Por Román Ganuza
Nancy Stokes (Emma Thompson) es una profesora viuda y jubilada cuyos años se aletargan en la urbe londinense. Viene de un largo matrimonio que la retuvo en la anorgasmia. Atribulada por la idea de haberse privado de ciertas delicias y a dos años de la muerte de su esposo, decide contratar a un gigoló: ¿Podrá experimentar, antes de que sea demasiado tarde, ese bendito placer que según la fiebre publicitaria refulge tan disponible como obligatorio? Ella no tuvo una vida amatoria entrañable, el ápice sexual no le ha dejado un registro que la empuje a retomar la experiencia. Ergo, Nancy se debate -aunque no lo sepa totalmente- entre el deseo y la curiosidad. Para su historia afectiva, e incluso ideológica, contratar este tipo de servicio tiene ribetes sórdidos o vergonzantes. Por primera vez en su vida, se va a acostar con alguien a quien no quiere y a quien ni siquiera conoce. De allí que la fantasía previa se desplome apenas el joven y acicalado Adonis que se hace llamar Leo Grande hace su entrada en la habitación del hotel. El primer contraste entre ambos, mayor que la diferencia de edad, es el que surge entre la incomodidad de Nancy para enfrentar la situación y la trabajada pericia del gigoló. Con su larga insatisfacción confesada y a la vista, ella deja en poder de Leo la evolución del encuentro. Pero el cuidado esfuerzo que hace él para serenarla choca con una mujer a quien la frustración no le empaña la sensibilidad. Apenas iniciado el juego, Nancy comprueba que es menos lanzada de lo que imaginaba. No acepta simplemente la idea de que alguien la va a complacer solo porque le paga. Necesita indagar, saber en qué consiste, finalmente, el peculiar trabajo de Leo.
En este punto exacto de la película “Good Luck to you, Leo Grande” de 2023 (Netflix) la directora australiana Sophie Hyde comienza a narrar bajo una mirada femenina profundamente honesta. A salvo de un igualitarismo radicalizado, no elude ni minimiza la naturaleza de la diferencia sexual, incluso en el rango físico. Porque a Nancy, que aparentemente ha conseguido sortear las propias inhibiciones, le empieza a preocupar la mecánica disposición masculina de Leo, apto para funcionar con cualquier cliente que se lo requiera. Mujer al fin, necesita saber si promueve la atracción, o si las habilidades de Leo se reducen a una técnica que le asegura el desempeño. En alerta por no sentirse segura de ser deseada, Nancy le propone pagar el servicio completo -aunque no se haya consumado- pidiéndole además que se vaya del hotel. Tras la sensación humillante del comienzo, se pone de pie con esta escena donde es la autoestima más que el temor o el prejuicio, lo que la impulsa a desistir del amante con tarifa.
Pero resulta que Leo es un especialista de la seducción y en su negativa a abandonar la habitación pone en juego algo más que el orgullo profesional. En la reticencia de esta contratante que decide desechar la oferta, se asoma también ese atractivo que él sabe buscar o provocar en sus clientes. Cada uno de ellos requiere una estrategia distinta y en este caso, para disolver las defensas de Nancy, debe aceptar las reglas de juego de una mujer que no suelta su vocación docente y condiciona la prosperidad de esta relación ocasional a un intercambio verbal previo. La transacción cruza entonces por una primera fase que discurre casi como entrevista. Interrogado, Leo se apura a despejar las suposiciones de su empleadora respecto a la elección del trabajo sexual como alternativa de vida. Le asegura que en su caso no guarda relación alguna con una historia afectiva deficitaria. Pero la zona atacada por la curiosidad de Nancy está bloqueada en la trastienda de Leo por imperio de su faz laboral. Preparado para ser el bocado perfecto, no puede servir en el plato un lateral vulnerable o un resabio traumático. Las debilidades de ambos comienzan a extrapolarse con las fortalezas. Los vaivenes e inseguridades íntimas de Nancy, que eran terreno fértil para el ensayado gigoló, se complementan con un rasgo afectivo y maternal que opera sobre las áreas escondidas y dolorosas de Leo. Allí, la inexperta y pudorosa maestra, resulta ser más libre y consistente que él.
