Por Román Ganuza
Me confundo. Fortunato de la Plaza no es Victorino, aquel que fue presidente por la enfermedad de Roque Sáenz Peña. Google me enseña que Fortunato fue un recordado intendente de Mar del Plata. Obtuvo para la posteridad esta avenida no desdeñable que cruza el sur de la ciudad desde las colinas de Peralta Ramos hasta Punta Mogotes. Allí el tributo a don Fortunato cobra su momento de magia: la avenida se convierte en puente sobre el bulevar y hace un rulo para empalmar en dirección a la ciudad. Eso abre una disyuntiva tortuosa para el cinéfilo fatigado. Si evito el puente y doblo a la derecha, salgo a las mejores playas del sur. La otra opción me lleva a las salas de cine. “Vine al festival de Mar del Plata” -me recuerdo- y subo entonces al puente. Copio el empalme, paso el semáforo. Cientos de gaviotas forman un hermoso circulo blanco sobre una de las canchas donde entrena Aldosivi. Voy finalmente hacia el centro, pero tengo motivos para temer el arrepentimiento.
He llegado tarde a este 36° festival. Quedan cuatro jornadas. Veo varias películas (7). No puedo escribir sobre las que no me conmueven, no sé cómo se hace. Selecciono cuatro: Compartment N° 6 (2021) del finés Juho Kuosmanen. La protagonista, la finlandesa Laura (Seidi Haarla), una suerte de arqueóloga errante, realiza un terrible viaje en tren desde Moscú hasta Murmansk. Intenta tomar distancia de una relación enrarecida con la festiva moscovita Irina. Le toca compartir el camarote con Ljoha (Yuri Aleksandrovic Borisov), un hombre ruso que come el salame como si fuera una banana y abandona montones de cascaras de mandarina sobre la mesa común del compartimento. Bebe vodka sin control y apenas llega Laura al camarote le hunde la mano entre las piernas preguntándole si se dedica a “vender la vagina”. La cohabitación prosigue más o menos en estos términos, aunque comienzan a encenderse algunas empatías. El director finlandés filma el hacinamiento del tren destacando la falta de agua en sus baños. Finalmente, los protagonistas construyen una saga solidaria a partir del objeto que motiva el viaje de Laura: conocer los petroglifos de Murmansk. (También lo ignoraba: son dibujos sobre las piedras que dan al mar Báltico de 10000 años de antigüedad). La geografía no es amable con este trayecto. Todo está tapado de nieve. El viento es helado y feroz. Es de noche incluso de día, pero al menos hay un hotel donde imagino que Laura tendrá agua caliente. A la salida del cine, todo el mundo elogia la película. Celebro eso y busco la calle para recuperar la luz solar.
El Otro Tom (2021), es una película mexicana. La codirigen Rodrigo Plá y Laura Santullo. Retrata el drama de Elena (Julia Chávez), una latina radicada en los EEUU cuyo pequeño hijo Tom (Israel Rodríguez) padece el síndrome denominado TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad). Elena va descubriendo que la medicación indicada para su hijo tiene efectos negativos y peligrosos. La película de Plá y Santullo extiende una radiografía de la entente farmacológica e institucional en el país del norte. El Servicio Social se torna policíaco y las sospechas sobre la finalidad económica de esta convergencia son soltadas sin especulaciones. La austera vida de Elena y su hijo -que viven solos por ausencia del padre- es un registro narrativo cabal y bien actuado. La pobreza y la condición de inmigrante no ayudan a Elena, quien solo cuenta con algunas ayudas puntuales. Llama la atención la referencia a la vida erótica de la joven mexicana. Dos escenas la exhiben procurando el provecho sexual de un modo apremiado y arduo. Como si el placer también implicara un trabajo. La resolución de Elena respecto al tratamiento de su hijo tiene cierta épica, pero deja en pie algunas preguntas.
En las películas referidas prevalece un tratamiento ferozmente naturalista, gobernado por un móvil más informativo que artístico. Tales prevenciones narrativas están hoy casi canonizadas. Traducido en forma de elogio, podría decir que los cineastas no temen filmar los aspectos menos gratos de una realidad de por sí profana. Estoy inmunizado desde aquel memorable inodoro a la vista de Parasite (2018) que tal vez haya señalado rumbos, aunque cabe esgrimir que el mundo actual no ofrece paisajes mejores. Es interesante confirmar que en ambos casos se libra una épica personal y escindida. Se universaliza la no pertenencia. Latinos en EEUU, finlandeses en Rusia. Nadie está a gusto en su casa, y los personajes crecen en el marco de una soledad que aprendió a mirarse a sí misma como fortaleza. Ante mis objeciones formales, descuento que la pregunta de estos directores -y de muchos otros- sería: ¿Qué hacemos con todo esto? ¿lo invisibilizamos? Es una pregunta muy buena. Yo tengo otra: Si el cine es arte… ¿qué debe filmar? ¿lo que hay o lo que falta?
