Por Alison Fitzsimons

El título para este artículo lo tomé prestado de Michele Petit, antropóloga y novelista francesa. En uno de sus libros nos habla acerca de la literatura y su función reparadora. No es que la lectura literaria tenga realmente una misión; de hecho, no existe nada más alejado de eso: recordemos que para grandes estudiosos de las letras -como los formalistas- su función es puramente estética. Pero aquí no voy a intentar objetar las propuestas formalistas  -pues estaría entrando en terreno peligroso- sino que mi perspectiva de lectura será la de ver a la literatura como vehículo para el abordaje de temáticas tan difíciles de encarar por educadores y educandos como la diversidad étnica y de género, los conflictos sociales y culturales; aquella que nos permitirá hacer visible diferentes realidades. 

Antes de profundizar en el tema, quiero hacer hincapié en algo fundamental desde mi punto de vista: que el lector lo es de sí mismo. Con la lectura emerge el “yo”; el sujeto logra su identificación. Haré una comparación rápida y superficial con la pedagogía de Freire que, en resumidas cuentas, nos habla de lo indispensable de una educación liberadora que impulse la reflexión y el diálogo. A través de ella el educando se identifica y transforma. ¿Y si lo llevamos al plano de la literatura? El texto puede ayudar a liberar algo que el lector lleva en él de manera silenciosa. La lectura puede funcionar como medio para abrirse al otro -y a uno mismo- y así contribuir a la elaboración de una identidad. Leer puede ser sinónimo de defensa ¿ante quiénes? ante aquellos que buscan llenarnos de retóricas simplistas: los grandes oradores de la escuela sofista. 

La lectura crítica y reflexiva nos permite estar mejor armados con herramientas para resistir a la exclusión.

¿Y la literatura juvenil? Me voy a centrar en la selección de material literario escolar: el contexto social de los últimos años nos está obligando a abrir el corpus. Durante mucho tiempo se habló sobre el inconformismo frente a los textos incluidos en los llamados cánones pero, ¿por qué? por el simple motivo de que responden a las peticiones e intereses de las minorías dominantes. Selección hegemónica, alejada de lo heterogéneo de nuestras aulas y su día a día. Si la educación tiene el deber de encontrar la transformación de los educandos, la lectura literaria es una de sus herramientas y, por extensión, debe perseguir el mismo objetivo. Es por eso que hallamos la necesidad de abrir el corpus: el docente tiene el compromiso de conducir a los alumnos hacia lugares que le resulten familiares. El objetivo no debe ser aprender de memoria, saber recitar determinados pasajes y responder a una serie de preguntas que poco tienen de “comprensión lectora”. La importancia radica en conseguir que aquello retenido en la memoria sean esos retazos que hayan logrado una verdadera movilización personal y ponga en marcha eso que se encontraba quieto dentro de los estudiantes. Su relato posterior será la imagen de lo  que ha logrado producir cierto efecto. Quizá no en todos, tal vez solo en algunos; lo realmente importante es lograr descifrar qué necesitan explorar. 

Gracias al movimiento constante de las sociedades, hoy podemos encontrar gran cantidad de colecciones juveniles que exploran, algunas de manera directa y cruda, diversas situaciones que no son en absoluto ajenas a nuestros alumnos. A diferencia de los grandes bestsellers, ellas se encuentran lejos de los cánones. Van más allá de lo políticamente correcto y, a través de la ficción, exponen de manera disruptiva conflictos y realidades sociales diversas, difíciles de tratar en el ámbito familiar y escolar: diversidad de género, situaciones de violencia, abuso y marginalización. Aparecen como una posibilidad de acercamiento a sensaciones y situaciones que cualquiera de nuestros alumnos puede haber experimentado. Allí pueden leer palabras que les permitan sentirse menos solos y hasta reconocer(se) en sus miedos. 

Con todo esto no quiero decir que debe erradicarse la literatura más bien ociosa como la fantástica. Este artículo pretende ser simplemente una exposición acerca de cómo la lectura literaria, mal llamada por muchos como “de distracción” puede transformarnos desde adentro. 

El lenguaje nos construye; nos da la posibilidad de dar un nombre a lo que sentimos y vivimos: y la lectura puede llegar a sacudir creencias que creíamos firmes.