Por Marcos Nuñez

En 2018 Diego Gándara publicó Movimiento único, una novela que con buen pulso y frescura nos devuelve al escritor chileno Roberto Bolaño por un rato y nos recuerda que con él el mundo era un lugar un poco menos insoportable. Este 2023 se cumplirán 20 años de la muerte del autor de Los detectives salvajes y 2666.

Es madrugada y Santiago Novoa levanta el teléfono, más porque desea dejar de oírlo sonar que por las ganas que tiene de hablar, y no es para menos: acababa de pelearse con Clara y su padre, al otro lado del océano, se está muriendo. La voz familiar de Bolaño le entra como un whisky en el estómago en una noche de invierno: “Lo que importa, lo que realmente importa, es el amor. El amor, Santiago, incluye la fetidez. Porque el amor implica amar a una persona a pesar de todo: a pesar del olor, de la mierda, a pesar de que esa persona huela a sexo, a mugre, a sexo primitivo”. De inmediato, de este lado del teléfono, el llanto de Santiago se apaga. Y la conversación sigue y podría seguir, como le gustaba decir a Bolaño, sobre los temas más peregrinos del mundo.

Movimiento único (Seix Barral, 2018), la primera novela del argentino radicado en Barcelona Diego Gándara, es un relato vivo, potente, que persigue con vitalidad la trayectoria de un joven periodista cultural que salta del conurbano bonaerense a Barcelona buscando algo que no sabe bien qué es. En este recorrido aparece el chileno Roberto Bolaño, el último mito de la literatura latinoamericana. Este Bolaño posible, incluso probable –no deja de ser un personaje de ficción en el contexto de esta novela– aparece retratado de un modo desconocido, más personal e íntimo, y es este uno de los ejes de la historia.

—¿En algún momento de la escritura temiste que la figura de Bolaño –aunque fundamental, solo una pieza en la trama– se llevara cual faro la atención en desmedro de la historia?

—Miedo no, no tuve. Especialmente porque la figura de Bolaño, si bien es uno de los pilares de la historia, tiene su contrapeso sobre otros pilares. En cualquier caso, no es una novela sobre Bolaño, sino con Bolaño.  

—Retratás a un Bolaño “desconocido”, más íntimo, lejos de la figura pública y el mito; el Bolaño de las llamadas telefónicas intempestivas; el Bolaño que habla de otras cosas además de poetas y de libros; el Bolaño que se está muriendo y no lo cuenta. ¿Cuánto te costó poner a ese Bolaño en palabras?

—El Bolaño desconocido, para mí, es el del mito. Así que no, no me costó mucho poner en palabras al Bolaño que conocí.

—¿Qué te hace reencontrarte hoy con aquel Bolaño, más allá de sus libros?

—Con el paso de los años, el Bolaño que conocí, con el que hablaba por teléfono, se fue haciendo uno con sus libros. Así que suelo reencontrarme con él a menudo.

—¿Cuánto de Diego Gándara hay en el Santiago Novoa de tu novela?

—La pregunta sería: ¿cuánto de Santiago Novoa hay en Diego Gándara? Y la respuesta sería: mucho, bastante. En algunas cosas nos parecemos, y en algunas otras ya no, aunque me reconozco en el joven y taciturno periodista cultural que fui. 

—En Movimiento único aparece la entrevista que Bolaño te respondió por mail en 1999 y que posteriormente publicaste en La Voz del Interior. Ahí Bolaño dice: “No me siento parte de ninguna parcela. Digamos que me considero, si acaso, como parte de algo que tal vez sea una nueva literatura latinoamericana”. A partir de tu novela y de tu escritura, ¿vos te sentís parte de algo? ¿Tal vez, de una supra-narrativa?

—No, no me siento parte de nada. Entre otras razones porque no me interesa mucho formar parte de ningún grupo; me gusta pensarme como parte de una comunidad, en cualquier caso. Sí me siento un hombre de cincuenta años, que nació en Buenos Aires y vive en Barcelona, que escribe y se gana la vida como buenamente puede. 

—La novela pasó por manos de editores españoles y no hubo caso. Finalmente publicaste en tu país natal, ¿por qué pensás que Movimiento único siguió este camino?

—No pienso mucho en ello. Las cosas han ocurrido así y está bien que así hayan ocurrido. 

—¿Qué pensás de los premios literarios, en particular, y del reconocimiento en general?

—No tengo una opinión formada sobre los premios literarios. Alguna vez envié algún texto a alguno y la suerte fue dispar. En cuanto al reconocimiento… Escribir es un oficio como cualquier otro. El escritor escribe, el carpintero hace muebles…

—¿Estás trabajando actualmente en otro proyecto literario? ¿Podés contar algo sobre eso?

—Siempre estoy escribiendo y de todo eso que escribo, a veces, surge algo, y a veces, nada.

—Sin apelar a los nombres propios, ¿cómo definirías la literatura que te gusta?

—Me gusta una literatura que esté viva. 

—¿Es, la literatura, “un oficio peligroso”? ¿Por qué?

—No sé si peligroso… Apenas he escrito una novela y un libro de poemas hace muchos años y soy, quizás, un poco novato para hablar de ellos. Pero sí es, quizás, un oficio complicado. Uno pasa muchas horas solo, escribiendo, corrigiendo, leyendo, horas a veces invertidas para escribir apenas un párrafo, y luego tiene que vivir su vida cotidiana, ganarse el pan de cada día. En ese sentido, es un oficio complicado. Pero bueno, esto no lo digo yo, sino que ya lo escribió Augusto Monterroso, el destino de cualquiera que haya nacido en Latinoamérica y “que se le ocurra dedicar parte de su tiempo a pensar y de ahí a escribir, está en cualquiera de las tres famosas posibilidades: destierro, encierro o entierro”.

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