Por Román Ganuza

¿Se puede ser mafioso manteniendo una bondad del origen? La respuesta, al menos para el director de cine Raoul Walsh sería sí. Su película de 1938 “The Roaring Twenties” afirma una versión romántica del gangster. Claro que el personaje paga esta distinción con la derrota al competir en un ámbito donde pocos dan esa ventaja. En este caso es Eddie Bartlett, encarnado en la aspereza natural de James Cagney. Amamantado por la ilegalidad, este hombre es sin embargo capaz de un gesto sacrificial. Su entrega no alcanza la calidad cristiana, pero es cuando menos cívicamente redentora.

Raoul Walsh necesita entonces rociar a su héroe con cierto vaho roussoniano. Será la sociedad la culpable de última instancia por la corrupción de Bartlett. Quiso ser bueno y no lo dejaron. Quiso ser malo y le salió mal. Su contrapartida en la película es un actor de genética más hábil para lo sinuoso y lo perverso: Humphrey Bogart. El personaje a cargo de Bogie, George Hally, es más pertinente a los proféticos temores de Hobbes. Es un lobo entre los hombres. Bartlett, en cambio, sería otro tipo de fiera. Puede matar a sus semejantes, pero no le apetecen los restos.

Atendiendo a estas necesidades “The Roaring Twenties” no duda en explicitar, incluso documentalmente, el gran fuera de campo de cualquier película: el tiempo histórico, político y económico que aprisiona a los personajes. Latosa y monocorde, la voz de un locutor de noticieros cinematográficos va cocinando el caldo causal. Desocupación, alza de precios, prohibición del alcohol. La crisis de Eddie Bartlett queda servida en la pantalla. Regresado de la primera “gran guerra” (1914-1918), comprueba que esa misma sociedad entusiasta para aplaudir desfiles militares, es incapaz de conservarle su modesto empleo cuando lo reclama como veterano de guerra. El camino no reprobable del progreso personal se cierra. La abundancia prometida por la clandestinidad que espolea la “Ley Seca” se abre.

Ya en el propio escenario bélico -que Walsh ubica al comienzo de la película- la diferencia entre los futuros mafiosos Bartlett y Hally grita de nitidez. Atrincherados, reciben a un compañero que, aterrado por el bombardeo alemán, salta sobre el pozo que comparten. Es Lloyd Hart (Jeffrey Lynn), futuro asesor de Bartlett. El nuevo habitante del refugio confiesa que tiene miedo. Bartlett lo comprende y lo calma mientras que Hally se burla de él mordazmente. Bartlett, años después, volverá a encontrar a Hally cuando aborde el barco que este conduce para robarse un cargamento de licor. Ese material, le advierte Hally, pertenece a Nick Brown, un mafioso de las ligas mayores. En medio de la sorpresa, Bartlett sellará con Hally una sociedad que nace de la traición y hacia la traición se encamina.

Los guionistas de esta película son Jerry Wald, Richard Macaulay, y el futuro director Robert Rossen (“The Hustler” 1961). Si aprovechan bien el tópico de la deslealtad, no desperdician en absoluto al amor, que será gravitante en esta historia filmada por Walsh. Bartlett es el promotor y protector de aquella niña que -en cumplimiento de una tradición americana- le escribía tiernas cartas cuando él estaba en el frente (Jean Sherman interpretada por Priscilla Lane). Crecida y bella, aspira a ser una cantante de éxito. Bartlett se convierte en su manager y amigo, dando por seguro que será también su esposo. Enamorado, conoce otra vez el rechazo. Jean lo quiere y le está agradecida, pero no lo ama. Recela de sus actividades. Se completa así para Bartlett el espejo de un destino injusto. La probidad de la vida laboral se le negó por ser veterano de guerra, y la dicha de la vida amorosa se le niega ahora por ser un mafioso involuntario.

