Por Román Ganuza
Como director de cine, Saturnino “Nino” Manfredi fue breve pero excelso. Contrastado con sus numerosos e indelebles protagónicos, los trabajos que lo tuvieron al otro lado de la cámara tienden a perderse. Quizá incluso entre quienes lo admiran, haya muchos que ignoran esta faceta del artista nacido en Castro dei Volsci en 1921 y que falleció en 2004 en Roma. Fue impactante ver una película suya de 1971 luego de tantos años. Se trata de “Per Grazia Ricevuta” (Por Gracia Recibida) que, gracias a la incontenible vulgaridad de los distribuidores, llegó aquí como “Las Tentaciones de Benedetto”. Película indócil, apuesta a colarse en el consumo anunciada como comedia. Lo cual es parcialmente cierto en un trabajo que se desarrolla al margen de la afirmación y va asumiendo forma de pregunta. Su tratamiento por momentos agrio, le permite moverse entre lo grotesco y lo sublime. El propio Manfredi escribe el guion de esta historia y encarna a su personaje central.
Internado en estado de coma por un accidente, Benedetto Parisi (Manfredi) hace un racconto mental de su vida. Niño a cargo de una tía por el fallecimiento de sus padres, la infancia de Benedetto está marcada por un episodio: la caída por un despeñadero en su pueblo natal de montaña. Pese a los metros recorridos y los fuertes golpes en el trayecto, Benedetto yace intacto en el suelo. Todos se sorprenden. Alguien sentencia que ha habido “milagro”, que ha mediado San Eusebio de Vercelli, patrono de la ciudad. Benedetto se convierte en fetiche local. Durante las procesiones, las mujeres lo quieren tocar para que les contagie el alcance bendito. Animado y a la vez contenido por esta lectura de su suerte, Benedetto crece vinculado a la Iglesia.
Nino Manfredi no victimiza al personaje en su relación con ese mundo de resonancia medieval. El convento franciscano donde vive y ayuda como civil no tiene una presentación oscurecida. Al contrario, son los propios frailes quienes lo llaman a Benedetto salir de su repliegue. Sospechan que su fe tiene un alto componente de reticencia al mundo y que su devoción por el santo se vuelve morbosa. “¿Por qué lo esperas a Dios aquí en vez de salir a buscarlo? Vete y búscate una mujer”. Así le habla el prior a este hombre que a cada rato quiere confesarse por nimiedades ante la risa indulgente de los franciscanos. Benedetto, que teme muchas cosas, le teme también a no creer. Su gratitud es genuina y también interesada. Lo resguarda de su deseo, y del terror que le provoca ese mismo deseo que anda buscando hendiduras por donde soltarse. Lo experimenta inesperadamente en una notable secuencia: debe extraerle el veneno de la pierna a una maestra (Mariángela Melato) picada por una serpiente. Es la misma chica a la que solía espiar escondido entre los arbustos. Benedetto no quiere tocarla, pero no le queda alternativa. Solo hay niños escolares alrededor. Su imprevista voluptuosidad en la maniobra asalta el pudor de la maestra y abruma luego de vergüenza a Benedetto. La escena parece de comedia, pero es dramática y violenta.
La vida lo cruza a Benedetto con el farmacéutico Oreste Micheli, un hombre en las antípodas del candor teologal. Radicalmente ateo, moviliza zonas retenidas en las dudas y tensiones de Benedetto, que aquí gira su devoción. Aun desde la disonancia, Oreste también se ocupa de lo trascendente. Benedetto ha encontrado con quien hablar. Ahora es Oreste (interpretado por el genial Lionel Stander) su nuevo faro, el reemplazo de San Eusebio. El problema de Benedetto crece en medio de esta polaridad. Su lugar definitivo no es ni la farmacia ilustrada y hospitalaria de Oreste ni la bóveda cálida y amistosa de los frailes. Entre bendiciones o entre desmentidas, él sigue igualmente huérfano, no deja de ser el niño que espiaba la desnudez de la tía. Su sensualidad y su ternura son casi indistinguibles. Una noche, cansado de tribulaciones, apoya su cabeza en el regazo de Oreste. Así dormido lo ve Giovanna, la hija del farmacéutico, que se enamora en el acto de este niño de 40 años. La escena ostenta una exquisitez de tipo clásico.
Giovanna es interpretada por la increíble Delia Boccardo, una mujer que parece salida de los pinceles de Jan Van Eyck. Es tan delicada como Benedetto. Ella toma la iniciativa, le propone intentar el amor, hacerlo entre ellos que son afines y conocerlo con el cuerpo. Giovanna es suave y sabia. Comprende que ambos son como ángeles de carne y que si Benedetto le dispensa esta confianza física es por la importancia que Oreste ha adquirido en su vida. De modo que le toca a ella conducir a este niño asustado de sí mismo, tanto en la alcoba como en la vida. La extraña elipse que el Manfredi director le impone al Manfredi protagonista parece explorar la suerte de una sensibilidad y una sensualidad desamparadas dentro de un mundo simbólicamente tironeado. Demasiada fe en la gracia, demasiada fe en la inexistencia de la gracia. Tal vez Manfredi, a través de su película, me sugiere las hondas preocupaciones de un creyente en crisis que no se conforma con la irreverencia intelectual. “Si Dios existiera, habría que eliminarlo”, dice Oreste en una apostasía que no consigue esconder la fuerte demanda de presencia.
En el péndulo agotador de Benedetto, San Eusebio -o lo que él representa- nunca se aleja del todo. “Tienes la impotencia del omnipotente” le reprocha acertadamente Orestes a Benedetto en la noche frustrada con la prostituta. Esa verdad de su sexo, vale también para su cielo. Ni el placer sin el amor, ni un Dios medianamente creíble. Es todo o nada para este hombre compelido a poblar zonas de ausencia. Ese humor se trasunta claramente en “Per Grazia Ricevuta”, película maravillosamente ambigua e inestable. Que cuando transita como comedia lo hace al servicio de un drama íntimo. Que puede hacerme reír sin darle descanso a mi compasión. Que tiene ese rapto de calor italiano esparcido como pausas de alivio para un personaje siempre próximo a desesperarse. Porque Benedetto, cuando es gracioso, lo es en su dolida inadecuación. Manfredi no enfoca al personaje solo en sus líneas torpes o desproporcionadas. No es ese el objeto del guion. Su cámara privilegia con sutileza lo que a Benedetto le falta. Tremenda obra de un actor y director que logra escapar de lo pintoresco disparando finas refracciones.