Por Román Ganuza
Unas líneas de comentario no pueden saldar la distancia entre los hechos históricos y su representación narrativa. El cine es una vía de conocimiento grata, pero eso no la convierte en confiable. Sus dibujos históricos son de factura industrial y su dirección de sentido está privada de cualquier inocencia. Leo que “The Desert Fox” de 1951 filmada por Henry Hathaway sobre Erwin Rommel, buscaba aflojar el estigma alemán de posguerra. Era un Rommel mirado desde Hollywood. Esto explica tensiones internas que la película no se preocupa en disimular. El Rommel de Hathaway es interpretado por aquel notable James Mason, en una refinada composición del militar.
Justamente allí, en esa zona del tratamiento histórico, se cuela otra representación del “mariscal” trazada con menores condicionamientos. Hablo de “Cinco Tumbas al Cairo” (1943) de Billy Wilder. El director austriaco elige para encarnar a Rommel -con certera intuición dramática y visual- a su amigo el legendario e insobornablemente indócil Erich Von Sroheim.
En The Desert Fox (El zorro del desierto) Hathaway parece ensalzar al comandante del “Afrika Korps”, pero una voz en off me dice suelta de cuerpo que en la tremenda batalla de “El Alamein” habría chocado con un jefe superior (Montgomery). Esta bravata innecesaria y groseramente inexacta se refuta dentro de la propia película. Abundan las referencias al colapso logístico del alemán que sumado a los caprichos tácticos impuestos desde Berlin por el “cabo de bohemia”, aseguraron la derrota de sus divisiones. El segundo problema de Hathaway es el recorte que practica sobre Rommel para intentar rescatarlo. Muestra a un comandante en la intimidad, fuera del campo de batalla. Porque casi toda su película transcurre con posterioridad al desembarco en Normandía (junio de 1944). Es el tiempo militarmente sombrío del mariscal y del Reich. Por decirlo así, Hathaway se centra en el Rommel “político”.
La película de Wilder (Cinco Tumbas al Cairo), en cambio, reproduce las horas victoriosas del comandante alemán, posteriores a Tobruk y previas a la soñada toma de la capital egipcia. Faltan más de dos años aún para ver tropas aliadas avanzando desde Francia hacia la capital alemana. Esto lo aventaja a Wilder y quizá también a Von Stroheim. Pero incluso así, este otro Rommel pintado de rudo profesionalismo, explica mejor aquella obstinada lealtad con Berlín. Deja el rastro de un hombre cuya astucia para la guerra no tuvo correlato en la arena política. Es más, el personaje de Wilder abre mejor las puertas a una posibilidad embarrada u oculta: que Rommel fuese en definitiva un simpatizante consciente y muy entusiasta del régimen.
La posterior romantización del comandante, se alimenta en la versión de Hathaway de una llamativa incapacidad suya para leer las circunstancias en que se desenvuelve su suerte personal y la de Alemania. Las mismas que ya eran claras para casi la mayoría de sus pares de armas. Su ambigua participación en el intento de derrocar al Fuhrer -descartaba el asesinato- lo muestra finalmente como un obstáculo para la empresa. Sería injusto extender esta comparación al terreno de los intérpretes. En Mason hay más signos de sensibilidad, mientras que Von Stroheim refleja en forma física la autoridad. Mason remonta cómo puede un guion que necesita incrustar al ciudadano crítico en el militar disciplinado. Pero esa exasperante demora para reconocer a Hitler en Hitler, lo deja demasiado cerca del imbécil. Von Stroheim es más afortunado: Wilder solo le pidió que animara un idóneo comandante circunscripto a su misión. Es sabida -y muy expresa en su filmografía- la repulsa de Wilder por todo lo alemán. Esta disposición, sin embargo, ha asegurado en este caso la distancia que preserva al personaje del trazo manipulado.
La indagación permite ponderar la importancia de los textos y la dirección en el desempeño de los actores. Ambos son sin duda admirables, pero Mason me deja más lejos de un probable Rommel. Se debate en las inocuas tribulaciones de un personaje no totalmente resuelto, tironeado desde el sesgo oportunista. Von Stroheim, parado sobre un texto menos condicionado por fines publicitarios, me tiende una encarnación más depurada de aquella figura. Habiendo sido mucho mejor en el frente que en la trastienda, los caprichos del cine le han podado a Rommel una parte de lo que tenía y le han inflamado algo que tal vez nunca tuvo.