Mientras crece su patrimonio a la par de su prontuario, Bartlett va sembrando la película con indicios de una naturaleza redimible. Respecto a Jean, no se aprovecha de ella cuando es todavía una menor. La promueve como cantante e incluso paga de su bolsillo a un grupo de concurrentes para que aplaudan su debut. No delata a su futura amiga “Panamá” Smith (Gladys George) cuando en plena Ley Seca los descubren a ambos negociando productos prohibidos. A su viejo compañero de trinchera, Lloyd Hart, lo contrata como abogado y le paga de más. Le da una trompada cuando se entera que Lloyd es el verdadero amor de Jean y el motivo por el cual ella lo rechaza, pero inmediatamente se disculpa y los deja a ambos en libertad cuando deciden iniciar una vida alejados del hampa. Se conmueve -aunque lo niega- cuando Jean y Lloyd son amenazados por un Hally ya poderoso. Cuando el crack de la bolsa de 1929, Hally se aprovecha comprándole a Bartlett sus bienes a precio vil, éste se dedica beber y a conducir un taxi. Entiende que está acabado. Pero en esa resignación hay más generosidad que mansedumbre.

Un Bartlett hipotético, extraído de la película, indagaría su propio heroísmo. Podría atribuirlo al amor por una mujer, en lo que sería una prueba de autenticidad y permanencia. Podría pretextarlo en cierta sed de justicia que, tratándose de un socio como Hally, se fundiría ladinamente con la venganza. Podría ser incluso el cierre de una elipse no buscada que lo devuelve a la inocencia original y perdida. Pero esa inocencia necesita un lugar que le corresponda. Creo que Walsh lo tiene: es la sociedad americana, a pesar de sí misma.

En una obra tan vasta como la de Raoul Walsh es arriesgado hablar de romanticismo, entendido como tendencia a postular en los personajes una naturaleza “buena” comprimida por el contexto social o como nota que sobrevuela a su filmografía. Esto no está presente -por ejemplo-  en el expeditivo tratamiento de Cody Jarret (otra vez James Cagney) en “White Heat” de 1949. Tampoco aparece claro en aquella ambiciosa mujer que interpreta Jane Russell en “The Revolt of Mamie Stover” de 1956. Sin perjuicio de estos casos que remiten a cierto fatalismo, hay al menos tres películas de Walsh que ratifican una visión esperanzada de la condición humana. Quizá el más emblemático sea el de la propia Jane Russell como “Nellie” en “The Tall Man”, fastuosa película de 1955 donde ella, pese a renegar de una vida azarosa entre las bravas nieves de Montana, se queda finalmente con el soñador, sencillo y derrotado coronel Ben Allison (Clark Gable) descartando al rico y poderoso “hombre alto” (Robert Ryan).

Pero si Eddie Bartlett tuviera que indicarme en la filmografía de Walsh algunos compañeros cercanos a su especie, seguramente iría en busca de las dos versiones de lo que aquí se conoció como “El Último Refugio”. En “High Sierra” de 1941, Roy Earle (Humphrey Bogart) vuelve a las calles apremiado por los mismos que lo liberaron de la prisión, pero protege hasta el último momento a Marie (Ida Lupino) o paga la operación de la joven granjera Velma para corrija su renguera. En “Colorado Territory” de 1949, formulada como western, esta estructura se repite con la diferencia de que Wes McQueen (Joel McRea) no puede impedir que Colorado Carson (Virginia Mayo) se inmole junto a él haciéndose balear en la última escena. Eddie Bartlett es emparentable con estos fugitivos finalmente tallados por valores que cosechan la empatía en la butaca.

Si Michael Corleone se espantaba al salir de la ilegalidad -su vieja promesa matrimonial- porque el mundo aprobado por la ley era aún más abominable, Bartlett pertenece a un tiempo de EEUU y del cine en el que aún se encendía –o al menos se podía vender- el imaginario de la recuperación. En el humor narrativo que edificó a los afamados Corleone no queda un lugar adonde volver. Todo es peor. Bartlett es más cercano al Rick Blaines de “Casablanca” quien, acorazado detrás del cinismo, escondía a un patriota generoso y valiente. Ambos sostienen esa porción de pertenencia, ya sea que la ignoren o la resistan. Y aunque lo haga en condición de cadáver, Bartlett retoma el regazo de la sociedad que lo olvidó y lo empujó al delito. Ha rescatado del miedo a la mujer que amaba y ha puesto a salvo a un fiscal honesto de la ciudad. Este mafioso pasado a retiro, desangrado ya sobre una vereda neoyorquina, podría decir con Borges “…en el espejo de esta noche alcanzo / mi insospechado rostro eterno…”

 

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