Por Román Ganuza
Helada pero radiante, aquella mañana del invierno marplatense me encontró en un bar. Creo que se llamaba Petit Lion D Ór, porque ya hace un tiempo que no está. Pequeño y continente, tenía sobre las veredas que dan al boulevard unas pocas mesas resguardadas por paneles de vidrio que dejaban ver el edificio del Hotel Provincial y el vivo paso de los automóviles. No recuerdo el motivo exacto de una sensación agradable, pero era 1986 y lo asocio con la renovada idea de que la vida era posible. Atrás quedaban los campeones de la muerte. Algo de júbilo, algo de culpa. Una porción alta de selva negra, un café y un cognac -servidos por separado- mientras una canción iba envolviendo con calidez el refugio: “…sólo soy amor de tango…” Elástica, la voz de Dyango reposaba en la ronquera para saltar fácilmente a la plenitud de su color. No me volví a cruzar con ese tema hasta que la tecnología, días atrás, me dio la oportunidad. Mis hijos me lo explicaron decretando que la operación era sencilla: En el celular debo bajar la aplicación, que es un circulito verde, activar el bluetooth y los datos móviles -dos circulitos blancos que se vuelven azules si el dedo no pifia- y buscar el nombre del auto entre las opciones de red para activarlo. Finalmente, en la pantallita del tablero, tocar “audio”, después “fuente” y elegir el nombre de mi celular en la lista que me ofrece. No me parece tan fácil, pero sorprendentemente me sale bien. Antes de arrancar, escribo Dyango. Todo bien, suena el catalán en la cabina mientras voy saliendo de la ciudad. El compilado es muy amplio, llega mi añorada canción cuando ya hemos hecho una parte del viaje: “…Porque soy amor de tango / Soy un puro amor de tango / Me fascina hacerle trampas al amor…” Siempre el amor era el tema, con sus destellos o sus desgarros. La canción me refresca aquel contraste de sabores, correlato de alguna ilusión y varias dudas. Pero entonces el mundo se mostraba receptivo. Diego acababa de confesar en México su inherente divinidad. Alfonsín y Cafiero encarnaban una disyuntiva pública estimulante y aunque no supiera apreciar la diferencia, yo era joven. Tal como la evoco, y al amparo de aquella canción, la experiencia de vivir parecía ir recobrando su dulzura.
Avanzados en la ruta, tuvimos una dosis de Dyango más que suficiente. Mi mujer, celular en mano, encuentra un compilado presuntuoso: “Las canciones más hermosas del mundo”. Seguramente lo son para el que armó la lista, pero sentimos curiosidad. El menú comienza con Ray Charles: “I Can´t Stop Loving You”. Aires de góspel y el coro de mujeres ensanchando esos estribillos que caen con languidez. Entra ahora el afortunado Doménico Modugno con “Nel blu dipinto di blu”. Me causa gracia ese hechizo fulminante que obtuvo con solo ver los ojos de una mujer. Pero allí sigue Doménico, volando “…nel chelo infinitooo…”. Llega el Buena Vista Social Club con la notable Omara Portuondo. “Dos Gardenias Para Ti”, bello bolero que obsequia las flores al amado como símbolo y como crédito. Sin embargo, la última estrofa se torna policial: “… Pero si un atardecer / Las gardenias de mi amor se mueren / Es porque han adivinado / Que tu amor me ha traicionado / Porque existe otro querer…” Le recomiendo al destinatario regar con celo. La pantalla anuncia a un mitológico Roberto Sánchez cantando “Penumbras”. Temblores y suspiros sobreactuados, Sandro en estado puro. Algún hallazgo: “…tu aliento, fatal fuego lento…” y una referencia para las iniciativas carnales con ch remarcada: “…caprichios, muy despacio dichios…”. Drástico, el tema cierra honrando las últimas glorias de la falocracia: “…si quieres, yo te doy el mundo / Pero no me pidas / que no te ame así…”. Se refiere sin duda al ardor del amante o a una insaciabilidad más que apropiada para el producto “Sandro”. Me estaban faltando las pérdidas amorosas, ese gran insumo del canto, cuando aparece, infaltable, José Luis Perales: “… ¿Y cómo es él? / ¿En qué lugar se enamoró de ti? / ¿De dónde es? / ¿A qué dedica el tiempo libre?…” Me interesa la última pregunta del cuestionario. La idea de que nos dejan porque el “otro” tiene un hobby o una vocación deportiva que lo aventaja, es inquietante. Personalmente, en la fila de mis derrotas se anotan desde un rugbier, pasando por casi todos los deportes, hasta el más metafórico, un ajedrecista (me obligó a sacrificar la dama). No sé por qué Perales le hace esa pregunta. Como buen sexista residual, me cuesta creer que lo hayan abandonado, al menos cuando recaudaba lindo con esta canción.
