Por Román Ganuza
Febrero de 1945. Otto Von Stierlitz, oficial de inteligencia nazi, recorre Berlín en su condición de agente ruso infiltrado. Lo apoya un joven matrimonio experto en comunicaciones. Ella está embarazada. Stierlitz les aconseja dar a luz en Suecia ¿Motivo? Si en el parto ella llegara a quejarse de dolor hay riesgo de que lo haga en su idioma nativo (ruso). Los médicos y enfermeras reportarían el dato a la Gestapo. La foja de Stierlitz en Alemania es intachable. Nadie ha detectado a sus contactos ni ha interceptado sus comunicaciones con Moscú. No constan debilidades en su actuación. Incluso algunos oficiales se indignan cuando se les ordena espiarlo. ¿Qué lo ha convertido en sospechoso? La lealtad.
Con más de media Europa perdida y con Berlín bajo amenaza directa, las murmuraciones sobre la inminencia del desastre -aunque elípticas y confidenciales- ya son un lugar común en los despachos del régimen. Al segundo de Himmler en el Departamento de Inteligencia lo inquieta la ausencia de gestos pesimistas o escépticos por parte de Stierlitz. Encuentra en ello un comportamiento extraño. Efectivamente, Stierlitz no deja escapar ninguno de los razonables temores o dudas que a esa altura embargan a toda la conducción del Reich. Quizá sea el gran error de este héroe de incógnito: Haber sobreactuado su profesionalismo y adhesión al Führer.
Otto Von Stierlitz es el personaje principal de la serie de 12 capítulos denominada “17 Instantes de una Primavera” (Semnadtsat mgnoveniy vesny). Fue realizada en 1973 por la televisión rusa y dirigida por Tatiana Lioznova. Hoy se puede ver completa gracias al canal Artkino Pictures de Youtube (1) que la ha puesto a disposición. Baste decir que el actor ruso Viacheslav Tijonov, que encarnaba a Stierlitz, resultó ser uno de los más populares de la Unión Soviética gracias a esta serie. Leo en un artículo que en su momento el premier Leonid Brezhnev, devoto de la saga, ordenó honrar al gran espía. No pudieron complacerlo y debieron explicarle que se trataba de un personaje ficcional, creado por el novelista Yulián Semiónov.
Denominar “El James Bond ruso” al personaje de Stierlitz es una tontería. Admirador como soy de aquella fantasía encarnada por Sean Connery, digo que “17 Instantes de una Primavera” difiere casi en lo absoluto. Y no solo por las diferencias estilísticas, que son muchas. El obligado tratamiento realista y testimonial que rodea a Otto Von Stierlitz es tal, que hasta puede decirse que solo él y su trabajo son totalmente ficticios. Todo lo demás cuenta con respaldo histórico. Lo que distingue fundamentalmente a la serie es que se trata de una visión del final del Reich trabajada desde preocupaciones netamente rusas.
La construcción de un héroe local emblemático en la lucha contra Hitler puede responder a necesidades de propaganda de las que pocas filmografías escapan cuando incursionan en lo histórico. Pero lo central de “17 Instantes de una Primavera” es la existencia de negociaciones entre la jerarquía nazi y personeros de EEUU para preservar parte del régimen vigente en Alemania. Concebida como defensa ante el influjo del comunismo vecino, la idea reclutó entusiastas a ambos lados del Atlántico. Teniendo en cuenta que, hasta el desenlace de Stalingrado, los “aliados” no apuraron las acciones del frente occidental para aliviar el esfuerzo ruso, estas prevenciones aparecen justificadas. Queda implícita alguna suspicacia sobre la buena fe o el poder real que tenían algunos actores en la célebre conferencia de Yalta (febrero de 1945).
Este punto de vista -no menos atendible que los más divulgados- queda afirmado desde el primer capítulo. Allí lo veo a Hitler quejándose porque sus operaciones militares no logran reestablecer la natural división que -según protesta- debería haber entre los aliados. La imagen lo presenta desconcertado ante la consolidación de la coalición enemiga y pretendiendo que lo ideológico prevalezca sobre lo coyuntural. Se le puede imputar simpleza al razonamiento, pero la serie descuenta que el cumplimiento de esos deseos expresados en el bunker a los gritos es solo una cuestión de tiempo. Más temprano que tarde los EEUU y buena parte de Alemania formarán parte de un bloque hostil a la URSS. Lo que Hitler no entiende es que las potencias solo han coincidido por un rato en librarse de él. El trabajo que Moscú le encarga a entonces a Stierlitz es justamente detectar -y en lo posible abortar- cualquier arreglo de esta naturaleza antes que el ejército rojo pise Berlín.
Y aquí viene lo mejor. “17 Instantes de una Primavera” revela un afinado conocimiento de las circunstancias políticas imperantes en aquella sombría primavera alemana (febrero-abril de 1945), como de la dinámica de los trabajos de inteligencia en semejante estado de situación. El guion base de la serie aprovecha la posibilidad de que muchos de los movimientos que procuran el temido acuerdo correspondan a iniciativas individuales o autónomas. Ese paisaje de fragmentación, de falibilidad institucional, cuenta también para Allen Dulles, el delegado estratégico de EEUU en Europa. Reunido en Berna, Suiza, con un alto militar alemán (Wolff), realiza avances no autorizados por Washington. (Dulles será más adelante un oscuro director de la CIA al que todavía se le imputa la autoría intelectual del asesinato del presidente Kennedy).
Pausada, plena de suspenso, la serie se nutre de impactantes segmentos documentales de la segunda guerra. Las personificaciones de Hitler, Stalin, Himmler, Bormann, Goebbels y Goering, son de una similitud física sorprendente. La puesta en escena de las operaciones de inteligencia es esmerada. Se realizan con calculada duplicidad. Contienen coartadas por si son descubiertas y los agentes misionados en primera instancia son piezas a sacrificar. Cada paso de Stierlitz debe acoplarse a la simulación de una tarea de servicio. Todo es filoso y nadie es amigo. La tortura, la muerte, la ruina familiar están a la distancia de un descuido, un paso de más o un objeto delator. Una sospecha infundada, cuando la promueve el vértice de la estructura, debe ser confirmada a cualquier precio para no lastrarse de desconfianza. Una traición evidente, cuando contiene posibilidades de éxito, puede ser ocultada para preservarse y negociar. Todo se desarma y se fuga dentro de ese mecanismo diseñado precisamente para garantizar el control total. Todo ese poder implosiona de una manera silenciosamente veloz.
Lioznova inserta en la serie zonas que humanizan a este Stierlitz condenado a comportarse como un engranaje. En una noche nevada sobre Berlín, invita a su amiga Frau Saurich y a la joven Gabi a su casa. Tocan en el piano una melodía serena y dulce. Esta pausa recibe el acento de un contexto que agobia con años de miedo y muerte. Stierlitz se ve más nostálgico que festivo. No se está divirtiendo, está evocando la vida tal como era o debería ser. Los rostros y gestos filmados por Lioznova regalan aquí una delicada profundidad. La mejor apuesta de “17 Instantes de una Primavera” opone cine contra cine. Esta serie inflamada de preocupación histórica me muestra a Stierlitz en la butaca de una sala, viendo por sexta vez “La Mujer de mis Sueños”, un music hall alemán de 1944 hecho a semejanza del americano. Stierlitz ve bailar y cantar a la estrella húngara Marika Rökk, icono del denominado “Hollywood de Hitler”. La proyección de esta película bajo aquellas circunstancias tiene algo de obsceno. Stierlitz se confiesa a sí mismo que siente asco.
Una equilibrada danza de elementos documentales, testimoniales y ficcionales, sumada a un tratamiento inteligente y amplio de los personajes, hacen que “17 Instantes de una Primavera” resulte por momentos fascinante. Visualmente, la serie es de gran cuidado técnico y narrativamente no da respiro. Un clima opresivo se sostiene en los protagonistas y en la ciudad. Destrucción, desolación, temor y desconfianza amasan un material que Lioznova no desperdicia. Las secuencias tienen su fuerte dramático en la intensidad. No hay paz ni esperanza, nadie cree lo que escucha y nadie duerme bien. Visualmente, el humo, el escombro y la presencia militar por las calles berlinesas consolidan un estilo a lo largo de 12 capítulos. A lo que se agrega el alto valor informativo y de reflexión. Con respecto al final del Tercer Reich, el argumento me coloca en una perspectiva no siempre al alcance. Terribles disyuntivas personales y trascendentales encrucijadas políticas me son mostradas bajo el hábil pretexto de historiar a este temerario agente. Su derrotero me permite observar aquel momento histórico tal como se lo veía desde Moscú (o tal como Moscú prefería que se lo viera).
(1) https://www.youtube.com/c/ARTKINOPICTURES