como excepción aquella conocida actuación para Hitchcock en “The Man Who Knew Too Much” (El Hombre que sabía demasiado) de 1954. Hay otros trabajos de Doris Day ajenos al estereotipo que no suelen encabezar su retrospectiva. Comentaré tres.
Una es “Julie”, dirigida por Roy del Ruth en 1956 y también conocida como “El Diabólico Señor Benton”. Pese a sus desproporciones, esta película se anota ciertos hallazgos. Pone a Louis Jourdan, un actor asociable a la galanura y la bonhomía para convertirlo en uno de esos maridos celosos de alcance criminal (Lyle Benton). Esta parte de la historia y su tratamiento prefiguran claramente a “Sleeping With The Enemy” (Durmiendo con el enemigo) de 1991. La pobre Doris es aquí una mujer casada en segundas nupcias con Lyle Benton, el más que probable asesino de su primer marido.
Advertida de que duerme con el artífice de su viudez, Julie huye del Sr. Benton, quien a su vez desea reincidir en el crimen, ahora con ella como insumo. Julie abandona la hermosa cabaña de Palo Alto, que daba al mar de la costa Oeste y lo cambia por una visión más profana pero duradera. Se vuelve a Nueva York para retomar su trabajo de azafata. Sin embargo, Lyle Benton se revela como un perseguidor incansable y astuto. Consigue abordar el avión donde trabaja su esposa en fuga. Entra a la cabina, mata al capitán y deja gravemente herido al copiloto. Julie queda a cargo del vuelo dirigida por radio desde la torre de control. En el futuro del cine, la idea volverá a usarse. El segmento que ocupa el asunto es tal que algunos clasifican a “Julie” como una película sobre aviación. Pese a estas torsiones narrativas, Doris Day, acosada por el maniático Benton, escapando y cambiando de identidad, trabajando de azafata o recibiendo aterrada las instrucciones para aterrizar la nave, se anota una actuación irreprochable.
Tuvo más suerte Doris con un director que solía emplearla: Michael Curtiz (sí, el de “Casablanca”). La sumó a una de las películas más encantadoras que he visto: “Young Man With a Horn” (El Trompetista) de 1950. Hermosa historia de ascenso y caída de un músico de jazz (Rick Martin) jerarquizada por Kirk Douglas. Doris interpreta a Josie, la cantante y compañera de Rick en la orquesta. Se ilusiona con él, quien finalmente prefiere a su amiga Amy (Laureen Bacall). Cautivante pero inconsistente, Amy se vuelve un detonante para la perdición del músico. Doris era la chica que Rick debió haber elegido en vez de fascinarse con la hueca sofisticación de Amy (Bacall encarna esa tipología sin transpirar). Pero el desempeño de Doris Day personificando a Josie no es un mero contrapunto angelical. Es una amiga noble y solidaria. Lo demuestra en el peor momento de Rick y la propia película le tiende una merecida chance sentimental hacia el cierre. A favor de una gran dirección, Doris luce aquí por igual sus cualidades de cantante y de actriz.
Ubico la actuación suya que más me gusta en una película de George Seaton, “Teacher’s Pet” de 1958. Doris Day interpreta allí a una profesora de periodismo (Erica Stone). James Gannon (Clark Gable) es el veterano jefe de redacción de un exitoso periódico. Obligado por sus superiores, debe concurrir de mala gana a las clases que dicta Erica. Acomplejado por su falta de formación académica pero envalentonado por su rica experiencia, Gannon oculta su verdadero nombre e intenta ridiculizar en clase a la joven profesora. Ella se muestra mejor que él, convocándolo a integrarse como docente. En el desarrollo de esta historia Doris transmite todo con eficacia: La idoneidad puesta en jaque, la inteligencia para aprovechar el conocimiento ajeno en vez de competir y la decepción al conocer la verdadera identidad de su avanzado alumno.
Brilla Doris en varios segmentos. Sus humoradas al frente de clase, soltadas con amable inteligencia, sus movimientos casi coreográficos mientras explica consignas. La sorpresa inicial frente a Gannon y en el previsible romance entre ambos, una escena memorable: Al regreso de una cena en un night club, Erica -un poco celosa- imita a la inoportuna cantante del local que no disimulaba su cercanía con Gannon. Un momento de Doris Day realmente delicioso. Da cierta pena avistarle ese bagaje corrosivo porque no fue muy explotado en su carrera. Aquí queda claro que los guiones menos sexistas -Erica está a la par de Gannon en lo profesional y muy arriba en madurez- son consubstanciales a un buen protagónico femenino.
Prisionera ayer de un tópico cultural y prisionera hoy de una visión politizada, así comienzan algunas notas sobre Doris Day: “Reina del color saturado”; “Almibarada”; “Bella mentira”. El mejor llega incluso al morbo. Compara su perfil en el cine con oscuridades de su vida personal (fallecida en 2017, sus últimos años habrían sido desdichados y solitarios). Asoma cierto goce en el énfasis del contraste. El almíbar y el color son ciertos, pero no le son personalmente imputables. La mentira suele referirse al ilusionismo erótico. Sus imposibles romances con Rock Hudson porque él no era heterosexual, omitiendo que en la pantalla cualquier amor es de ficción. Sin embargo, hay una anécdota: Cuando Doris Day, muchos años después de haber dejado el cine, lanza su programa de TV, Rock concurre a pesar de su precario estado de salud. Doris, enojada con los productores que lo convocaron, lo llama infinidad de veces para que se quede en su casa y repose. Rock Hudson le avisa que estará en su programa como sea (el país entero aguardaba el reencuentro) y descuelga el teléfono. Paradoja. El generoso cuidado que se prodigaron aquí me avisa que la historia de amor entre ellos fue una de la más auténticas del cine. Otra curiosidad en la rica vida de aquella mujer atrapada por su tiempo.