Por Román Ganuza

Sorprendido, leo que la película Seberg, de 2019, dirigida por Benedicto Andrews y protagonizada por Kristen Stewart, les ha merecido a los usuarios de un conocido portal cinéfilo una pálida calificación promedio. Debajo del mezquino numerito (5,3) leo las críticas de los críticos. Paso de la sorpresa al fastidio. Seberg retrata un tramo puntual de la vida de Jean Seberg, la actriz norteamericana que inauguró un estilo a partir de su personaje en A Bout de Souffle (Al Final de la Escapada o Sin Aliento) de 1960, esa película de culto que dirigió Jean Luc Godard y ella protagonizó junto a Jean Paul Belmondo. Un ligero repaso de su trayectoria puede ayudar a entender mi reacción. Nacida en 1938 en Iowa, EEUU, Jean Seberg, a los 19 años ya hacía a Juana de Arco bajo la dirección de Otto Preminger y la muy buena Bonjour Tristesse con el mismo director en 1959. Tras filmar para Godard en pleno estallido de la Nouvelle Vague (1960), su carrera encadena hitos rescatables como Lilith (1964) de Robert Rossen, La Ligne de Démarcation (1966) de Claude Chabrol, o Les Hautes Solitudes (1974) de Philippe Garrel. Pero los productos menores y taquilleros son más frecuentes en su dispar carrera. Quizá haya sido su joven y espantosa muerte en 1979, a los 41 años, lo que eternizó su rango icónico. Fue para siempre Patricia, la vendedora de diarios en las calles de París, con su pelo varonilmente corto, la remera marina, y el desenfadado romance con aquel delictivo Belmondo. Me pregunto si esa lejana refracción que la elevó a mito puede haber condicionado a los especialistas encargados de velar por nuestro consumo visual.

La película se ciñe al año 1969 en el que Seberg, con motivo de su viaje a Hollywood para participar en un western de Joshua Logan, se involucra con el movimiento de derechos civiles Black Power y con su líder, Hakim Jamal. Tanto es así que la película llega a nosotros con el título Vigilando a Seberg. Es inevitable que el otro gran protagonista de la historia sea un agente del FBI con su mandato de desprestigiar y disuadir a notorias figuras públicas que aparezcan apoyando movimientos políticamente revulsivos (ya tenían suficiente con Marlon Brando que no faltaba a ninguno). Pero insólitamente, alguien le achaca a la película “no haberse centrado más en el personaje”. Parecen no advertir que Seberg manifiestamente no es un biopic. Otros dos escribas citados por el portal coinciden en cuestionar un aspecto no formal del muy buen trabajo realizado por Andrews. Le reclaman mayor información sobre el personaje, referido a etapas anteriores a este segmento o lamentan que el espía de Jean sea el coprotagonista, objetando las proporciones de participación. Esto me recuerda una premisa de Goethe según la cual daría la impresión de que el crítico sabe antes que el autor qué es lo que debe hacerse y cómo. Por suerte existe Paula Vázquez Prieto, columnista de cine en el diario La Nación, quien sobresale por su modo ingenioso, desprejuiciado e intuitivo para ver y disfrutar el cine. Parece atender aquel fino reclamo de Susan Sontag: superar la crítica para alcanzar la erótica del arte. Paula -mi única referencia constante y preferencial- me obliga a robarle un concepto sobre Seberg que yo no sería capaz de generar: “Nadie podía darle a Jean Seberg una mejor encarnación que Kristen Stewart, no tanto por su parecido físico sino porque representa ese tipo de celebridad que ha conjurado el adentro y el afuera de la pantalla en la esencia de su personaje.”

Acorralado por la lucidez del párrafo, tengo que empezar a hablar de la película distinguiendo el talle icónico de Jean Seberg de sus cualidades artísticas. Y aquí la paradoja es que Kristen Stewart es una actriz superior y más amplia que la venerada heroína de A Bout de Souffle. No me propongo ser un iconoclasta, pero así son las cosas. No todo actor del pasado fue mejor y me pregunto si no se filtra alguna incisión gerontocrática en la incomodidad y frialdad con que fue recibida esta película. Jean Seberg es leyenda, no cabe duda, y me cuento entre los admiradores de su mediación disruptiva e histórica. Stewart, en cambio, no es musa de ninguna prestigiosa corriente cinematográfica pero su registro tiene una eficacia incontestable. Tanto, que acalla con facilidad la supuesta carencia de información sobre el personaje. En este punto, ella misma es casi el guión. Diseña un personaje en doble disonancia, hacia afuera y hacia adentro. A Jean Seberg, su paso por la escuela crítica francesa y hasta su matrimonio con el escritor Romain Gary, la impulsaron a esperar algo más que una participación en el cine basada exclusivamente en su atractivo. “Quiero hacer otro tipo de cosas” se queja a su manager en un vuelo de París a Los Ángeles. Y en su aproximación al líder negro Hakim hay una concurrencia de generosidad, arrogancia y deseo. Pronto, esta organización, altamente ataviada por su pregnancia religiosa, hará colisión con la liberalidad estética y sexual de la inquieta Jean. Sola y voluntariamente, se ofrecerá como blanco predilecto de la persecución represiva al tratar de ocupar un lugar social y culturalmente ajeno. Jean Seberg sobreactúa su solidaridad como si fuera otro de esos roles que habitualmente ensaya en el set. No es insincera, tiene convicciones afines a las causas que apoya, pero es pretenciosa e ingenua. El costo de su temeridad será muy caro y muy injusto. Inteligentemente, la película deja flotar la idea de que Seberg quiso hacer fuera de la pantalla aquello que no encontraba en las películas que le ofrecieron durante esos activos días de 1969.

El agente del FBI encargado de espiar y grabar incluso sus encuentros íntimos con Hakim, es en la ficción Jack Solomon (Jack O´Connoll) un profesional que va entrando en crisis a medida que le toca verificar la progresiva destrucción de Seberg en tanto actriz, mujer y esposa, como consecuencia de su “trabajo”. Es probable que la película tiña con un tono romántico a este personaje -aunque lo hace con cautela- y lo mejor en este andarivel dramático es el contraste de Jack con su necio compañero Carl Kowalski (Vince Vaughn) un fascista feliz de serlo. Brutal, despiadado e inescrupuloso. Jack es el indispensable instrumento narrativo para poner en escena todo el accionar invasivo y difamatorio que va a estropear los últimos años de vida de Jean Seberg y que probablemente haya sido el detonante de su macabro final. Kristen Stewart contiene con suficiencia a una Seberg cuya rebeldía es genérica y porta importantes porciones de frustración personal. Se destaca la actuación de Yvan Attai como Romain Gary, compañero generoso y protector de Jean, a quien comprende y apoya de manera incondicional. Él es quien mejor entiende lo que está pasando y quien mejor conjetura lo que va a ocurrir. En contrapunto con el estoicismo valiente y para nada ingenuo de su marido, la Seberg construida por Kristen Stewart luce una conmovedora fragilidad que quizá sea la esencia de su constitución personal. La actriz del presente se apropia bien de la actriz de la leyenda y vuelca su decisivo aporte en una película que toma un abanico de riesgos. Desde un agente del FBI capaz de tentar una redención hasta el recorte de una mítica figura del cine menos generosa de lo que ella misma cree ser. No me gustan los números para calificar una película. Es un gesto desproporcionado y cómodo que reduce con vértigo una montaña de trabajo y creatividad ajenas. Pero enojado con ese 5,3 casi agraviante, quiero al menos decir que la película es eficaz, que el director hace un buen trabajo y que la actriz principal es cautivante y talentosa. Nadie debería dejar de verla por esta forma arbitraria de calificar películas.

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