Por Alison Fitzsimons
En la primera parte de este artículo anticipé que el análisis iba a centrarse en la composición artística de la figura femenina y su estrecho vínculo con la procedencia de las autoras.
En este caso hablaremos de la obra de Sandra Cisneros, con un gran elemento revolucionario: la negación al sincretismo cultural, impulsado por Estados Unidos desde los inicios del entrecruzamiento con México. La convivencia forzada de la comunidad chicana en Estados Unidos produjo una serie de conflictos entre ambos y, Cisneros, utiliza el bilingüismo en sus historias como muestra de la hibridación cultural consecuencia del mestizaje. Utiliza el inglés para “expresar nuevos sentidos” y lograr llegar de alguna manera a los habitantes norteamericanos con ascendencia mexicana que han perdido su lengua natal.
Entre los principales rasgos de la obra de Cisneros se encuentran: la presencia de un narrador femenino, elementos de la cultura chicana (como el machismo y determinadas creencias) y el conflicto con el lugar de la mujer, al igual que sucede en Chopin. En El arroyo de la Llorona podemos identificar además otros elementos convergentes con la obra de Chopin: la concepción del vínculo matrimonial que deja a la mujer en situación desventajosa, empero su idealización inicial.
Cleófilas, la protagonista del relato, recibe autorización de su padre para viajar con su nuevo esposo “varios kilómetros de pavimento, cruzada la frontera y más allá, hasta llegar a un pueblo del otro lado” (p.1). Esto deja plasmada la dependencia a las determinaciones de las figuras masculinas. La ausencia de un rol materno y la pertenencia a una clase social pobre, la obligan a lidiar con seis hermanos y su padre, funcionando este último como centro y ella como criada, visible en su medio solo para atender a los hombres. Cleófilas cree que el matrimonio es la solución para alcanzar sus sueños. No obstante, descubre que su vida de recién casada es frustrante -o sofocante, en términos de Chopin-.
El arroyo cerca del cual viven, cuyo nombre es -en la primera traducción que hace nuestra protagonista- “Gritona”, se comporta como una figura creativa para explorar las condiciones marginales en las que vive.
Tiene dos vecinas, Soledad y Dolores, nombres que aluden no casualmente, al destino pre configurado de las mujeres. Una, viuda; la otra, con hijos y maridos muertos, dedicaba su vida a cortar flores y colocarlas sobre las tumbas. Ambas estaban “demasiado ocupadas recordando a los hombres que se habían ido…” (p.3) como castigo por ser mujeres.
Cleófilas se refugia en las novelas, lugar en el que se refleja la idea del amor para toda la vida donde se afirma: “ama, siempre ama, pase lo que pase, porque eso es primordial”(p.1) porque “sufrir de amor es bueno”.
La autora utiliza como rasgo distintivo en toda su obra la presencia de la violencia ejercida por el hombre y el consiguiente sometimiento de la mujer, como respuesta al sistema establecido. Luego del primer golpe, Cleófilas se cuestiona solo haber conseguido quedarse absorta y, acto seguido, sentirse conmovida por el rostro del hombre con “lágrimas de arrepentimiento y vergüenza”. Intenta auto convencerse, pues debe ser parte inevitable de su vida conyugal, y piensa que “es el hombre al que he esperado toda mi vida”(p.3). En un momento del relato se plantea volver a su hogar natal, idea que elimina al pensar en el “chisme”, ya que estaría rompiendo con las normas sagradas del matrimonio. En palabras de la protagonista: “regresar a casa así, con un bebé en brazos y otro en el horno, ¿dónde está tu marido?”(p.4), otro elemento constitutivo del pensamiento patriarcal al que las mujeres se encontraban sometidas.
