Por Román Ganuza

Aunque lo deseo, no lo creo. Me lo avisan con estridencia: ¿viste? ¡Van a hacer el biopic de Audrey Hepburn! Me entusiasmo y rápidamente me caigo del entusiasmo. Pienso un poco más y les pregunto: eso… ¿se puede hacer? Claro que sí, contestan mis hijos ¿Por qué no? Ya está todo arreglado, la va a producir Apple y la va a dirigir Luca Guadagnino. Bien, buena idea, buen director. Pero… ¿quién va a hacer de Audrey? Ojo, que ahí hay un problema (digo esto con tono muy grave). Quienes la vimos en el cine sabemos que es imposible encarnarla. Dejo el plural: me consta que es imposible. Pero estos interlocutores, con un optimismo a salvo de revisiones, me listan pruebas de posibilidad: ¿No te acordás? René Zellweger interpretó a Judy Garland y Nicole Kidman -muy recientemente- a Lucille Ball. Aunque no lo digo, admito que fueron experimentos digeribles. Evoco rápidamente algunos biopics. Los políticos son los más fáciles de representar porque se los identifica con un solo rol. Gary Oldman y John Lithgow interpretaron a Churchill, Henry Fonda y Daniel Day Lewis a Abraham Lincoln, Rod Steiger -un genio- fue Napoleón y Mussolini. Bruno Ganz fue Hitler y nuestro Víctor Laplace fue dos veces Perón, (las dos muy bien). Las estrellas de cine son más complejas. Recuerdo a Michelle Williams cuando fue Marilyn Monroe, a Carrol Baker cuando fue Jean Harlow y a Susan Sarandon cuando fue Bette Davis. Nada de eso estuvo mal, pero ¿Audrey Hepburn? No, no va a funcionar. Ella era distinta y esta gente no lo comprendería. No sé si vieron al menos sus trabajos emblemáticos: Sabrina, Vacaciones en Roma, Desayuno en Tiffany´s. Probablemente nunca verán -al menos completa- My Fair Lady y ni hablar de su despedida artística They All Laughed, bajo la dirección del gran Peter Bogdanovich, a quien perdimos hace pocos días. Lástima que Apple no me consultó, porque este proyecto es inviable.

¿Cómo explicar su caso? Mi memoria la tiene presente en distintos y maravillosos reflejos. Tengo como un abanico de su rostro, tan peculiar e inolvidable. No era la fragilidad de su contextura menuda y casi magra, ni el caudal de bondad que podían disparar sus ojos con solo pestañear. De una manera elíptica, lo que ella irradiaba era un poder. Un poder pacífico y replegado. Una seducción que aguarda quieta porque se sabe ganadora. Puedo nombrar a Audrey en la imagen de una carretera, junto a Albert Finney y un gracioso MG verde descapotado que con frecuencia los dejaba de a pie. Era una hermosa película de Stanley Donen (Two For The Road, de 1967). Dos esposos infieles se reencuentran cautelosamente durante un viaje. Allí la tengo a ella muy irónica y distante. Unos anteojos de sol de lente ovalada muy oscura y puente blanco de carey, disimulan su ardiente esperanza de salvar el matrimonio. En esa película, su semblante tierno y por momentos aniñado no pierde un gramo de independencia y determinación. La primigenia suavidad de Audrey se vuelve engañosa. Sus alas envuelven y comprimen. Ella fue una dictadura de lo sutil. Aquí la sufre Albert Finney, pero les infligió ese mismo peso también a los titanes de la pantalla. Cary Grant, Gary Cooper, Rex Harrison, Burt Lancaster, William Holden, Humphrey Bogart, Gregory Peck. Ninguno pudo detener el fino torrente Audrey Hepburn. Se les colaba en el éter, perfumaba la imagen y al cabo dominaba cada escena con una fuerza centrípeta e indescifrable.

¿Quieren encarnar Audrey? Adelante, hagan la prueba. Mientras tanto, procuro una síntesis de sus dones, un itinerario completo de sus máscaras. Amparada en algún vínculo con lo mágico o lo feérico, Audrey suelta una gestualidad que en otros rostros podría resultar excesiva. Divierte, sí, pero esencialmente cautiva a quien la ve. Sin la menor duda es en Sabrina (1954) de Billy Wilder donde ella más se acerca a su propia totalidad. Se despliega y se recorre. Va del enojo gracioso e infantil hasta la seducción de una madurez refinada. Sabrina es un personaje absolutamente suyo. Audrey y Sabrina son genéticamente comediantes. El millonario Linus Larabee (Humphrey Bogart) la descubre en el garage de la mansión debajo de un auto. Sabrina, la hija del chofer, se asoma con sus ojos siempre asombrados y juguetones. Miente para ocultar una peligrosa travesura: intentaba asfixiarse con el monóxido de carbono que sale de los escapes del Cadillac porque el hermano de Linus -William Holden- la ignora. Pasa el tiempo y atrás quedan los caprichos que Sabrina confundía con el amor. Ahora es otra de sí misma y su encanto ha crecido con la experiencia. Con el pelo corto que es casi su emblema, el breve flequillo ladeado y las pestañas notorias, sale a navegar en velero con Linus. Viste un short y una remera oscura. Se toma las piernas con los brazos y escucha amablemente al empresario. Es -como dijo Liz Taylor- una mariposa. Sus rodillas son punzantes y sus manos amplias. Esta mujer de apariencia leve es un silencioso terremoto para Linus, quien, mucho mayor que ella, creía cancelada su vida sentimental. Pero Sabrina, con su sonrisa prudente y obsequiosa, se convierte en la dueña de su viejo dueño.

Rooney Mara. Leo que Rooney Mara encarnará a Audrey. Me desconcierta un poco. Hay cierta aridez en su rostro. Natalie Portman me parece más cercana. Pero he visto a Mara trabajar muy bien. En Carol, en A Ghost Story. Pienso especialmente en su María Magdalena de 2016 junto a Joaquín Phoenix (el Cristo más creíble que vi). Allí Mara tiene momentos de ternura y complicidad que alientan alguna esperanza. Concedo que nadie se le parece a Audrey en forma natural. Tal vez sea injusto pretenderlo porque los rostros actuales del cine cargan el impacto de un tiempo voluntariamente profano. Esas caras han crecido en medio del desdén por lo candoroso. Una Audrey Hepburn sería rápidamente abolida, no hubiera llegado a la fama. Ella poseía una dulzura auténtica y profunda. Este mundo que devora árboles, diseca las lagunas y adula a los crueles, es impropio de ella. Su rango no estaba en la fama ni en la vanidad. Y aquí viene la razón por la que no se la puede reencarnar ficcionalmente: Audrey era un ángel, ese es el secreto expeditivo y sencillo. Sé que harán lo posible. Pondrán profesionalismo, talento y pasión. Pero tengo muchas dudas. Claro que una recóndita parte mía espera el milagro. Tal vez porque su recuerdo, su sombra o su metafísica vigencia, me inspiran para dejarme creer que cualquier cosa buena es posible. Y una película que la haga flotar otra vez en el mundo a 27 años de su muerte, está entre lo más bello que podría suceder. Ojalá este biopic se estrene pronto y yo tenga que escribir aquí mismo que ella por fin ha regresado.   

 

 

 

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