Por Alison Fitzsimons

Primero, un poco de historia: Chicago, en la década del 30, fue denominada “la capital del gángster”.  En ese entonces, el crimen de Norteamérica se encontraba cada vez más organizado; comenzaban a gestarse nuevos tipos de crímenes, y un nuevo modelo de criminal. 

Hasta los años 20, los políticos saldaban sus deudas con mafiosos, otorgándoles inmunidad y en los casos que lo ameritaban, contratos estatales. Esto se sostuvo hasta La Prohibición, abriendo una nueva perspectiva para los gangsters: ¿por qué continuar con el crimen desorganizado, si podían hacerse ricos de la noche a la mañana a través de la venta ilegal de licor? Hacia el final de La Prohibición, el crimen norteamericano se había vuelto completamente organizado, lucrando con vicios como el juego, la prostitución y los narcóticos.  

Casi en simultáneo, producto de la Depresión, surge otra clase de delincuentes: nadie confiaba en los bancos; comenzaba a madurar un profundo odio hacia los mismos, y allí estaban las grandes figuras como Bonnie y Clyde: robaban el banco, disparaban a algunos policías, huían y repartían lo recaudado entre la gente. En ese entonces, resultaba algo irónico que las fuerzas policiales lucharan contra el crimen; cobraban coimas mensuales debido a sus paupérrimos salarios, eran ineptos y corruptos. Se desencadenó entonces un proceso de romanización criminal y en este contexto surgió la ficción hard-boiled.    

En contraste con la ficción británica (el hijo predilecto del policial), donde el detective es el principal proveedor de soluciones a través del método deductivo y el análisis de pistas (¡qué mejor ejemplo que el gran Sherlock!), el policial duro pone el énfasis en el bajo mundo y reemplaza la fórmula del raciocinio por la acción y el uso de la fuerza.  

En este marco, el detective “duro” lucha para protegerse de las amenazas presentadas por las mujeres atractivas y peligrosas. 

Y aquí aparece Dashiell Hammett, considerado pionero en el género. Su primera novela, Red Harvest (Cosecha roja) fue publicada en 1929. Hammett crea una ficción basada en el mundo real: en la sociedad que ilustra, la violencia es un instrumento decisivo junto con el fraude, el engaño, la falsedad y la tensión sexual. Su detective es un hombre solitario con un cuestionable código moral, que sale y se entrecruza con los criminales. 

El mundo de Dashiell tiene como impronta su realismo extremo: retrata las preocupaciones, problemas políticos y socioeconómicos que azotan a la Nación. Sus personajes son contrabandistas, gangsters y criminales que forman parte de ese cosmos sin ley.  

Uno de los recursos que utiliza se basa en difuminar los límites entre apariencia y realidad; y fue esta división la que se convirtió en una de las características que definieron el cuento.  

En medio de la conformación del género, aparece la Femme fatale: son mujeres peligrosas, antítesis de la fémina hogareña y abnegada. Traidoras, sin escrúpulos, con una “belleza infernal” (sic); mujeres que utilizan su encanto sexual para cometer actos criminales.  

En Hammett, y en el policial duro de la época, el peligro que representan surge de la excesiva sexualidad que amenaza la masculinidad de los detectives.  

Esta representación de lo femenino produce en el hombre una serie de ansiedades que radican en el temor de perder su estabilidad.  

Si Dashiell reproduce la decadencia de la sociedad, la figura de mujer fatal le servirá de vehículo para materializar sus cualidades más abyectas entre las que se encuentran la inmoralidad, la corrupción y la perversión. Se presentan como una amenaza y un obstáculo en la búsqueda de conocimiento de los detectives.  

El tema principal del género gira en torno del varón inquisitivo que busca resolver un misterio y es interrumpido y perturbado por la mujer. Responde a un arquetipo femenino que destruye al hombre con la seducción y es completamente independiente. Encarna algo oscuro, tan atractivo como temible, y se vincula a los ecos cinematográficos del film noir. 

Ubicar el mal en lo femenino se nutre de un sistema falocéntrico, donde lo masculino representa el orden y la mesura; motivo por el que en la ficción dura es el detective quien, a pesar de los intentos de persuasión de las mujeres, no sucumbe.  

Pero esperen… ¿qué hay detrás de esta figura ficcional?: un modelo femenino inaceptable que debe ser controlado.  