Hyde, la cineasta oriunda de Adelaida, me sorprende por el equilibrio de su enfoque. Interpelado por Nancy, a quien el espejo ya no le devuelve lo que quisiera, Leo resulta tener una concepción de la belleza más honda. Es un trabajador que vende su cuerpo como mercancía, pero no recurre a un estimulante ni a un ejercicio de concentración. Ha aprendido a encontrar lo que hay de sensual en cada persona, a hurgar y rodear la calidez de cada uno, más allá de la apariencia, la edad o el género. El placer que no se vislumbra al principio del encuentro con otro, está ubicado al final de un recorrido paciente y tal vez espinoso, pero finalmente seguro. Pese al carácter profesional de sus prestaciones, Leo despliega un tipo de comunicación psicofísica que echa variadas preguntas sobre aquella que se practica en las dinámicas afectivas mejor reputadas que la comercial. Toca al gigoló sembrar esta interesante cuña en la categoría del “amor”, la cual Nancy, como casi todo el mundo, cree tener asida como certeza y patrimonio.
En el gigoló, la escenificación del amante perfecto se torna efectiva para Nancy justamente cuando falla. Las confidencias entre ellos van saltando la barrera de lo previsto. Ella lo invade y él se agravia, avivando ese ritmo que aumenta la confianza y la armonía entre los protagonistas. Durante la breve sucesión de encuentros en el hotel, el intercambio incuba un contrapunto incisivo y funcional a partir de las tensiones y no a pesar de ellas. Así aparecen, con espontaneidad, los signos festivos de la seducción: El juego, el baile, el trago, el relajamiento, la aproximación controlada y atenta. Es el contexto apropiado para que Nancy consiga objetivar a Leo. Ahora desenvuelve el paquete que adquirió y disfruta el producto. Mira y toca los trabajados músculos del joven gigoló, lo explora. Tuvo que ampliarlo en el reconocimiento de la persona para adecuarlo luego a la dimensión de un cuerpo deseado. La directora de la película me deja creer que ambos, con no pocas dificultades, cosecharon un triunfo. Leo, porque logra conducir a Nancy hasta ese éxtasis que no conocía; Nancy, porque de manera sutil ha sido la guía de su guía, lo ha forzado a emerger para dejarse llevar, insinuando la mayor gravitación de lo femenino en la ecuación libidinal.
“Good Luck to you, Leo Grande”, es sin duda una comedia del presente. El conflicto de sus personajes es centrípeto, privilegia la cuestión de la soberanía erótica personal, aunque lo haga a través de una trama vincular. Nancy y Leo no van a prorrogar sus encuentros sexuales ni van a ser finalmente amigos. La película no los deja despegar del lugar previo a la operación que los reunió. El propio título lo anuncia sin complejos. Sin embargo, su pertenencia al tiempo del sexo concebido como servicio y al placer como derecho, no relega la película a una atmósfera de sordidez. Por el contrario, propone un rico desplazamiento inscripto en el atardecer de la conyugalidad romantizada. Precisamente porque el problema de Nancy pasa por el placer o su ausencia, la dinámica sexual filmada por Hyde no necesita prescindir de los matices psicológicos y culturales que sobrevuelan la cama donde ella y su partenaire van mejorando lo que pueden hacer. Solo que ese sexo no se subordina narrativamente a ninguna otra cosa. Comparece en su irreductible facticidad. No se inflama en el tópico de la pasión, ni se sublima en el enamoramiento. Es solo un hecho, un tipo de momento producido de a dos donde el placer flota como promesa sin asegurar su presencia. El sexo, recortado con el tono y la textura que Hyde despliega aquí con la invaluable ayuda de Emma Thompson, revela mejor su complejidad inherente. Nancy, después de Leo, puede inferir que el placer sexual tiene grados, límites, inconvenientes y también posibilidades. Pero la inteligente elipse que le traza el guión de la película sugiere que no le ha sido dado para orientarla. Ese problema, al placer no le concierne.