Por Román Ganuza

1981: El director húngaro István Szabó exhibe su “Mephisto”, película basada en la novela de Klauss Mann con aquella imborrable actuación de Klaus María Brandauer. Se estrena la tremenda “Pixote” realizada en Brasil por el argentino Héctor Babenco y “La Mujer de al Lado” de Francois Truffaut, con Fanny Ardant y Gerard Depardieu. Es el prolífico año de “Ragtime” de Milos Forman y la espeluznante “Scanners” de David Cronenberg. 1981 marca además el comienzo de la saga “Indiana Jones”, de Steven Spielberg. Tengo “in pectore” dos películas de ese año que quizá no todos recuerden (lo cual es un poco la idea de esta sección “hurgando”). Ambas tienen como tema situaciones ficcionales pertinentes a la segunda guerra mundial.

 Eye of the Needle

La novela de Ken Follet “La Isla de las Tormentas” fue la base del eficaz guion escrito por Stanley Mann para “Eye of the Needle” (El Ojo de la Aguja). Es una película de 1981, producida y realizada en Inglaterra bajo la dirección de Richard Marquand. Narra la historia de un espía alemán (Henry Faber) infiltrado en territorio inglés a comienzos de la guerra. Follet, buen conocedor de aquel momento histórico, construye un personaje perturbador que la película monta en la muy adecuada piel de Donald Sutherland. En vísperas del contraataque aliado sobre el continente, la conducción militar del Reich necesita saber con precisión con qué fuerzas cuenta el enemigo y cuál será el lugar final del desembarco: ¿Calais o Normandía? La historia se complica porque Faber debe cumplir esta orden luego de asesinar a la mujer que descubrió sus comunicaciones con Berlín.

Realiza entonces la tarea en estado de fuga. Esto le permite a la película -y Marquand lo aprovecha- abrir niveles de relato. Hay un policial de espionaje, sobre todo al comienzo, que gira hacia el thriller cuando Faber llega accidentalmente a una solitaria isla y se instala allí junto a un matrimonio en crisis. Es notable el desempeño de Sutherland alternando mundanidad, impiedad, perversión y alguna sensibilidad, según lo requiere cada momento. La impronta del actor, que exhibe su versatilidad a través de transiciones casi imperceptibles, enriquece la trama. La apertura en la definición de su personaje también tiene un correlato fáctico. Faber es implacable, competente y convencido de su misión. Pero también comete errores, tropieza con dificultades o pone sentimientos en juego.

El texto de Follet se guarda un final arrollador, muy bien puesto en escena por Marquand. Es un cierre moroso, de hondura dramática, sin duda, pero también marca un punto alto en la concepción del tema. Deja ver a la guerra como ese imperio que mecaniza y reduce lo humano. Lo impío no está solamente en las acciones aisladas y terribles que ejecuta Faber para despejar su camino. Aunque nada lo exima personalmente, hay un estado de las cosas que trasciende al personaje. El paisaje de la isla, dominado por la fuerza del viento y la soledad del mar, complementa una atmósfera que sustrae. Profundos verdes, sombríos acantilados. Una costa pedregosa y el miedo adueñándose de ese cerrado universo. Todo se completa con la imponente banda musical a cargo del compositor y director orquestal Miklos Rosza. “Eye of the Needle” es una película ambiciosa que alcanza su objetivo.

Das Boot

Wolfgang Petersen es un director al que se menciona como uno de los integrantes y fundadores del llamado “nuevo cine alemán”. Su trayectoria reconoce incursiones en distintos géneros, infantil de aventuras (La Historia Interminable, 1984) o épico histórico (Troya, 2004). En 1981 realiza una película especial: “Das Boot” (El Submarino). Ya los créditos me cuentan que de los 40.000 marinos alemanes que partieron en misiones durante la segunda guerra mundial, 30.000 no volvieron. Encargado de sabotear a los convoyes (grupos de barcos que llevan combustibles o insumos desde EEUU a Europa), el submarino alemán conducido por el capitán Lehman (Jurgen Prochnow) se sumerge en una agotadora odisea.

Lo más notable en este trabajo de Petersen es la capacidad de sostener una historia que transcurre casi en su totalidad dentro de los estrechos interiores de un submarino. La definición de esos espacios se vuelve narrativa porque informa con abundancia los aspectos técnicos del funcionamiento de la nave, sus fragilidades y sus fortalezas. La dificultad para hallar el objetivo enemigo y el terror a ser detectados alimentan sin cesar esta historia. Se depende de los cálculos, del hidrófono, del periscopio. Se vive prácticamente a ciegas. Y se convive asfixiantemente. Petersen no deja escapar el contrapunto entre la oficialidad experimentada, que ya ironiza sobre las directivas absurdas o suicidas que recibe desde Berlín, y los jóvenes inflamados de adhesión al Fürher. “Pondremos de rodillas a ese borracho” dice uno de ellos refiriéndose a Winston Churchill. “para ser un borracho, nos está dando bastante trabajo” contesta un Lehman harto de tanto triunfalismo estúpido. Su relación con el alto mando se desgarra en dos distancias: una perenne, la que hay entre la sufrida línea de fuego y el ámbito burocrático donde algunos deciden cómodamente la suerte de otros, y otra más coyuntural, la que va del militar profesional a los superiores politizados, oportunistas y aduladores.

Después de un ataque, confiado en haber impactado a un destructor enemigo, Lehman decide salir a la superficie para verificar visualmente el daño provocado. La nave atacada aún sigue a flote. Decide aproximarse, descuenta que ese destructor ya ha sido abandonado por la tripulación. Ordena un último torpedo para hundirlo definitivamente. Lo lanza y da en el blanco. De pronto, aparecen en la cubierta soldados prendiéndose fuego que se lanzan desesperadamente al mar. Lehman se indigna, no entiende que no hayan sido rescatados aun y debe abandonarlos así. Por una vez, el enemigo cobra rostro. La euforia que se desata cuando se acierta un disparo, refleja ahora sus consecuencias completas. El otro deja de ser un concepto, un numero o una figura. Es alguien que se quema vivo y se va a ahogar en pocos minutos en las narices de Lehman, quien no tiene forma de no saberlo. Eficiente y orgánico, este marino alemán no es vocacionalmente asesino. Es un capitán que de a poco va encontrando más motivos para amar a su submarino que a su causa nacional, o para quien el submarino que comanda y sus subordinados –de los cuales se siente absolutamente responsable- se convierten acaso en su causa principal y la única que conserva algo de nobleza.

1981 me regala estas dos películas filmadas cuatro décadas después de los sucesos de origen. La guerra devenida insumo narrativo es una elipse de la crueldad. Los humanos somos crueles en las batallas e ignoro si dejamos de serlo cuando consumimos con gusto las sombras estilizadas del dolor y presenciamos como un mero servicio narrativo el oscurecimiento de tantas vidas prematuramente malogradas. Me queda la coartada de invocar el conocimiento de aquellos hechos a través de películas capaces de encender una reflexión. Creo que “Eye of the Needle” y especialmente “Das Boot” tienen ese poder. O, mejor dicho, me gusta creer que es así.   

 

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