por Román Ganuza
No tiene suerte Ryan Gosling con la ficción. En “La La Land” (2016) quien se aleja de su vida es Emma Stone. En “Blue Valentine” (2010) de Derek Cianfrance, (o aquí “Triste San Valentín ”) le toca a Michelle Williams la tarea de abandonarlo. Pero hay una gran diferencia: en aquel musical la ruptura funciona como una afirmación de su camino auténtico. Pierde a la compañera pero gana una certeza, se encuentra con lo que quería ser. En el fuerte drama de Cianfrance, su personaje no cesa de caer y no surge a la vista ningún aspecto provechoso de esta separación, al menos para él. Si hay una constante loable en el film, es que el director priva al público del menor respiro ilusorio. No traiciona nunca el recorrido que se propuso, que es en definitiva una crónica del deterioro. Las parejas son frágiles, y esta se vuelve irrecuperable. Otro mérito es el de haber condensado prácticamente en una jornada, el registro de las zonas dañadas en el espacio común que componen Cindy (Williams) y Dean (Gosling). Ese paneo arranca con los diálogos, perfectamente diseñados, donde la recepción se ha enturbiado y las repreguntas se formulan bajo el disfraz de la desconfianza cuando en realidad persiguen –quizá sin saberlo- la colisión. “Conviertes todo lo que digo en algo que no quise decir” (Cindy). Por el gravamen de lo cotidiano, los puntos no convergentes crecen o se vuelven más visibles. Un amor que se armó con cierta magia e improvisación se diluye en lo profano: sacar la basura, cuidar al perro, preparar el desayuno, visitar a los suegros.
En un acto desesperado, Dean imagina una noche distinta, fuera de la casa, como rito erótico de recuperación. Y aquí viene lo mejor para mí de este tremendo film. Las escenas de sexo que en muchas ocasiones resultan oportunistas y disimulan la infecundidad, en “Blue Valentine” son imprescindibles. Porque la pretendida noche especial en el hotel temático le permite a Cianfrance desarrollar una secuencia realmente poderosa, en la cual ya son los cuerpos los que expresan el hastío. Es un segmento magistral y doloroso. El desdén de Cindy comienza con negativas a la complicidad con Dean y culmina, alcohol de por medio, en una hostilidad que no puede contener. Adscribiendo a la dinámica general de la relación, su intento de reparar ese desaire solo consigue agravar las cosas.
A partir de allí, el espiral descendente no se detiene. Cianfrance filma sin afectación, no parece ocuparse tanto de las bondades de un plano o lo imprevisto de alguna secuencia. Sabe que lo necesario en su película es esa atmósfera de malestar, la preocupación y los temores de él, el profundo hartazgo de ella, y el carácter irreversible de la caída. Si algo le confiere mas tristeza al relato son los delicados flashbacks donde ambos se conocen y se enamoran. Hay una bellísima escena callejera, en la que Cindy baila con mucha gracia en el umbral de un comercio mientras el toca y canta para ella. El contraste es casi morboso y dan ganas de apalear al tiempo por asesino. Poco recomendable para personas que tiendan a entristecerse con estas situaciones, la película es buena y seria.
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