por Román Ganuza

En breve la plataforma roja estrenará una miniserie denominada Operation Mincemeat (Operación Carne Picada o Picadillo). A propósito de esto, leo en Infobae una nota de Alberto Amato sobre el contenido de la miniserie. Se trata del sabroso caso del “hombre que nunca existió”. Fue un personaje impostado por la inteligencia británica durante la segunda guerra mundial para engañar a los alemanes respecto al lugar de desembarco aliado en el continente. Creíble o no, el caso es fascinante y contiene en sí mismo un riquísimo argumento para el cine. En su columna, Amato consigna que ya hay un antecedente cinematográfico del año 1956. Fue una producción británica y la dirigió Ronald Neame, director entre otras de The Poseidón Aventure (La Aventura del Poseidón, 1972) y The Odessa File (Los Archivos de Odessa, 1974). La película se denominó The Man Who Never Was y se basó en el libro escrito por el propio autor intelectual de aquel operativo, el Capitán inglés de Inteligencia Ewen Montagu.  

No tengo nada contra el cine en escala de grises, al contrario, pero prefiero el color para este tipo de películas centralmente narrativas, que son casi una crónica de un episodio histórico y cuyas secuencias son obligadamente más fácticas que psicológicas o estéticas. The Man Who Never Was, además, está filmada en formato Cinemascope (técnica que permitía una ratio de aspecto inabarcable entonces para la televisión, competidora que asustaba al cine). La película comienza con una hermosa panorámica de un Londres que había dejado atrás los bombardeos de la Lutwaffe. Estamos ya en 1943 y la balanza de la guerra comienza a inclinarse en contra de Alemania. A seguidas de los créditos, una voz en off lee el decisivo parte de Bernard Montgomery -jefe de los aliados- anunciando que sus fuerzas ya dominan totalmente la costa africana del Mediterráneo. Esta información es el presupuesto para entender la “Operación Carne Picada” y conocer al “hombre que nunca existió”. Liberado el Mediterráneo y con Alemania dominando Francia, el sur de Europa es la entrada necesaria para el contraataque continental. Los contendientes, a ambos lados, saben que Sicilia es el lugar elegido. El comando aliado le pide a Ewen Montagu que conciba un ardid tendiente a sembrar dudas en el bando alemán respecto al lugar de desembarco. Sobriamente, el actor Clifton Webb interpreta en la película a este notable estratega. Se lo representa adusto, e incluso caballeresco en medio de una operación que tiene fuertes ribetes macabros. Descartadas otras opciones, Montagu alumbra la idea de hacer llegar un cadáver a la costa con un portafolio donde se encuentren los documentos reveladores (apócrifos) de la estrategia aliada. Así nace William Martin, el hombre que no existió.

 Aquí asoman las primeras diferencias entre lo anotado por Amato y lo que cuenta la película de Neame. El cuerpo utilizado pertenece, según la película, a un joven muerto en combate, mientras que en la nota se hace referencia a un vagabundo alcohólico. Ese hombre se había intoxicado de tal modo que sus pulmones se llenaron de líquido, haciendo creíble que se ahogara por la caída accidental del avión que conducía. Película y versión escrita coinciden respecto al lugar donde es abandonado el cadáver y los motivos de esa decisión. Se trata de las playas de Punta Umbría, provincia de Huelva, lindante con el extremo sur de Portugal y último tramo del territorio español que da cara al Atlántico antes del estrecho de Gibraltar. España se proclamaba neutral en el conflicto, pero era previsible que dieran aviso a los alemanes antes de devolver el cadáver y el portafolio a la delegación británica. El contenido del sobre que llevaba el falso Martin es extraído, fotocopiado y vuelto a meter para que los ingleses crean que no fue investigado. Aquí la película toma una tangente que no aparece en la nota de Infobae y tiene que ver con la respuesta de la contrainteligencia nazi.

