Por Román Ganuza
“¿Por qué no vivo contigo? -preguntó Honoria de repente-. ¿Por qué mamá ha muerto?”. Las preguntas de la niña al padre reencontrado anudan la tristeza que gobierna sin descanso a Babylon Revisited (Volver a Babilonia). Publicado en 1931, el cuento le pertenece a Francis Scott Fitzgerald. La Babilonia que sobrevuela culposamente el presente de Charlie, es aquella ciudad de París que dejaba atrás la primera guerra mundial. Charlie perdió allí la tenencia de Honoria, la hija que tuvo con Helen y se fue a los EEUU. La niña quedó al cuidado de sus cuñados cuando murió Helen como consecuencia de un grave descuido de Charlie en una de sus borracheras. Entre las luces del cabaret parisino y el plateado brillo de las botellas Charlie fue extraviando aquel amor de su vida. Alejado del alcohol, retorna a Paris para enfrentar a Marion, la hermana de Helen que retiene a su hija y tratar de torcer esta historia trabada por el más duro de los reproches.
Richard Brooks versiona para el cine este relato inundado de nostalgia. Su película es de 1954 y se llama “The Last Time I Saw París” (La última vez que vi Paris) El cine gana en ocasiones cuando se independiza de lo literario. Pero Brooks ha operado aquí sobre lo más sensible de la narración. Leo Volver a Babilonia y es como un iceberg. Se desarrolla en tiempo presente con un protagonista que suelta escasos recuerdos. Sabiamente retaceadas por Fitzgerald, las horas pródigas crecen justamente por su levedad narrativa. En la película, Brooks invierte la ecuación recurriendo a un flashback que se empeña en desarrollar lo que el texto -con poética eficacia- dejaba en suspenso: los días de Helen (Liz Taylor) junto a Charlie (Van Johnson). Esta solución de trazo grueso sirve al menos para admirar a una radiante Liz Taylor y a Walter Pidgeon interpretando al pintoresco padre de Helen. Van Johnson me adeuda el tono corrosivo del alcohólico en descenso. Aun cambiando la época y el final sin beneficio a la vista, a Brooks le queda en pie algo de la atmósfera en la que creo reconocer a Fitzgerald.
Omito calculadamente “El Ultimo Magnate” (1976) de Elia Kazan y las tres versiones de “El Gran Gatsby” (1949-1974-2013) por muy conocidas. Quiero buscar al escritor en otros trabajos suyos llevados al cine, pero menos promovidos. Encuentro que Henry King en 1962 dirige la película “Tender is the Night” (Suave es la noche) basada en una amable novela de Fitzgerald. El marco de esta historia no podría ser más cinematográfico. Los azules de la costa francesa con sus “villas” plenas de verde o los empinados techos de la antigua Zurich cruzada de calles caprichosas. Dick Diver (Jason Robards) es el psiquiatra que se enamora en Suiza de su paciente Nicole Warren (Jennifer Jones). Ese amor indetenible y reciproco carga sobre su suerte la condición transferencial del tratamiento médico sumada a la gran holgura económica de los Warren. Nicole y Dick están condenados al recelo y la invasión, pese a lo cual conocerán días dorados en el sur de Francia.
La película de Henry King desgrana delicias del cine. Americanos prósperos en la Riviera de 1920.Terrazas con vista al mar y tupidos floreros, fiestas con Tom Ewell en el piano, Jennifer Jones y Jason Robars bailando con mucha gracia y una descollante Bugatti roja. Pero vuelve el exceso en la recurrente forma del alcoholismo. Y vuelve también esa inapelable fugacidad que obsesiona a Fitzgerald. Respetables referencias a la psicología profunda permiten al autor organizar la historia de una relación que se devora a sí misma. La película de King refleja a la adicción y a la enfermedad mental como preocupaciones que el escritor ha volcado sobre sus textos con probable resonancia personal. En esta película respiro el clima de su novela. Dos horas y media de nostálgica belleza se me esfuman lamentando que llegue el final. Esta sinfonía de Fitzgerald estuvo bien ejecutada.
En medio de mi tibia pesquisa, me alegra descubrir “Beloved Infidel” (Mi Amado Infiel) de 1959, otra película dirigida por Henry King, evidentemente interesado en la vida y la obra de F Scott Ftizgerald. Se trata de un biopic parcial basado en el libro de la periodista y entrevistadora Sheilah Graham, irlandesa, quien acompañó al escritor en sus últimos tres años de vida (1937 – 1940). Se conocen en Hollywood con órbitas encontradas. Scott Fitzgerald fracasa por entonces como guionista de cine mientras Sheilah crece como comentarista del espectáculo apuntalada por ese compañero que se convierte en un auténtico Pigmalión. Lo económico atormenta al escritor que por entonces debe afrontar los gastos de Zelda, su primera mujer, internada en un neuropsiquiátrico y la educación de su hija “Scottie”, alejada dolorosamente de su vida.
En “Beloved Infidel” Gregory Peck es quien interpreta al escritor norteamericano mientras que Deborah Kerr se encarga de dar vida a Sheilah. Es una película de comienzo luminoso. Los futuros amantes bailan y se atraen en una lujosa mansión de Los Ángeles. Sheilah, que oculta sus modestos orígenes por temor a ese nimbo de vanidades, se confiesa en una despejada playa de Malibu ante un Scott que la contiene. Bella escena respaldada por actuaciones generosas y el Pacífico de fondo. El camino en común de ambos se agrieta -otra vez- por el alcoholismo de Scott cuando, olvidado por los editores, orilla la desesperación. Las tensiones con Sheilah aumentan al extremo sin que dejen de amarse. La muerte lo encuentra a Scott en plena confección de “El Ultimo Magnate”, novela que desmiente -incluso ante sí mismo- su murmurado ocaso artístico.
Estas tres películas, tanto las basadas en textos de Scott Fitzgerald como aquella que recorta un tramo de su propia vida, decantan un tipo de tristeza delicada. El filo y la lucidez naturales del escritor le facilitan el inventario de aquello que malogra los bienes de la vida, pero no acallan un anhelo de amparo y concordia afectiva. Percibo esa luz intima que el autor se cuida de no destruir, aun pudiéndolo hacer. Su talento prefiere la melancolía. Hay en sus personajes un pudor por no haber honrado las ilusiones. La vida abunda en pretextos para derribarle oportunidades al amor. El alcohol, la enfermedad mental, o las debilidades frente la falta o el exceso de dinero. Pero cualquiera de estas incidencias se sublima en Fitzgerald por su inocultable fe en la posibilidad: Charlie vuelve por su hija, quiere curar y reconstruir; Dick y Nicole disuelven su matrimonio tratando de no dañarse; el propio autor -en la versión encarnada por Gregory Peck- concluye sus días en una curva final de recuperación. Las historias de Scott Fitzgerald desisten del fatalismo desafiando al cine. Las imágenes pertinentes, las de su vida o las de sus novelas, deben repetir como un eco que todo pudo haber sido mejor.