Por Román Ganuza
Las pericias posteriores al desastre afirman que no funcionó un equipo de seguridad que se monta sobre la plataforma submarina para contener la presión del pozo petrolero. Sigo leyendo y encuentro esto: “El dispositivo cargaba cables averiados en dos lugares distintos, tenía las baterías gastadas…” A continuación, como llevando más tranquilidad a los lectores, el estudio aclara: “…El artefacto, un dispositivo de seguridad encima de la plataforma submarina, tenía varios defectos, no había sido sometido a pruebas eficaces y presenta riesgos actualmente porque sigue siendo usado en algunas plataformas…”. Este instrumento es el encargado de avisar cuando hay peligro de una catástrofe mundial. Quizá sea por eso que no se lo revisa a conciencia. Escalofriante, sí, pero naturalizado u oculto detrás de la frenética e interesada circulación social de frivolidades.
Esta es la historia que pone en pantalla “Horizonte Profundo”, película dirigida en 2016 por Peter Berg (Netflix). Lleva originalmente el nombre de la plataforma semi sumergible de nefasto desenlace instalada en 2011: Deepwater Horizon. La versión filmada es suficientemente incisiva y casi reconfortante para un trabajo que en ningún momento olvida su condición de espectáculo. Berg acredita este talento para traducir narrativamente un testimonio en “Patriots Day” (El día del atentado) del mismo año. En “Horizonte Profundo” tengo al héroe de feliz vida familiar que marcha sin saberlo hacia el infierno. Por suerte, Berg recurre nuevamente a Mark Wahlberg, un actor austero y ajustado, para personificar a Mike Williams, protagonista y sobreviviente real del caso.
La solución narrativa de Berg, no por recorrida deja de ser eficaz. Al comienzo, en plena placidez hogareña, su pequeña hija perfora con un tubo una lata de gaseosa para ilustrar el trabajo que hace el padre. El resultado prefigura la inminente explosión. Un par de detalles posteriores completan el sobrevuelo de los augurios. Son brillantes las tomas de los helicópteros dirigiéndose a la enorme plataforma entornados por un horizonte marino que se funde con el mar. Una vez descendidos en la sofisticada base, ingresan a la película dos personajes que aseguran el contraste. Kurt Russell es Jimmy, un ingeniero que privilegia la prudencia y el cumplimiento a rajatabla de los protocolos de seguridad. En su equipo milita Mike (Mark Walhberg). Del otro lado y representando a la petrolera que contrató la construcción, tengo al muy rodado John Malkovich. Este último presiona para apurar la prueba de funcionamiento pese a las razonables dudas de los técnicos. En sus discusiones con Jimmy queda claro que la prioridad es ganar dinero lo más rápidamente posible. El personaje de Malkovich hace una lectura acomodada de los datos que constan en el tablero de control, privilegiando la rentabilidad.
La progresión de imágenes que van pintando el descontrol y el pánico es realmente loable. Una proeza técnica de puesta en escena. El petróleo empieza a aparecer por donde no debe, las agujas se zambullen en la zona roja del indicador y los operarios quedan expuestos a un riesgo mortal. La sucesión posterior de explosiones y gigantescas cimas de fuego es impresionante. Aquí Berg no resigna el tópico del escape dramático y providencial. Mike (Walhberg) emula al Leo Di Caprio de Titanic rescatando a una ingeniera que no se animaba a saltar desde lo alto de la plataforma a un mar asediado por grandes franjas de petróleo en llamas. Como en la película de Cameron, los botes salvavidas ya habían partido, pero Walhberg se queda a rescatar compañeros de trabajo. Más allá de esta épica no muy novedosa, la trama de “Horizonte Profundo” informa mucho sin dejar ni un minuto de entretener. Mas no le puedo pedir.
Claro que no era necesario ver esta película de Peter Berg para adivinar que ni los peritajes técnicos, ni los procesos judiciales, ni los discursos mejor financiados le iban a imputar el siniestro a una causa notoria pero poco mencionada: la codicia. La potente compañía inglesa que iba a explotar la fallida perforación en el golfo de México -unos kilómetros al sur de Louisiana- debe haber visto con satisfacción que se halle culpable al “artefacto”. Sus inadecuadas prestaciones costaron la vida de 11 personas durante el estallido y todavía es temprano para medir las consecuencias del que fuera el mayor derrame de petróleo de la historia. La película registra este balance sin torsiones y consigue interesarme en el asunto. Busco más información.
Leo que la compañía petrolera pagó una altísima suma en concepto de indemnización. Gracias. Esta posibilidad de resarcir con dinero la comisión de un daño definitivo al planeta consagra un orden de valores fatalmente suicida. La naturaleza -a diferencia del dinero- no es una fotocopia. Mi amigo Lauro Avanti, gran admirador del desarrollo tecnológico y la economía global, también vio la película, pero no comparte el ánimo agrio de mi nota. Alega el carácter excepcional del desastre narrado y me opone los beneficios del automóvil en el inventario favorable a la voracidad petrolera. Es verdad, yo también tengo un auto y lo uso. Cuando le pregunto qué haremos con los autos si se acaba el oxígeno por la agonía del mar, me contesta que en ese caso bajará el precio de los combustibles. No es fácil debatir con esta gente, siempre tienen una noticia buena.