El año: 1970. La cuestión: El cine. Si aquel tiempo del mundo es recordable por algunas películas -o si algunas películas son capaces de evocar un tiempo- pienso rápidamente en las que mejor arraigaron en la memoria colectiva. Y son justamente las que voy a eludir porque echan sombras sobre otros productos que no tomaron la punta comercial o publicitaria. 1970 es el año en que se estrena “Woodstock” (Tres días de paz, música y amor). Es también el año en que Luis Buñuel -después de largo tiempo- vuelve a filmar en España y le muestra al mundo su “Tristana” con Catherine Deneuve y Fernando Rey. Es el año de la locura por “Love Story”, de Arthur Hiller, con Ali McGraw y Ryan O’ Neal. En 1970 Rod Steiger se viste de Napoleón para la espléndida “Waterloo” del ruso Sergei Bondarchuck, y George Scott protagoniza “Patton” a las órdenes de Franklin Schaffner. Pero he seleccionado tres películas de aquel año, quizá menos difundidas y que a mi entender merecen revalidarse.

“Five Easy Pieces”

Un joven director de cine (37 años) ya había filmado dos películas y había creado junto a dos socios la productora BBS, que volveré a mencionar. Es Bob Rafelson. Le faltan todavía 11 años para que se consagre con su propia versión de “The Postman Sing Always Twice” (El Cartero Siempre Llama Dos Veces), de 1981, con aquella ardiente dupla que formaron Jack Nicholson y Jessica Lange. Sin embargo, en ese 1970 Rafelson filma una película artísticamente superior a su criatura más famosa. Se trata de “Five Easy Pieces”, que aquí se conoció como Mi Vida es mi Vida.

“Five Easy Pieces” retrata la errática vida de Bob Dupea (Jack Nicholson) en pueblos de la costa oeste entre San Francisco y Los Ángeles. Es un hombre con alta formación musical (pianista), proveniente de una familia de músicos, que sin embargo abandona su casa y su arte para realizar ingratos trabajos en la industria petrolera. En realidad, Bob huye de sí mismo arrastrando en ese viaje sin norte a Kay (una convincente Karen Black) empeñada en querer a alguien que no sabe lo que quiere. Esta película de Bob Rafelson, en su tratamiento de la vida urbana y laboral, consigue soplar un aire de sordidez detrás del tedio cotidiano. Ese humor domina unas relaciones personales asentadas en la trivialidad y acostumbradas al descuido. Aterrada por la soledad, Kay soporta cualquier cosa por parte de Bob. Él, por su parte, parece que quiere volver por un momento a la música y a su familia de Los Ángeles, pero lo hace solo para comprobar que eso ya es imposible.

La película luce dos escenas extraordinarias a cargo de un joven Jack Nicholson todavía con tupida cabellera y no tan enamorado de su genético cinismo. Volviendo del trabajo en los pozos petroleros, en un gran atasco de la carretera, a Bob y su amigo los precede un camión de mudanza que traslada un piano cubierto por sábanas. Bob, que está borracho, se sube al camión, retira la sabana del piano e improvisa un concierto entornado por cientos de autos indiferentes, que tocan con impaciencia sus bocinas. Humilla así a su propio talento e insiste en probarse una vulgaridad que no le pertenece. En el fugaz retorno a su casa, lleva a su padre afásico en silla de ruedas hasta un lugar con vista al lago. Una vez solos ensaya esa confidencia que nunca prosperó cuando el padre podía hablar. Esa catarsis es un gran momento de Nicholson y a la vez un núcleo revelador de la película y del personaje. De áspera belleza, “Fives Easy Pieces” es una obra importante.

“I Walk The Line”

John Frankenheimer -que dirigía películas desde 1957- ya tenía en su haber doradas piezas del cine como “The Train” (El Tren) de 1964 o su monumental “Grand Prix” de 1966. Ese año de 1970 lo encuentra presentando una historia más intimista y austera dentro de su filmografía. No es raro entonces que “I Walk The Line” (Yo Vigilo el Camino) sea para algunos el mejor trabajo de este director. Conflicto sentimental. Henry Tawes (Gregory Peck), sheriff de un pueblo rural de Tennesee, se enamora de la joven y hermosa Alma McCaine (Tuesday Weld), que en apariencia es una sencilla granjera recién arribada al pueblo. Según relata ella misma, llegó junto a su padre y hermanos para dedicarse a la alfarería. En realidad, los McCaine son fabricantes clandestinos de whisky y especialmente inescrupulosos. Tanto, que utilizan el atractivo de Alma como carnada para obtener extorsivamente la protección policial.

