Por Román Ganuza

Gánster, mafioso, hampón, criminal. James Cagney está sentado ahora en mi casa. Precavido, le cedo el sillón doble del living y le acerco un vaso con whisky. Se lo sirvo puro. Coloco algunos cubitos en la hielera de vidrio por si lo prefiere en las rocas. Él no le presta atención. Me vuelvo torpe porque tengo miedo. Derramo whisky sobre la mesa, apoyo ruidosamente los vasos. Cagney no se sobresalta, pero levanta la mirada. Ya ha notado que está con un tonto. Ahora se reclina un poco y bebe el primer sorbo. Le iba a proponer que se quite el sobretodo para colgarlo en el perchero. Pero dudo. Tal vez piense que quiero espiar si trae un arma (Ojalá que no).

Las cejas rectas, la boca firme y enjuta, los parpados a medio caer como escondiendo algo. Y la congénita mueca de enojo. Cuando suelta el vaso, las manos de James Cagney se reúnen para frotarse con una lentitud perturbadora. Suspiro, junto coraje. Vea James… ¿qué le parece si hablamos de “The Roaring Twenties” de 1939? Es una película extraordinaria, plena de elementos narrativos, incluso es emotiva. Su personaje, Eddie Bartelt, traza una elipse muy completa y bien resuelta. Cagney, que no parece ser muy locuaz, sigue bebiendo en silencio. Lo que quiero decirle (no sé si seguir llamándolo por el nombre, quizá no le agrade esa pretensión de proximidad) es que en esta película de Raoul Walsh usted ingresa al delito empujado por la indiferencia y la ingratitud de la sociedad. Invocaban la hermandad mientras los alemanes eran una amenaza, pero ni siquiera le conservaron su empleo cuando usted regresó del frente. Por algo también se llamó “Héroes Olvidados”.

Compruebo que tratar de empatizar con James Cagney no me conduce a ninguna parte. Permanece sin hablar y baja la mirada. Quizá usted cargue con un estigma. El propio Walsh no lo trata bien 10 años después en “White Heat” donde debe matar sin remordimiento para robar un tren. En cambio, en “The Roaring Twenties”, Eddie Bartelt es un delincuente forzado, que mantiene un alma noble y comparte aventuras con otro réprobo importante, pero menos confiable: Humphrey Bogart. Sí, se conocen en el ejército. En una de las primeras escenas los veo juntos en la trinchera francesa de la primera guerra. Acosados por el hambre, los piojos y el bombardeo. Simpatizan usted y Bogart. Podrían haber sido amigos.

Pero fíjese cuantas diferencias, James… (Ahora trato de mostrarle que conozco algo de cine) Cuando ya se murmura la inminencia del armisticio, usted levanta el arma. Del otro lado hay un joven soldado alemán. Usted le dice a Bogart: “…ese chico debe tener unos 15 años…” ¿y qué le contesta él? “…no cumplirá los 16…” tras lo cual se acomoda la culata del fusil en el hombro y dispara. Ahí está la diferencia. Usted siempre ha matado bajo el sello de la severidad. Lo decide porque es necesario. Para acallar a alguien que quiere denunciarlo o para vengar a un amigo como en esta misma película. Lo hace resueltamente, a veces con ira, pero no lo disfruta. En cambio, Bogie goza matando, y no solo en esta película. Usted lo sabe. Él es perverso y usted es llano.

Si mis disquisiciones tan solo aburrieran a Cagney, estaría más tranquilo. Pero esto de distinguirlo en su rango de asesino fue un poco arriesgado. Creo que también lo fastidia la referencia a Bogart. Le sirvo más whisky. Veo que se está cansando de mí. Me queda el dramatismo: “…no me mate, James, siempre fui su admirador…” Eso no va, porque detesta a los cobardes. Podría empeorar mi situación. Sigo…Creo que a usted se lo ha caracterizado injustamente. Porque yo también lo vi dirigido por Billy Wilder ¿Se acuerda? El empresario de la multinacional en Berlín. Desopilante. Ahí demostró lo buen comediante que era… Nada, Cagney sigue imperturbable.