Un itinerario algo azaroso a ambos lados del juego le permite al director de la película, Ronald Neame, mantener un suspenso casi perfecto con solo apoyarse en los hechos relatados. Un mérito suyo es el de no presentar burdamente al espionaje enemigo. Por el contrario, el jefe de la inteligencia alemana con sede en la Francia ocupada, analizando la documentación apócrifa, se hace la pregunta que había que hacer: “¿Tanta suerte tengo que por la caída de un avión llega hasta mi escritorio el plan de los aliados?”. Un matiz interesante es el contraste entre el apego a lo racional de este profesional de inteligencia con las arbitrarias intuiciones del Führer. Convencido de una suerte que -lamentablemente- muchas veces lo acompañó, Hitler está completamente seguro de que William Martin existe y que las directivas que portaba son reales (desembarcar en Cerdeña y Grecia). La oficina de inteligencia alemana debe luchar a la vez contra el buen ardid británico y contra el apresurado dictamen de su propio líder. Para despejar dudas, deciden enviar a Londres un espía encargado de comprobar la veracidad de William Martin y su presunta misión. Aquí la película despliega las mejores secuencias porque se acelera y se afina el estudio de la perspectiva intencional del enemigo. Se convierte en una de esas historias que se nos escapan rápidamente por el ritmo e intensidad que adquieren. Este agente enviado por los alemanes -que se hace llamar O´Reilly- da con la falsa novia de Martin, quien hace bien su papel (es la actriz Gloria Grahame). Sin embargo, en una prueba de suspicacia, inteligencia y valor, O´Reilly ensaya una jugada extrema que pone a los británicos en una difícil disyuntiva. Ewen Montagu, el ingenioso capitán inglés, puede echarlo todo a perder si responde a la temeraria maniobra de O´Reilly. Por un instante, todo pende de un hilo. A esta altura de su desarrollo The Man Who Never Was atrapa sin remedio a quien la está viendo, incluso aunque conozca el final.

Da vértigo pensar en el encadenamiento de posibilidades y errores que deciden la prosperidad o el aborto de una operación tan afinada. Son muchas las cosas que deben suceder -y más las que no deben ocurrir- para que el plan imaginado en Londres alcance su objetivo. Tanto la película como la nota de Amato abundan en ese detalle: El plan debe ser aceptado en varios rangos de poder, incluido el primer ministro Winston Churchill. Debe aparecer en un corto plazo un cadáver disponible con las características requeridas. Los familiares deben estar dispuestos a entregarlo para una misión que no se les puede revelar. El submarino que lo transporta no debe ser detectado. Frente a Huelva debe haber una corriente que empuje el cuerpo muerto hacia la costa. Los españoles deben filtrarles la información a los alemanes (sin lo cual el ardid se vuelve inocuo). Los síntomas del cadáver deben ser confundidos con los del ahogo en el mar. Las instrucciones guardadas en el portafolio deben encontrarse legibles al momento de extraerlas del sobre que estuvo bajo el agua. El inevitable contraespionaje alemán en Londres debe convencerse de que William Martin existió. Las personas que deben actuar la historia de Martin no deben flaquear ante algún agente de incógnito. Es un túnel demasiado estrecho.

Según la nota, el departamento científico británico cometió un gran error. El cadáver, cuyas condiciones se explicaban por una permanencia de varios días en el mar, no presentaba las mordeduras de peces habituales en estos casos. Los alemanes cometen un error equivalente: pasan por alto este detalle correctamente consignado por el médico español, aunque lo haya anotado sin suspicacias. Pese a estar sesgada por cierta épica al gusto de la visión inglesa, la película es una magnífica entrada informativa a un caso realmente extraordinario. Cerrada sobre sí misma, la historia quizá se pretenda más gravitante de lo que realmente fue. Sin embargo, está comprobado que antes de la invasión aliada a Sicilia, los alemanes toman la funesta decisión que los aliados buscaban provocar a través del falso William Martin: dividen sus fuerzas y pertrechos militares asentados en Sicilia y las derivan con destino a Cerdeña y Grecia, debilitando su posición. William Martin no existió, pero tuvo su minuto de gloria. Fue ficción antes de ser llevado a la ficción. Su talle es consubstancial a la naturaleza misma de lo narrativo. No hubo un personaje más propiamente cinematográfico que William Martin.

 

 

 

https://www.infobae.com/historias/2022/01/05/el-hombre-que-nunca-existio-un-cadaver-en-el-mar-y-el-increible-engano-que-ayudo-a-ganar-la-segunda-guerra-mundial/

One thought on “Huellas del hombre que no existió”
  1. Excelente análisis, como siempre.
    Aprovecho que sos más leído que yo y por ahí me podes sacar de una duda. ¿En un cuento de Cortázar, no había una situación similar con un personaje que hacía de espía con un entorno parecido a la trama de esta serie/película?
    Saludos cordiales

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