Por Román Ganuza

“Si viviendo alcanzo a disimular una participación parcial en mi circunstancia, en cambio no puedo negarla en lo que escribo puesto que precisamente escribo por no estar o por estar a medias”. Lo confiesa Julio Cortázar en “La vuelta al día en 80 mundos”. Partiendo de este párrafo se me ha ocurrido que los escritores son capaces de anticipar sus recuerdos. Empiezan a recordar antes de haber recordado porque poseen esa distancia que los condena y los privilegia. Acto seguido, pregunto ¿Es por esta misma lógica que la escritura se propone desmontar los tiempos? El pasado le resulta sólido y familiar. Los que escriben habitan un presente sin contorno, una especie de aleph personal y portátil. Sobrevienen más preguntas: ¿La escritura es un relámpago de lo intemporal? ¿O es una sed de eternidad resbalando en espasmos de belleza? Tengo escasas respuestas y las que tengo las he ido cambiando. Apenas puedo contar que una tarde grata y reciente caminé por una calle de arena. Entré a una librería rodeada de pinos viejos y flacos. Rápidamente, dejé de preguntar y revisar los anaqueles cuando vi un libro que compré con vértigo. Me asaltó la relación entre la imagen de la portada y el nombre de la autora. Había entrado al local -como siempre me ocurre- creyendo que buscaba otra cosa. Como no siempre me ocurre, tenía saldo suficiente en la tarjeta. Todo conspiró para que el libro pudiera hablarme. Se llama “Antes de que desaparezca” lo cual también me convocó porque me prometía al tiempo y a la experiencia literaria del tiempo en esas páginas para mí nuevas.

Pongo atención: Sylvia Iparraguirre es un nombre exigente. Lleva una i griega inesperada y un superávit de erres que empuja al descuido. La foto de la autora en la portada es una muy acertada foto: Sylvia joven en blanco y negro. El encuadre que la recorta enfatiza su gesto. Noto, antes de abrir el libro, que la belleza fresca de su rostro está interceptada –e incrementada- por una mirada crítica e inquieta. A la derecha, parte de su pelo lacio queda fuera de campo para liberar a la izquierda el espacio hacia el que gira decididamente unos ojos vivaces. Celebro este hallazgo porque mi personal trilogía de la autora reclamaba completarse. El antecedente de lecturas multiplica el poder de esta imagen. También compré el libro para saber cómo era, qué pensaba y qué le pasaba a la chica de la foto que un día iba a escribir “La Tierra del Fuego”, inolvidable, o “Encuentro con Munch”, magistral elipse en torno a lo siniestro. Tal vez compartí el objeto de su texto antes de leerlo, porque intuí que ella se había hecho allí las mismas preguntas. Lo adiviné en ese título que denota sabiduría y urgencia.

 Observando su propia imagen luego de cinco décadas, la autora afirma en el párrafo que oficia de proemio: “…soy yo, pero de este lado del tiempo me veo como si fuera otra”. Cierra así una condensada evocación de su aterrizaje en la Buenos Aires de los años 70. Del interior de la provincia a la Facultad de Filosofía y Letras en la cima del “onganiato” negador pero al filo ya del “Cordobazo”. El personaje conductor para que Sylvia haga resonar su pasado es Clara, amiga y compañera en aquel pensionado de monjas, que reaparece luego de tanto tiempo. Fiel a su estilo, la autora me va llevando hacia ese punto donde el reencuentro no es solo una confirmación. El reflejo del pasado confronta la ilusión de lo idéntico con los documentos de la propia ajenidad. Sylvia replantea en este recorrido por su propia historia la idea radical de haber sido otra con una noción inclusiva. El yo presente contiene al yo precedente, pero de manera compleja, computando las capas de posterioridad que lo han transformado hasta el desconcierto: “¿Yo fui tan joven?” se pregunta Sylvia contemplando otra lejana imagen suya, esta vez en grupo. Las amigas convergen en el recuerdo, pero lo hacen desde un presente mediado por las respectivas experiencias. Aquella época embriagadora, controversial y dolorosa tal vez haya sido revisada con distintos parámetros. La protagonista y narradora va explorando con prudencia la distinción entre lo que permanece intacto y lo que puede haber caducado en esa amistad que intenta recircular. Tal como lo supuse, “Antes de que desaparezca” es una autobiografía relativamente novelada. Es una indagación expuesta como confidencia al lector: “…Rodeo de ficción los hechos ciertos, me distancio de lo que creo que pasó, pero, extraña paradoja, el mismo movimiento me acerca más y lo narrado adquiere veracidad:..”

