por Román Ganuza
“La verdadera vida es la de los sueños”. La frase, natural en Fellini, aparece en “El jeque blanco” de 1952. Allí la escucha el personaje de Wanda (Brunella Bovo) en un momento decisivo: Provinciana recién llegada a Roma, acompaña a su esposo para visitar a familiares políticos. Pero es una devoradora de fotonovelas y escapa del hotel para ir a la redacción. Quiere conocer al icono épico y erótico de sus devociones. Si en el impulso transgresor duda, aquellas palabras la empujan hasta el fondo de esta incisión sobre la realidad. Viaja junto al elenco hasta la playa de Ostia para acercarse al héroe interpretado por el ilustre Alberto Sordi. Wanda, es cierto, regresa finalmente a la monotonía. Pero no tanto el propio Fellini, quien en una entrevista le confiesa a Soler Serrano que el cine lo sustrae en una “provisoriedad crónica”.
Un estado en el que le es posible omitir lo ingrato de la vida. Si se mira bien, incluso las oscuridades de su trabajo se resuelven en júbilo creativo. El mismo dijo que el arte provee felicidad tratando los materiales del dolor. El curioso filme del sudafricano Taron Lexton “In search of Fellini” (Buscando a Fellini) de 2017, es bastante más que un elíptico tributo. Lucy, la protagonista, no es exactamente una criatura felliniana, no sería reconocible en el cosmos de sus creaciones. Pero está inscripta en aquel temperamento que privilegia lo soñado, lo artístico, lo imaginario. Su historia es la de una prolongada infancia. Podría decirse que su madre la ha encapsulado en el universo de las películas y los dibujos. Cine americano, buena dosis de Capra y Bette Davis. Como el mago de la bufanda roja, es algo inepta para la “normalidad”.
La enfermedad de su madre pone en crisis ese espacio protegido. A los 20 años sale a buscar trabajo. Un aviso promete vínculos con el cine. Entusiasmo y decepción, solo quieren abusarla. Pero a la salida hay un festival cinematográfico “Tutto Fellini”. Y en un mismo día de su vida, irrumpen dos grandes reconocimientos. La realidad profana, descendente, y la del el arte, elevada. Lucy acelera en dirección a su propio mundo. Se radicaliza, decide ir a Italia y conocer a Fellini. Algo maravilloso porque no tiene sentido. Pero su vibrante candor no es torpeza ni tontería. Es un andar superior. Un rango de sensibilidad que incluye lo sensual. Lucy desea.
Su ineptitud deviene firmeza y ella avanza hacia Italia, hacia Fellini, y hacia el amor. Como un ángel custodio, el amarre a los sueños propios y ajenos, la preserva y la conduce. Crueldades, trampas, vulgaridad. Nada falta a su paso y en la antesala de Roma, visita Verona y Venecia. Máscaras, sordideces, orgías. Burlas y agravios. A veces es Gelsomina y otras no le falta un Zampanó o alguna Cabiria agobiante. Pero Lucy parece invencible porque es una heroína fabricada con fibra sutil. La película es un postulado. Se suma expresamente a la patria de lo imaginario. La piedad humanista del italiano alumbra a la protagonista autorizando su vuelo. Y Xsenia Solo, con su natural aniñado y profundo, bendice la búsqueda de Lexton porque ha nacido para este papel. Juntos, han encontrado a Fellini