Por Leopoldo Sosa

Catalina tiene 14 años y vive junto a su familia en Necochea. Cata, como le dicen, además de ser buena estudiante y hermana es una de los tantos jóvenes del mundo que milita bajo la bandera del veganismo.

Discutir con alguien de su edad no debería ser un gran desafío para un adulto amante de la carne, pero Cata, además de ser muy coherente tiene un ejercicio de la retórica envidiable. No sólo discute, sino que pone el cuerpo y reparte volantes (confeccionados por ella) en plazas y en su colegio.

Por esto, su dieta y la de la familia ha sido objeto de más de una asamblea familiar. En uno de los últimos concilios, salomónicamente se decidió dar lugar a una cuota cárnica hasta tanto estudios médicos definieran el impacto de la dieta vegana en los adolescentes, lo cual fue aceptado por todos.

Hasta aquí es una historia más, pero lo cierto es que empezó un par de años antes que la pandemia del covid-19. ¿Qué cambia la pandemia? Todo y nada; digo nada porque tratamos a como dé lugar de volver a lo que se denominó normalidad como si nada hubiera pasado. Digo todo porque a muchos nos cayó la ficha de que nuestros hábitos y estilos de vida son insostenibles para el planeta. Unos pocos meses de poca actividad bastaron para mostrar cielos diáfanos, ecosistemas en recuperación y mucho más cierto es que nadie murió por no consumir todo lo que nos ofrecen.

El veganismo se sostiene en varios pilares: el ambientalista se vio, sin dudas, robustecido al igual que todas las tendencias que ponderan el ambiente. Sumado a estos sucesos debemos tener en cuenta que la recurrencia de los fenómenos meteorológicos extremos tiene a mal traer al hemisferio norte. Estos lo tienen en vilo, mientras que el sur sigue tratando de ser parte del mundo. En esta materia sabemos que las cosas van mal y mucho peor se pondrán cuando, en vez de 7.8 mil millones de personas, debamos dar agua, alimentos, bienes y servicios a 9.7 mil millones de personas en 2050.

La FAO estima que para producir 1 kilogramo de carne se necesitan entre 5.000 y 20.000 litros de agua, mientras que para la OMS el requerimiento diario por persona es de entre 50 y 100 litros.

Ya que hablamos de alimentación también recordemos otro de los pilares del veganismo: la salud. Las famosas comorbilidades de las que se habló durante la pandemia tienen su origen en -o se ven agravadas por- los hábitos alimenticios. Las dietas veganas y vegetarianas reducen el riesgo de contraer enfermedades coronarias, diabetes tipo 2, hipertensión y obesidad.

El último pilar se compone de argumentos con base ética (aquí entran el antiespecismo, pensamiento utilitarista y el reconocimiento de los animales como seres sintientes). A diferencia de los otros, este cubre a algunos veganos de cierta superioridad moral.

La moral y el compromiso son vistos muchas veces como un problema o amenaza ante la posibilidad de la radicalización de los grupos. Quienes hayan visto “Doce monos” tienen una idea de ello y seguramente esto da lugar a que sus pasos sean seguidos por investigadores sociales y por alguna agencia estatal.

En los 90, Manu Chao deslizó en una entrevista que “se hacía más política eligiendo todos los días en el súper que votando”, y aquí creo que también hay bastante de política. Cuando hablamos de poder, el veganismo no escapa de la lógica de ganar el corazón y las mentes de más personas.

Sin dudas, el veganismo fortalece y debilita algunas tendencias culturales y económicas. Su maridaje con el feminismo excede a esta nota pero vale decir que sus vínculos son muy fuertes. La industria de los alimentos veganos abre un sinnúmero de espacios hasta ahora inexistentes. Pese a esto, muchos grupos se presentan como una opción claramente antisistema.

Ahora bien, el próximo primero de noviembre es el día mundial del veganismo y seguramente Catalina al igual que muchos jóvenes y adultos levantarán sus banderas. Este año, a diferencia de los otros, es probable que el resto los vea con mejores ojos.

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