La escritura de Iparraguirre -me consta- no necesita espantar al lector para ingresarlo en las zonas de incomodidad. La suya es una prosa paciente que sabe dónde va y expande sus efectos. Los intersticios interiores donde vacilan las relaciones entre las personas son casi su especialidad. Allí navega con gusto y con pericia. Este temperamento es la constante que hace pie en ambos tiempos de su relato. Armada con no mucho más que su intuición Sylvia trataba de adecuarse y preservarse en aquellos claustros poblados de generosidad e ingenio, como también de arrogancia y manipulación. La autora se recuerda como alguien en busca de su forma y el presente la encuentra haciendo este fuerte pliegue de reconocimiento. Entre ambos puntos, fue consolidando su condición de docente y de escritora. Pero es el segundo ejercicio el que le da el dominio total de su historia. Si le tocó hacerse a sí misma en tensión con el contexto en que debió moverse, esta novela o biografía es a la vez tributo y liberación. Por eso equilibra el celo formal con un montaje resueltamente libre. La secuencia con que las derivaciones del reencuentro amplificaron su registro personal, deviene transparente. A tal punto que alguna página comparte con el lector los pormenores de esa decisión táctica inspirada. Es un texto libre y es un texto claro.

Aquella búsqueda de la propia forma también está tensionada entre el interior y Buenos Aires, entre la envolvente calidez de las monjas y el bullicioso sarcasmo de los escritores. La evocación de Gabriel, compañero de la facultad, ofrece el nexo inevitable entre los dos mundos de Sylvia. Gabriel irrumpe en su vida junto a la inminencia asfixiante de lo político, que por entonces ostentaba presunción histórica. De un modo sartreano y activo, Sylvia elige las respuestas cuando decide con quién hablar. La joven estudiante se debate en el perpetuo oxímoron de clase que empuja hacia la estética de izquierda: desproporcionada culpa por el acceso a los bienes y desconfianza ante el turbulento universo peronista. En lo afectivo, ese desplazamiento va desde el primer noviazgo que se desgarra hasta la importancia íntima y definitiva del hombre que sobrevuela el texto con una omnipresencia sutil. La mediación de Gabriel va hundiendo la novela en su propio núcleo y va convirtiendo también a Clara en un puente o un pretexto para que la autora articule sus partes. Es interesante la referencia al horror que sobrevino después de aquella primavera peligrosa. Se inserta a través de la referencia a Aurora operando sobre la novela en forma sentida pero lateral. No es omitido, pero tampoco es raptado para insumo o especulación. Otra vez, el equilibrio -y la honestidad- como notas que distinguen a Iparraguirre, especialmente valiosas en tiempos con vocación de escándalo.

Cerca de aquí, donde acabo de completar esta saludable lectura, se encuentra mi entrañable mar bonaerense. En su infinidad oscura deben latir secretamente los fogones y los debates de antaño. Los deseos y los terrores de aquella edad nuestra que se abría como si el futuro nos aguardara receptivo y amable. Por allí también debo andar con mi pelo largo y mi carpa naranja de lona. Perplejo y atraído por ese tiempo al que llegué un poco más tarde que Sylvia y con menos equipamiento. Involucrado en “Antes que Desaparezca” se activaron en mi lugar de lector las cosas gravitantes de la vida como también mis líneas pendientes y deficitarias. Debería contarle a la autora lo que disparó este libro finalmente incubado de gratitud y titulado con duplicidad sugestiva. Casualmente o no, me trajo estas emociones en este punto de la vida que va insinuando al pasado como la única referencia.

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