Con el tiempo comienza a romperse el encantamiento y descubre que su esposo “no se parece a los hombres de las telenovelas”; sin embargo, decide aceptarlo porque había jurado vivir por y para él. Es en este punto en que el arroyo adquiere una connotación ya no como “grito de alegría”, sino en representación de la leyenda acerca de “La Llorona, que ahogó a sus propios hijos” (p.5). Estos datos nos aportan información con respecto a la dicotomía emocional de las mujeres y los mecanismos de resistencia mental para luchar internamente con el sistema ofrecido. Ellas, en la cultura chicana, no son vistas como individuos independientes sino que su condición de sujeto está circunscrita a la valoración que hacen los hombres en su rol de madres, hijas o esposas.
Encontramos en el relato, además, evidencias con respecto a la situación económica de la comunidad chicana que se hallaba relegada a ser parte de una fuerza laboral estratificada según su origen étnico. Pedro (su esposo) era pobre, algo que nos permite contrastar el “mundo prometido” norteamericano con la realidad marcada por la marginalización económica.
Otra pieza importante en la narrativa de Cisneros, en reciprocidad con Chopin, es la ruptura en la figura femenina concebida como sujeto dependiente del sistema patriarcal. Del mismo modo en que la Sra. Mallard responde a una representación hostil de la mujer, Felice se posiciona como mujer libre. Es quien ayuda a nuestra protagonista a escapar de la asfixia de un matrimonio infeliz e impuesto. No es casual que su nombre signifique “felicidad” y funciona como sinónimo de libertad. Esto nos remite al funcionamiento del movimiento feminista en comunión, masa que en conjunto puede romper con las estructuras opresoras del machismo. Una prueba del funcionamiento es la palabra de la doctora que asiste a nuestra protagonista: “si no la ayudamos nosotras, ¿entonces quién?” (p.6). Cuando Felice transporta en su vehículo a Cleófilas hacia San Antonio con el fin de que regrese a su pueblo natal y pasan sobre el arroyo, Felice empieza a gritar y decir: “Siempre lo hago cada vez que cruzo el arroyo, usted sabe, por el nombre. La Gritona, pues entonces yo grito” (p.7).
Mientras que en un punto de la narración el arroyo representa dolor y lágrimas para Cleófilas, éste representa coraje y libertad para Felice. El comentario de la joven, “por eso me gusta el nombre de este arroyo. Dan ganas de gritar como Tarzán” (p. 7), sugiere que es una mujer libre e independiente. Es en ese instante, en el que Cleófilas se revela que ha estado toda la vida dependiendo de un hombre representante de una sociedad patriarcal que la ha sometido y anulado. Cisneros refleja poéticamente en el final del cuento el significado de esa liberación al mencionar que “fluía de su garganta un cinto largo de sonrisas, como el agua” (p.7). El agua aparece, al igual que el mar en la poética de Chopin, como símbolo de libertad.
Es importante destacar que, cuando en un punto el arroyo tenía una connotación negativa, se transforma ahora en emblema de la identidad femenina, en independencia; Cleófilas se libera de un matrimonio abusivo y de la dependencia tanto de un hombre como de su inmersión en un mundo de fantasía: las novelas.
Tanto la historia de Cleófilas como la de Sra. Mallard funcionan como ejemplos de mujeres ficcionales que han transgredido los perfiles aceptados y naturalizados como respuesta a “¿cuál es el rol de la mujer?”.
Chopin y Cisneros han escrito en base a los intereses de las mujeres y nos ofrecen un cambio renovador frente a los patrones determinantes en las sociedades.
La ficción, como desarrollé en “Lectura reparadora”, logra visibilizar y desnaturalizar determinados aspectos de la vida humana cotidiana dados por hecho, y la literatura de mujeres se erige como la oposición a las auto-representaciones del texto cultural “masculinista”.
En conclusión, uno de los elementos causantes de las prototipos femeninos han sido -y siguen siendo- las tradiciones étnicas y sus directores masculinos. El mayor punto de convergencia radica en la marginalidad y represión sufrida por pertenecer a “lo otro” y a la imposibilidad, de las culturas dominantes, de aceptar aquello que no se corresponde con sus lineamientos: lo que se considera diferente e inentendible es anulado.