Sé que nuestro género no está pasando por un buen momento, se nota incluso en las canciones. Arrranca Gloria Stefan con una letra de gorda asimetría: “…No quiero recordar cómo te perdí / Quizás fue inmadurez de mi parte / No te supe querer / Y te aseguro que los años que me quedan / Los voy a dedicar a ti…” Resulta que no lo supo amar, pero dispone de él como quien retoma una botella que dejó en la heladera. No hay ninguna referencia a una probable objeción del otro, o al menos alguna duda sobre si será admitida en esta resolución que parece unilateral. Hasta la voz de la cubana tiene una firmeza matriarcal irritante. Por suerte, en la canción siguiente, le contesta el impecable Luis Miguel, dignificando nuestro golpeado lugar: “… Y ahora me llamas / me quieres ver / Me juras que has cambiado y piensas en volver / Si no supiste amar / Ahora te puedes marchar…” ¡¡ Bravo Luismi!! Por fin un varón. Dejo pasar esta enjundia y sigo escuchando: “…Ya sé que no hubo nadie que te diera lo que yo te di / Que nadie te ha cuidado como te cuidé / Por eso comprendo que estés aquí…” Esto me hace vacilar un poco. Reconozco que ella lo prefiere luego de otras experiencias, lo cual es halagador, y sin embargo es rechazada. Curiosamente, el propio Luis Miguel suele cantar “La Media Vuelta”, bolero que le injerta a la tradición romántica una pizca de liberalidad: “… Yo quiero que te vayas por el mundo / Y quiero que conozcas mucha gente / Yo quiero que te besen otros labios / Para que me compares hoy como siempre…” Aquí el raid experimental -que mi abuela hubiera llamado promiscuidad- es promovido sin prejuicios y supongo que este amante hubiera aceptado con orgullo de ganador a la arrepentida de la canción anterior. Son vaivenes de la narrativa amorosa. En lo personal, y por lo dicho en otro párrafo, no me hubiera beneficiado con este sistema tan amigo del riesgo. Seguramente, el cantante mexicano se puede dar ese lujo.
Ningún intérprete ha cantado todavía una canción que diga. “…se ha agotado nuestro vinculo sexoafectivo…” Sé que es muy técnico y no suena bien, pero se ganaría en honestidad. Porque todo este cancionero tiene un doble fondo de resonancia libidinal, en el que amor y sexo se van alternando a la cabeza de las preocupaciones cantadas. Tal vez esa sea incluso la clave de su encanto fácil. Ya casi llegando a destino me toca reivindicar al indeleble Julio Iglesias, que ahora canta “Me Olvidé de Vivir” con su voz melosa pero intachable. Aquí la letra sobrevuela un poco la temática frecuente de los cancioneros románticos y hasta le canta a ciertas sombras propias: “…De tanto cantarle al amor y la vida / Me quedé sin amor una noche de un día / De tanto jugar con quien yo más quería / Perdí, sin querer / Lo mejor que tenía…” Sé que esto no lo escribió Homero Manzi ni Antonio Machado, pero incluso en su rima mecanizada, tiene giros expeditivos y eficaces: “…De tanto ocultar la verdad con mentiras / Me engañé sin saber que era yo quien perdía / De tanto esperar, yo que nunca ofrecía / Hoy me toca llorar / Yo que siempre reía…” Es cierto, Julio Iglesias siempre esgrimía una sonrisa a lo Menem debajo de sus sienes cavadas y el bronceado flamante. Por aquel entonces tributamos devotamente a Serrat, y escuchar a Julio era casi una deserción doctrinaria, había que hacerlo a escondidas. Con Dyango, pese a que también cantaba temas de amor, no existía esta restricción porque era natural de Barcelona, como Joan Manuel, y además eran muy amigos (lo siguen siendo). De modo que la aprobación llegaba por vía transitiva. Pero ni en mis tiempos más cerriles renegué de Roberto Carlos: “…Cuántas veces yo pensé volver / Y decirte que mi amor nada cambió / Pero mi silencio fue mayor / Y en la distancia muero día a día / Sin saberlo tú…” Pienso cuán bella es la idea de que la persona amada no sepa que se le sigue queriendo mucho. Pero no hay que descartar que ese silencio, investido de generosidad, sea un buen modo de no enterarse que al amado le importa bien poco el dolor del amante. Aunque el arbitrario listado de las “Canciones más hermosas del mundo” no la tenga en cuenta, considero que para el amor no correspondido lo mejor que se puede prescribir es “Zamba por Vos”: “…Zambita, cantá / No la esperes más /Tenés que pensar / Que si no volvió / Es porque ya te olvidó…” Con respeto al venerable Alfredo Zitarrosa y atendiendo al tiempo tecnológico de mis hijos y los autos que parecen estudios de grabación, agregaría a la zamba que si ella no te hizo una videollamada o no te envió un mensaje por Instagram, Messenger o Whatsapp, evidentemente, “…es porque ya te olvidó…”