Por Román Ganuza

Sol y sexo. Aguas azules en la costa azul. Como aquellos ladrones de cuerpos de la película de Don Siegel (1), Venus y Adonis habitaron en 1971 dos siluetas nativas de la modernidad. Los dioses ya habían huido de la piedra o el papiro y el avatar fue registrado con el hechizo que mejor glorifica. El cine es una incisión mistérica que se disfraza de intramundana. La película se llama “La Piscina”. La dirigió Jacques Deray, pero esto no cuenta demasiado. Simulando una narración, testimonia la última visita de aquellas deidades. Romy Schneider y Alain Delon se filmaron entre el calor y las aguas. Jóvenes, lucieron el deleite lineal de la antigüedad y sembraron de nostalgia este futuro sin amarras. Empujaron la autonomía feroz de la imagen filtrando lo publicitario en lo dramático.  

Desde la ventana del bar, noto que el sol no cae. Por pudor, pido un café. Me saco una “selfie” que no voy a publicar. Verifico mi incipiente vejez para perder menos el tiempo. Como Schneider y Delon, también fui joven un día. Él tiene hoy 85 y ella murió en 1982, cuando tenía 42. Son solo datos. Arrepentido ya de haber pedido café, arranco otra vez la película en la notebook. Confirmo que el cine es ciencia y morbo. La cámara de Deray encuadra el cielo mediterráneo reflejado en la pileta. El primer movimiento es un “tilt up” (parece que así se llama el paneo vertical ascendente). Es lo que hace Deray y el cuerpo de Delon, enrojecido de sol y con gafas oscuras, aparece acostado en el borde de la pileta. Levanta un vaso y deja caer el contenido en su boca sin mover la cabeza. Ahora Deray va por Romy. La veo salir del agua. Trepa los amplios escalones de la pileta, camina. Corte y nuevo “tilt” -esta vez down- sobre su cuerpo mojado. De pie, ella se detiene arriba de Delon, quien la contempla desde el suelo. La subjetiva siguiente queda sugerida y la película se sube con descaro a la potencia imaginaria de los protagonistas.

“La Piscina” fue el ojo del huracán. Y el huracán fue todo lo que el binomio Schneider – Delon agitó en derredor suyo. Cuando casi los había olvidado, mi amigo Ángel -en otra de sus travesuras- me involucra con ellos. Me pasa el link de una tremenda nota que cuelgo al pie de la presente (2). Es del diario El País de Madrid y desborda de rica información sobre la vida de aquellas figuras doradas. Exaltado, se la comento a Fernando quien ya la había leído (sigo siendo el que llega tarde). Lo que más me impacta de la nota es enterarme que ambos se conocieron en 1958, durante la filmación de “Christine” (Amoríos), una película dirigida por Pierre Garpard Huit. Ahora tengo tres problemas: escribir una nota a partir de otra sin robar; asumir que no conocía la anécdota que funda la historia entre ambos y conseguir “Christine” como sea para verla con la urgencia que amerita.  

Claramente es preferible leer la nota de El País, pero extraigo un par de detalles gordos. Romy deja Alemania en 1957 ante un público enojado porque se negaba a continuar la edulcorada serie de “Sissi” de la productora Disney. No lo entiendo mucho, porque ni ella ni la trágica emperatriz eran demasiado alemanas. Romy nació en Viena e Isabel de Wittelsbach, sin bien era muniquesa, fue la leal compañera de Francisco José, cabeza del Imperio Austrohúngaro y desconfiado vecino del norte lindante. Lo segundo tiene que ver con su madre, la también actriz Magda Schneider. A Romy la avergonzaba -según la nota- recordarse de niña jugando en los jardines de Berchtesgaden durante unas visitas al abominable “Tío Adolf” que embargaron la reputación de mamá Magda. Al parecer, también escapaba de eso. Trato de imaginarlos. Ella llegando a París y Delon recibiendo con un ramo de rosas a su futura compañera y amante. No me sale, no consigo armarlos fuera de la pantalla y eso me indica algo.

“Christine” o “Amoríos” dirigida por Gaspard Huit, es un remake de una bella película filmada 25 años antes por Max Ophuls y en la que Magda Schneider, justamente, integraba el elenco. Basada en una novela del también vienés Arthur Schnitzler y ambientada en pleno Imperio, trata de un joven oficial austriaco, Franz Lobheiner (Delon) que entabla un noviazgo con la futura cantante de ópera Christine Weiring (Romy Schneider). Pero la aventura de Franz con la esposa de un importante personaje de Viena, tronchará el futuro de la idílica pareja. Elegantes, pero todavía prudentes, Schneider y Delon se enamoran entre valses y esmerados parques. Se cortejan, se miman, se besan. Las pasiones son moderadas y ellos están lejos de la molicie sensual que gobierna a “La Piscina”. El tratamiento romántico los contiene. Algunas miradas están bien encendidas sin que estallen todavía como héroes eróticos. En esta digna película apenas llegan a soñarse como amantes. Tal vez por ello sea “La Piscina” de 1971 la primera referencia que asoma cuando se los nombra. Allí los cuerpos han recorrido sus deleites y el cine les roba a ambos un rasgo más provechoso.

Por paradoja, cuando protagonizaron “La Piscina”, ya hacía 8 años que se habían desvinculado sentimentalmente. Ambos juraron que fue un reencuentro exclusivamente profesional, tanto, que el viejo romance se transformó a partir de entonces en sólida amistad. Es posible atribuirle a una buena performance actoral la credibilidad de aquellas escenas. Schneider y Delon se desean, se celan, se disfrutan, se traicionan, se odian. Personalmente creo que se trata del poder icónico, de una estirpe que los trasciende como intérpretes y completa su refracción en el rincón perceptivo del espectador. Tratándose de ellos y el erotismo, se disuelve el parecer en el ser. El lenguaje físico del amor es el territorio en el que dominan y en el que, quién sabe, son dominados.

La belleza humana es fugaz. Destella para contrastar con buena parte de la vida. El cine almacena esas horas de fulgor. ¿Miente su permanencia o confiesa su eternidad? La magia decae fuera de la pantalla. El tiempo suma sus profanaciones y el dolor se anota victorias. “Romy fue el gran amor de mi vida, el primero, el más fuerte, pero también, desgraciadamente, el más triste” Dichas por Alain Delon, esas palabras conducen a pensar el cine como un artificio más frágil incluso que la vida misma. Pero el influjo de su poder ilusorio es fuerte. La nota misma de referencia y ésta -su tímida resonancia- así lo quisieran probar. Hoy se puede -y quizá se debe- cuestionar la pretensión modélica que Schneider-Delon encarnaron en lo estético. Por su parte, la polaridad sexual que activaban ya no es la única que goza de visibilidad. Pero en su hora y contexto fueron lo suficiente como para mantener irresuelta una duplicidad esencial del cine: Vano registro de realidad fenecida o vía privilegiada hacia dimensiones sutiles. Como dijo Horacio González “el arte emancipa a las cosas del flujo del tiempo” .

 

1.“The Invasión of the Body Snachters” 1956, de Don Siegel

 

2.https://smoda.elpais.com/celebrities/no-soy-sissi-soy-una-mujer-desgraciada-de-42-anos-y-me-llamo-romy-schneider/?utm_source=Facebook&ssm=FB_CM#Echobox=1628062438

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