Maggie Gyllenhaal, en su debut como directora, me saca un poco de tanto apego terrestre. Su película es The Lost Daughter (2021) basada en la novela del mismo nombre de Elena Ferrante. Una notable profesora de literatura, Leda, magistralmente interpretada por Olivia Colman, descansa unos días en una coqueta isla griega. Culpas y tragedias de su pasado se actualizan en ciertos sucesos que tienen lugar en la playa. Una niña se pierde y pierde luego su muñeca. Leda juega un temible juego de duplicidades y perversas sustituciones. Ella misma hace alusión a las “parecidos secretos” que quizá justifiquen su afán irracional de reparación. Las dualidades interiores de Leda alimentan una trama en la que siempre es posible todo, lo mejor y lo peor. La película se da el lujo de manejar con equilibrio sus diversos espasmos de género. Comedia, drama, thriller, todo encaja con inusual armonía. La táctica narrativa de Gyllenhaal retiene los segmentos de flashback y los va incrementando hacia la segunda parte donde se desprende una narración dentro de otra. Allí se luce especialmente Jessie Buckley encarnando a la joven Leda. Se asoma la cara agobiante de la maternidad y su natural conflicto con el deseo. Estos relatos casi encontrados completan un tránsito poblado de enigmas y simbólicos enlaces. El elenco también empuja hacia arriba: Ed Harris, Dakota Johnson, Peter Saarsgard. Promisoria aparición de Maggie Gyllenhaal detrás de cámara.
Domingo de despedida, termina el Festival. Cierro con el gran Paolo Sorrentino. Presumía que no iba a fallarme, pero no lo supuse capaz de mantener tan viva la inspiración. È stata la mano di Dio (2021) es una delicia italiana, mas propiamente napolitana. Me recuerda la sentencia de Alain Badiou de que solo el cine puede filmar el milagro. Sorrentino, orquestal y desprejuiciado, arranca a lo grande. Paneo de 180 grados sobre la bahía napolitana. Giro sobre el manso mar del atardecer y vista a los promontorios de Ischia y Capri. Luego, el milagro como patrimonio local: San Genaro y Maradona. Años 80, es el tiempo en que se rumorea la llegada de Diego al San Paolo. Escépticos e ilusionados dividen esta ciudad que hierve de banderines celestes. La historia de una familia es cruzada por ese fecundo momento. Saverio Schisa (Toni Servillo) necesita decírselo a su familia en voz baja, trabado, como si anunciara el comienzo de una nueva gran guerra: “…el Nápoli ha comprado a Maradona…”. Se produce el milagro y los milagros se encadenan. Lo salvan incluso a Fabietto Schisa (Filippo Scotti), un joven aturdido y replegado por la tragedia familiar. Fabietto es un probable alter ego del propio Sorrentino. El prodigio suyo es la aventura como director de cine, nacida en partes iguales del dolor y la belleza. Siempre está Fellini en Sorrentino: las galerías silenciosas de rostros espectrales o caricaturescos. También están Scola y Tornatore: Nostalgias, emociones, recuerdos. Y está también –en muy saludable estado- la “commedia all‘italiana”, De Sica, Risi, Monicelli. Pero Sorrentino tiene su estilo y lo mima. La cámara ampulosa, el montaje irónico, el desnudo exuberante. Le sobra cine al director napolitano. Viendo È stata la mano di Dio ya no tengo nada que lamentar. Río y lloro como debe ser. Paolo le echó vida al Festival y a propósito de mis preocupaciones anteriores, puso la siguiente frase en boca del mismísimo Federico Fellini: “el cine solo sirve para escapar de la realidad, porque la realidad es vulgar”
Empiezo a leerte y la narrativa me trae un buen dejo a Cortázar. Excelente!!!
Ahora quiero ver la película de Paulo S.
Gracias por abrir un camino diferente para gente como yo
Ohh muchas gracias Rodrigo, qué generoso !!