Pruebo con esto: ¿Qué me dice de “Love Me or Leave Me”? La de 1955, que dirigió Charles Vidor. Qué gran trabajo el suyo, y qué bien acompañado. Doris Day estuvo fenomenal en esa película. Era una gran artista ¿no? Cagney asiente con un movimiento de cabeza (algo es algo). También mira el reloj. Me acuerdo –continúo– que usted ahí es un matón pasional, Snyder el Cojo. Ese personaje era más estrecho, no tenía la generosidad ni la hidalguía de Eddie Bartelt. Snyder le dispara al pianista por celos. La única similitud es que lo hace con firmeza, sin vacilar. Pero Snyder está más cerca del papelón que del crimen. De todos modos, es una gran película, aunque usted está mejor cuidado en “The Roaring Twenties”. ¿No está de acuerdo conmigo? Pensé que el gesto anterior de Cagney iniciaba otra disposición suya. Me equivoqué.

Desarrollemos esta comparación, James (Ahora corro el riesgo de exasperarlo, Cagney se reacomoda en el sillón). En “The Roaring Tweinties”, Eddie Bartelt -o sea usted- promueve a una joven cantante (Priscilla Lane). Usted le regala un anillo de casamiento. Da por seguro que ella lo corresponde. Pero no es así. Usted se ofusca, se decepciona, pero finalmente sabe perder y cede. En cambio, su personaje del cojo Snyder es asfixiante y posesivo. No le importa retener a Doris Day incluso al precio de su desdicha. Ella lo llega a detestar y usted no lo nota. Ahí se lo ve patético… (no debí decir esto)

Quería decirle que, a mi entender, el que más lo perjudicó a usted fue William Wellman. Lo convirtió en “El Enemigo Público” en 1931. Esa película fue hecha para quedar bien con la policía. Wellman trató allí de limpiar su propio prontuario y le selló esa fama de irredimible. Pero hay una paradoja,tanto en “The Roaring Twenties” como en “Love Me or Leave Me” las mujeres le profesan lealtad o le temen, pero no se enamoran de usted. Paradójicamente, en “The Public Enemy” conquista el amor de la blonda Jean Harlow. Ahí no le fue nada mal ¿eh? A Cagney no le causa gracia este comentario.

Me rechaza un tercer wishky. Se incorpora y toma el sombrero. Parece que no va a matarme. No tengo la importancia necesaria. Lo acompaño hasta la puerta. Ha caído la noche con una llovizna leve. El asfalto devuelve en espasmos de brillo la amarillenta luz de la calle. Cagney se aleja rumbo a la diagonal 79. Cuando ya lo estoy perdiendo de vista, recuerdo alarmado que me quedó pendiente una pregunta, una gran pregunta. Pero apenas diviso ya su figura con el sobretodo que le exagera los hombros acercándolos al sombrero. Desisto.

Bruscamente me arrepiento y corro hacia él. Lo alcanzo cuando está por abordar el taxi. Agitado, le explico que no puedo dejarlo ir sin soltarle mi pregunta. Un auto se ha detenido para llevarlo. Cagney abre la puerta trasera, pero parece que me va a escuchar. Me sereno. Vea, James, usted también fue bailarín y comediante, y muy bueno. Hizo el biopic de Lon Chaney, es un grande de Hollywood…así que por favor no se vaya a ofender, pero quiero que me saque una duda: ¿Quién fue el verdadero arquetipo del “duro”, usted o Humphrey Bogart? Cagney está sentado en el taxi. Mantiene la puerta abierta y me mira debajo del sombrero. Estira una corta sonrisa y para mi asombro, habla por primera vez: “Si de veras vio “The Roaring Twenties”, ahí tiene la respuesta”

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *