Por Román Ganuza
Gran atractivo sobre sus posibilidades visuales, debe haber tenido el policial de Patricia Highsmith “A pleno sol”, que resultó también conocida como “El talento de Mr. Ripley”. La autora plantó esta historia en el ficcional pueblo de Mongibello, sobre la ovillada costa napolitana, durante el viaje que realizó en 1955. Cinematográficamente, ha resultado un libro raramente feliz. El séptimo arte estropea con frecuencia a la literatura, pero el texto de Highsmith cayó en manos de dos interesantes directores: René Clement, en 1960, y Anthonny Minghella en 1999.
El primero, bajo producción francesa, reúne al ya entonces respetado Maurice Ronet (El fuego Fatuo / Ascensor para el cadalso) con un Alain Delon rampante y próximo a rodar con Visconti (Rocco y sus Hermanos / Il Gatopardo) y Antonioni (El Eclipse). Marie Laforet los acompaña en el rol de Marge. Cuatro décadas después, Minghella forma su propio equipo con figuras que, comparativamente, llegan con más recorrido: Jude Law, Matt Damon, y el femenino a cargo de Gwyeneth Paltrow. Eficaz, Highsmith había construido una historia apoyada en un par de arbitrariedades de muy alto rendimiento. Tom Ripley (Delon/Damon) recibe en los EEUU una paga por parte del millonario padre de Dick Greenfeald (Maurice Ronet / Jude Law) para ubicar y traer a su hijo, que dilapida fortunas en la costa italiana. Solo con esto, Ripley, que se especializa en imitar, intentará convertirse en Greenfeald, luego de eliminarlo, para apropiarse de ese grato mundo náutico y soleado.
Bien sencillo, pero abundante en consecuencias prácticas: el cómo y el cuándo del acercamiento, el crimen, las pericias del impostor, y especialmente, el aumento de la tensión en Ripley frente a lo que desea de Greenfeald: la cuenta, el velero, la mansión costera y no menos, Marge. Aquí aparece la diferencia clave entre ambas versiones. El Ripley de Delon está fieramente interesado en la sensual Marge. El de Damon se obsesiona con el propio Greenfeald. Pero esta bifurcación sexual es la consecuente de una distinción previa: Minghella ha girado decididamente hacia el thriller psicológico mientras Clement no se baja del policial. A los efectos del resultado cinematográfico, poco importa quien haya sido más fiel al libro. La opción de Minghella lo conduce por un camino que parece requerir el incremento de matices. Su Ripley mata a Greenfeald por despecho, por no ser aceptado. Al encarnado por Delon lo mueve únicamente la codicia. Solo busca apropiarse.
Quizá me traicione la edad y la nostalgia, pero encuentro en la antigua versión un paso más expeditivo y seco que resguarda mejor el suspenso y las acciones. La tensión y la lucha se hacen más interesantes porque el director queda a expensas de una resolución meramente técnica del asesinato. Minghella recurre a un difícil crescendo dialógico de índole dramático, aunque llega bien al desenlace trágico. Probablemente supera a Clement en la fotografía, pero este se queda, a mi entender, con el mejor ritmo de las dos y, claramente, con el final narrativamente más sólido y rotundo. En ambas se ha sacado el mejor provecho de un entorno pintoresco y de una historia visualmente prodiga. Se vote por Clement o por Minghella, el verdadero ganador, después de compararlas, es el cine.