Si bien los primeros vestigios de esta visión de mujer corrupta e infiel se encuentran en los relatos de La Biblia –un claro ejemplo es Eva, que trae la destrucción del paraíso con su pecado- y en la mitología grecolatina, la figura de femme fatale propiamente dicha se forma con Hammett y termina de consolidarse entre las décadas del 40 y 50.  

Con la llegada de la Segunda Guerra Mundial, muchas mujeres se vieron obligadas a abandonar –en los “mejores” casos, alternar- las tareas domésticas para incorporarse a fábricas e incluso a las Fuerzas Armadas y de este modo suplir la ausencia de los hombres. En este contexto surgió lo que recibió el nombre de “Mujer Nueva”, motivado, posteriormente, por el movimiento de mujeres en la Segunda Ola de Feminismo.  

Con el fin de la Guerra, muchos solados volvieron a sus hogares y se encontraron frente a una horrorosa imagen: sus dóciles esposas habían ganado demasiado terreno y poder. Los espacios – restringidos en toda la historia de las sociedades a los hombres-, habían sido ocupados por las mujeres. Cabe aclarar en este punto que, durante mucho tiempo, el lugar de la hembra estuvo limitado a las cuatro paredes del hogar (tareas domésticas y el cuidado de los hijos) -es decir, al cumplimiento de lo que su naturaleza demandaba- mientras que el macho tenía la libertad de ocupar tanto el interior como el exterior del mismo. Por este motivo, la sorpresa de los hombres radicaba en una especie de contradicción. ¿Acaso detrás de la mirada angelical de sus esposas se encontraba un sujeto traicionero?, ¿o estaban perdiendo el control que ejercieron injustificadamente sobre estos individuos desde los inicios de la humanidad?  

La dualidad en la imagen de lo femenino podemos advertirla en las identidades que se trastocan en el cuento “La muchacha de ojos grises” de Dashiell Hammett. 

Al comienzo de la narración, Burke contacta al detective privado para encontrar a su novia que, según lo que él supone, ha sido raptada. Se desarrollan una serie de descripciones de su figura como un ser angelical “… ¡hermosa! ¡La mujer más hermosa del mundo!”. No obstante, el detective deja entrever la idea de que “ella era una aventurera”. 

Hacia el final del cuento, aparece nuestra querida femme fatale. El detective descubre que aquella mujer desaparecida, no es más que Elvira, una joven que ha cometido un asesinato “hace unos meses…” (p.19). Describe su físico, algo también característico de la figura femenina que rompe con el estereotipo: “Era delgada, llevaba un deslumbrante vestido (…). Su cara ovalada era perfecta (…) Ya he dicho que la muchacha era hermosa, y ahora frente a la luz blanca de los focos parecía más hermosa todavía. Era capaz de enloquecer incluso a un detective de edad madura y poco imaginativo. Era… (…) pero fruncí el ceño y cité la lista de todos los hombres que habían muerto por quererla.” (p.22) 

El rostro de este tipo de mujer perturba las concepciones socioculturales normativas relacionadas con la feminidad dócil y la sexualidad pasiva propia de la década del 20, pero de la que no estuvieron exentas sino hasta varias décadas después.  

La mujer es señalada multifacética, como una de las cualidades propias del género femenino. En reiteradas ocasiones (volviendo al cuento), el detective manifiesta que “las mujeres no siempre son razonables” y que “no es difícil para una mujer cambiar de aspecto” (p.23) 

Pero no habría femme fatale sin su destrucción y un detective fiel a la razón y la mesura. Por este motivo, el final del relato está determinado por la decisión del investigador privado con respecto al destino de Elvira. El hecho de que se sienta amenazado por la presencia de esta mujer hace que decida entregarla a la policía. Ella acepta su destino sin más. El final no podía ser otro.  

“Hammett enlaza el modo en que trata la violencia en sus relatos con las mujeres que transgreden los roles de género tradicionales.” (Jaber, p.8) 

Es que nuestra mujer fatal comienza a formar –desde la década del 20- una figura femenina consciente de su libertad, independencia y sexualidad. Aquello a lo que el feminismo terminó de dar forma.  

El final trágico de las femme fatale, que implican tanto la muerte como la encarcelación, intenta funcionar –en definitiva- como una amenaza hacia aquellas que buscan desafiar la normativa patriarcal. 

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