El problema lo completa el veterano sheriff Towes quien pierde la cabeza por Alma y apuesta a proyectos de vida que solo él imagina. Quedan en el camino su familia y su prestigio. Comienza a quedar atrapado en el juego de los McCain y la película apoya su contextura en la terrible duplicidad de Alma, un personaje capaz de aproximar el drama pasional al thriller. Gregory Peck quiebra progresivamente su clásica sobriedad y le entrega a la pantalla un funcionario que, sensualmente encendido, arremolina su propia suerte. Está bien presente el toque Frankenheimer, verdadero maestro en la filmación del vértigo automovilístico. Descontrolado, Tawes sale a la ruta con su largo Fairlane en persecución de los McCaine. Arriesga entre cuestas y pronunciadas curvas sobre un asfalto humedecido por la llovizna. Excelsa demostración, dentro y fuera del auto. De inusual intensidad, “I Walk The Line” tiene además un final poderoso.

“Wanda”

En 1970, también se estrena la primera y última película de una artista muy personal. Bárbara Loden (foto de portada), actriz, directora de teatro y de cine, obtuvo una estrecha financiación para llevar adelante su proyecto cinematográfico “Wanda”. Ella misma protagoniza esta historia de una mujer que abandona a su esposo e hijos y comienza a vivir a la deriva, de acuerdo a como se vayan presentando las cosas. En el desangelado entorno del polo carbonero de Pennsylvania, sus días transcurren marcados por la pobreza. Si se reivindica a “Wanda” desde el feminismo, conviene hacerlo aclarando que Loden pone en escena el caso femenino del desgarro social. Wanda es una mujer expuesta, sin esposo, sin casa, sin trabajo. Su vida recorre imprevistos caminos y personajes furtivos. Se cruza con hombres, acepta que le paguen algo de comer, e intenta seguirlos.

Uno de los que se cruza con Wanda es “el señor Dennis”, un delincuente que la forzará ayudarlo en sus desventuras. Ella no quiere hacerlo, pero Dennis es al cabo el único que la mantiene a su lado por más de una noche. La notable de esta historia es su opción formal desafectada y profana. Bárbara Loden, que participó en el Actor s Studio de Lee Strasberg y estaba casada con el director de cine Elia Kazan, consolida un personaje condenado a mantener cierta ajenidad con todo lo que le ocurre. Esa extrañeza se clava en el rostro de Bárbara Loden, que embarga su indudable belleza con un paso lacónico y triste. Cruza solitaria un sendero rodeado por montañas de carbón o aguarda, junto a la única cerveza que le invitan, que el cantinero cierre y la eche a la calle. Se viste rápidamente en el motel para que un hombre no la abandone mientras ella duerme. A Loden se la ha comparado justicieramente con John Cassavetes. Viendo “Wanda” resulta penoso que no haya filmado más.

Reunir películas de un mismo año en forma tan selectiva y arbitraria no debería autorizarme a postular elementos comunes. Sin embargo, los personajes de estas tres historias comparten la elipse amarga. Bob Dupea (Nicholson) por una insatisfacción constante; Henry Tawes por un arrebato pasional, y Wanda por su fatal desamparo. A todos les falta un lugar, entendido como referencia de arraigo afectivo. Bob Dupea vive en fuga, Wanda vagabundea y el sheriff Henry Towes sueña con dejarlo todo e irse a otra parte. Nadie está bien donde está ni con quien está. Es imposible omitir esos tópicos comunes. Es más, la productora de Rafelson (BBS) impulsó también por esos años dos películas con climas afines como “Easy Reader” (Busco mi destino) 1969, de Dennis Hopper y “The Last Picture Show” (La Última Película), 1971, de Peter Bogdanovich. Muy cerca se encuentran “Vanishing Point” (Punto Límite: 0), 1971, de Richard Sarafian, y “Midnight Cowboy” (Perdidos en la Noche), 1969, de John Schlesinger. Juntando estas tres películas de 1970 con sus vínculos artísticos inmediatas, la cultura de los EEUU me ofrece una verdadera sinfonía del desencanto. Algo dejó de funcionar en aquellos días.   

 

2 thoughts on “Hurgando en el fichero del cine: 1970”
  1. quizás sea por la edad de uno en esos momentos, o quizas por que realmente fueron y son excelentes películas, mil recuerdos que me llevan a distintas salas y distintos momentos de mi adolescencia. buenos recuerdos.
    grax.

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