Por Alison Fitzsimons

Julia Armfield nació en Londres en 1990 y la publicación de El gran despertar (2019) significó su debut como cuentista. 

Los nueve cuentos que componen este libro responden a lo que se ha llamado gótico femenino tanto por la poética de su autora como por la tratativa de conflictos en la vida de las mujeres. 

Algunos de ellos se encuentran narrados en primera persona y otros, bajo la mirada de un narrador omnisciente, un espectador que erige como la voz en off. En cualquier caso, nos introducen en la subjetividad y psicología de las protagonistas: niñas, adolescentes y jóvenes que atraviesan diversas transformaciones; una especie de metamorfosis al mejor estilo kafkiano.

Las historias descansan sobre un colchón gótico, no porque transcurran en castillos embrujados del siglo XVIII, sino por el clima de tensión constante – entre el lector y la narración-  y la sensación de extrañeza que atraviesan las líneas. 

El fin último del estilo gótico es extraliterario: producir un efecto emocional en el lector, en lugar de desarrollar una respuesta racional y, Julia Armfield, sin dudas lo consigue. 

“El modelo evolutivo darwiniano, las investigaciones en criminología y la ciencia psicológica identificaron lo bestial dentro de lo humano” (Botting, 1996) y en El gran despertar, la pasión, excitación y el miedo transgreden la corrección social y los valores morales. Las protagonistas se sumergen en la incertidumbre y, sin embargo, abandonan la pasividad adjudicada históricamente al género femenino. Emerge en ellas una violencia que asusta y una libertad aventurera.

Así es como en este tipo de relatos las heroínas reafirman la identidad propia: los datos de carácter extraño funcionan como analogía de los conflictos internos y externos que sostenemos en diferentes etapas de la vida, caracterizados como inevitables. La autora utiliza como recurso elementos de algunos clásicos de la literatura como Frankenstein y El hombre lobo y los reformula desde una perspectiva feminista.

De este modo, la obra se posiciona en la frontera genérica: lo gótico y lo fantástico, inextricablemente vinculados. Y, en definitiva, el efecto de desorientación final parece reflejar alguna desorientación más profunda en la cultura en general.   

 

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